“La chica que ayuda en casa”, “ella no trabaja, es ama de casa”, “qué suerte que tú marido se encarga de la casa”. Siempre la casa, refugio o cárcel.

Repetidas casi hasta el cansancio, muchas mujeres han crecido y vivido con estas frases en la cabeza: ya sea por pagarle a alguien para que haga la limpieza, por hacerla ella misma o por hacer caso a esa idea de que las mujeres tienen que hacerse cargo "naturalemente". O  por creer que es buena fortuna que el varón sepa usar una escoba. 

Para mediados del siglo XIX en la Argentina, solo 140 mil mujeres rompieron con la regla de ser dependientes de sus maridos para sumergirse en el mercado laboral a pesar de que las labores para ellas eran acotadas y precarizadas: costureras, lavanderas, planchadoras, cigarreras o amasadoras. Persistía la idea de que el salario del hombre debía alcanzar para mantener a toda la familia.

A propósito del Día Internacional del Trabajo doméstico que se celebró hace unos días –el 22 de julio pasado–, Rosario3 entrevistó a cuatro mujeres con vínculos bien distintos con el balde y el trapo: Teresa, de 75 años, que realiza las tareas del hogar sin pensarlo porque esa responsabilidad siempre estuvo sobre ella. Luciana, una mujer trans que encontró en el empleo doméstico una “salida” al trabajo sexual; Lucía, a quien no le molesta un poco de desorden si así tiene más tiempo para jugar con su hijito; y Alexandra que se reparte la carga de la casa con su pareja. A pesar de las diferencias en sus historias, todas sufren el sistema patriarcal.

La que "no trabaja", la ama de casa

Teresa tiene 75 años. Se casó a los 23, fue mamá de dos y ahora también es abuela. A lo largo de su vida se las rebuscó para conseguir la moneda: cuidó hijos ajenos, limpió y cocinó para otros, trabajó en una panadería, tuvo una heladería y un vivero. Y siempre, siempre, se ocupó de su casa. 

Hoy es jubilada –cobra la mínima, ya que nunca tuvo aportes formales–, y sin embargo su despertador aún suena a las 8 “porque las cosas no se hacen solas”. Hay que limpiar, hacer los mandados, cocinar, lavar los platos, poner el lavarropas, planchar, buscar medicamentos y recordarle a su marido que los tome, regar las plantas. Y la lista sigue porque todo vuelve a empezar a las 8, con el despertador.

Cocinar también es considerado tarea doméstica.


Unos cuantos años atrás, encima, se le agregaban las labores maternales: había que tener lista la ropa de los chicos, chequear que hayan hecho la tarea, prepararles las mochilas, llevarlos a la escuela, buscarlos, prepararles la merienda. Ir y venir de médicos, armarles disfraces para los actos escolares, asegurarse que lleguen a tiempo a fútbol o vóley.  

Y mientras ella hacía todo eso -sin vacaciones, ni aguinaldo-, su marido trabajaba en una fábrica para "sostener a la familia", pero nunca cosió un botón ni cambió un pañal. 

Según el informe “Desigualdad de género en números”, Teresa no es la única: en el aglomerado del gran Rosario, las tareas "domésticas" son realizadas en un 72% por mujeres e identidades feminizadas y la brecha salarial con los varones es del 32%. 

La chica que “ayuda” en casa

Luciana es una mujer trans y le pagan por limpiar casas ajenas. Es la chica que "ayuda". No reniega en absoluto del trabajo que consiguió para salir de la prostitución, aunque anhela “estar en blanco y tener los mismos derechos que los demás”. Barrer, limpiar los vidrios, sacudir los almohadones, es dinero y un volver a empezar.  

Rosario3 la llamó a la siesta. Luciana recién regresaba a su casa y del otro lado del teléfono se notó el alivio de volver y encontrar todo limpio porque ya se había encargado su hermana. Después de seis horas de fregar pisos de otros, un rato de descanso no venía mal. 

En Rosario, el 72% de los quehaceres del hogar recaen sobre mujeres o identidades feminizadas.

Su nuevo oficio surgió por herencia, su mamá lo ejercía desde muy joven y ella lo eligió después de una relación patriarcal en la que él solo contribuía económicamente y ella quedaba a su espera, con el mate listo, prisionera entre habitaciones con aroma a perfumina.

Tampoco Luciana es la única, según datos oficiales del gobierno nacional, el 88,9% de las mujeres realizan y dedican a este tipo de labores un promedio de 6,4 horas semanales. Mientras que sólo el 57,9% de los varones participa en los trabajos domésticos, a los que les dedican un promedio de 3,4 horas semanales.

Hoy su historia es otra. Además de trabajar como empleada doméstica, se propuso terminar el secundario y tal vez continuar con otros estudios. Lo puede hacer porque tiene el sostén de su mamá y su hermana. Entre las tres se dividen las “tareas del hogar” para que ninguna tenga que cargar con eso sola. 

La que hace lo que puede

Lucía tiene 34 años y es mamá de un bebé de 13 meses. El sostén de su familia es ella misma porque hace más de dos semanas el papá de su hijo “desapareció”. 

“Es una mezcla de angustia por mi hijo y paz mental. Lógicamente, la carga es mayor. Y también el gasto económico. Me venía pasando 10 mil (pesos) por mes, ahora no sé. Incertidumbre total”, señaló. 

Para llegar a fin de mes, trabaja siete horas fuera de su casa. Por eso, cuando no está, recurre a una niñera y al jardín maternal para que cuiden de su hijito. Antes, tenía una mínima colaboración de su ex, pero ya ni siquiera “lo busca del jardín, no responde los mails, ni pregunta”. Lucía hasta tuvo que iniciar acciones judiciales, pero no tiene muchas esperanzas porque “ya sabemos como es la Justicia”.

“Si llego del trabajo y me pongo con el departamento, siento que no me da el tiempo para disfrutar de Fidel, así que hago lo mínimo para mantener limpio, como barrer y pasar el piso; y cada tanto repaso vidrios y muebles”, contó. 

“Aún mientras convivíamos, siempre recayó más en mí la limpieza, incluso recién parida, pero las pateaba hasta que terminaba haciéndolas él, quejándose. Hoy por hoy, hago lo que puedo, cuando puedo. Y no me vuelvo loca por eso”, aseguró.

La que tiene "suerte"

Alexandra es abogada y trabaja a tiempo completo. Su familia está compuesta por su pareja y su pequeña hija de siete años. Ella es el principal sostén económico. Tiene "suerte", su compañero se queda en casa y se encarga de las tareas domésticas. 

“Mi marido es actor, su actividad es discontinua, eso lo lleva a estar más tiempo en casa por lo que se ocupa de las tareas”, explicó. Sin embargo, para la limpieza “más fuerte” cuentan con una trabajadora doméstica.

El paradigma está cambiando, sin embargo la responsabilidad sobre las mujeres e identidades feminizadas no termina.

Si bien Alexandra logró distribuir "lo más equitativamente posible" las obligaciones de cuidado y aseo, soporta también el típico comentario de vecino: "Qué suerte que tu marido te cocina y se encarga de la casa”. Como si ella no lo hiciera también, como si se tratara de cosa del destino. Como si ella no resignara cuidados propios por los de su familia, o no aguantara presiones por "no estar en casa sino en el trabajo".

Siento que todavía recaen muchas actividades sobre la mujer, no nos dan facilidades para que eso cambie. Si mi marido no tuviera disponibilidad sería un problema”, reconoció.

***

Siempre la casa, refugio o cárcel. Aún a pesar de tantas victorias y avances, el trabajo doméstico es  la actividad con mayor informalidad, la más feminizada y la de menor remuneración de todo el mercado laboral. 

La idea no es que las mujeres e identidades feminizadas dejen de cuidar su casa o de sus seres queridos, sino que esa actividad sea reconocida y mejor repartida. 

En tiempos en que las luchas feministas y disidentes libraron el camino para la deconstrucción de los mandatos y los estereotipos, es momento de que el Estado se involucre un poco más y eduque en relación a las labores del hogar, porque eso que llamaron amor es, en verdad, trabajo no remunerado.