"Se preguntan los peces de poliestireno, dónde va a caber tanta juventud alucinada"
(Cables, Luciana García Barraza).
Uno
Esta nota no es un documental. Es la historia de siete jóvenes de la ciudad de Rosario, en el mes de septiembre, en el año 2023. No es un documental, pero si lo fuera comenzaría así.
El primer plano sería el de Victoria en su habitación, después de un largo día de trabajo, con su notebook, digitalizando en Photoshop un dibujo que hizo a mano para armar unas láminas para vender en la feria de un recital.
El segundo, probablemente, sería el de Julián, escuchando en sus auriculares un episodio del último podcast que ingresó en el festival que organiza hace dos años.
En el tercero estaría Matilde preparando un plato en la cocina del bar en el que trabaja, cortando unas lonjas de palta con suma prolijidad y colocándolas en una vajilla rosa pastel que hace juego con el color de las paredes del salón.
En el cuarto plano estaría Tomás en algún bar perdido de la ciudad con un libro sobre la mesa, leyendo y apuntando en un bloc de notas algunas ideas para una charla a futuro con una escritora de renombre de la capital del país.
En un quinto y sexto plano, se dividiría la pantalla a la mitad. En la parte inferior estaría Matías, de noche, practicando una nota con su voz en la oscuridad del living mientras su compañero de casa le ceba un mate por décima vez. Ahí se congelaría esa escena y en la parte superior, entraría Iván, en su departamento, mostrándole a su novia un arreglo de guitarra para el próximo tema que van a sacar con su banda dentro de unas semanas.
Por último, se cerraría con Sofía en su monoambiente, escuchando música estilo chill out, mientras edita el texto de un alumno en su computadora de escritorio y anota en los bordes de una página en blanco algunas frases ocurrentes para una nota que está escribiendo hace un mes. El final de esta primera escena sería un plano detalle de sus uñas recién hechas, que combinan con el color del cielo anaranjado y la bandada de pájaros que atraviesa la torre de cemento.
Viven en una época en la que la gran mayoría de las expresiones culturales se han atomizado y en la que, el valor de lo individual impera por sobre el valor de lo colectivo. El fenómeno de la sociedad actual, atravesado por las plataformas de consumo ha generado una personificación de todos los trabajos y esto afecta de manera insoslayable al trabajo en la cultura. Es decir, el yo, no solo está por delante de nosotros, sino que la anécdota personal vale por la anécdota en sí y no por quienes la integran ni quienes la construyen.
Sin embargo, los jóvenes entrevistados por Rosario3, vivencian distintas experiencias donde lo personal y lo grupal se entraman en otro estilo de redes, donde las plataformas de publicación, difusión, circulación y consumo, no son un fin en sí mismo sino que son un medio para la construcción de otro encuentro, donde el valor de la experiencia y opinión personal no son una exaltación del yo sino un aporte para poner en tensión la realidad en la que se vive, sin la ferocidad del tweet o la fugacidad de una storie.
Dos
¿Cómo transita la generación sub-treinta esa cosa a la que se decide llamar cultura? Las historias de Victoria, Julián, Matilde, Tomás, Matías, Iván y Sofía son experiencias singulares que, sin conformar la cultura en su totalidad, arman un pequeño paisaje de esta. Un fragmento caracterizado por personas de clase media, que cuentan con estudios secundarios, universitarios o ambos y que deciden dedicar parte de sus días a trabajos dentro del ámbito cultural. Esta postal, actualmente, cuenta con dos características: es heterogénea y precaria.
Pero, decir cooltura no es lo mismo que decir cultura. El crítico literario y cultural Terry Eagleton, escribió en “Sobre la idea de cultura”: “La palabra que usamos para referirnos a las actividades humanas más refinadas la hemos extraído del trabajo y de la agricultura, de las cosechas y del cultivo. Francis Bacon habló del «cultivo y abono de los espíritus», jugando con la ambigüedad entre el estiércol y la distinción intelectual".
Mostrar esta diferencia implica desentrañar qué hay del trabajo, el ocio, el tiempo, el dinero, la disciplina, la publicidad y las nuevas plataformas en la vida de cada una de estas personas insertas en una época donde el discurso social atenta sobre la obligación del diseño de uno mismo. Por eso, estas experiencias no son la vida real de un grupo de jóvenes clase media que lucha por vivir de lo que le gusta, sino que más bien es un relato sobre cómo un grupo de jóvenes de clase media lucha para intentar vivir o hacer lo que le gusta, es decir, cómo transforman su mierda en barro.
Tres
Victoria Albano se hace llamar Vicota, tiene 26 años, es dibujante, diseñadora e ilustradora, pero también traductora de inglés, de lunes a viernes, durante ocho horas al día. Labura home office. Sobre la situación de la cultura emergente de la ciudad opinó: “La situación actual me genera tristeza porque Rosario vive por su cultura, por los artistas increíbles que construyó y que va a seguir construyendo. La cultura no es algo que se destruye pero sí que se le está dando menos bola. La plata se pone en lugares que no apoyan tanto al artista pequeño o independiente. De todas formas sigo viendo a Rosario cómo una ciudad cultural. A mí me gustaría mucho ser una artista que salga de Rosario”.
Julián Viso es Juli, tiene 27 años, es desarrollador de software y gestor cultural en el tiempo que le queda entre la programación y el lenguaje de códigos. Dentro de sus proyectos se encuentra el Festival Estéreo, Brújula Coworking y Bengala Podcast. Hace unos años vivía con un amigo pero ahora vive solo. Para él en la cultura de Rosario, “reina el discurso de la necesidad de un apoyo institucional”, y ante la inversión agrega que no está de acuerdo de con que el Estado sea la única fuente de financiamiento: “Existen diferentes medios para existir y generar ingresos, el ámbito rosarino tiene que amigarse con las posibilidades del sector privado del arte”, observó.
Sofía es Sofía Di Fulvio, tiene 29 años y vive sola en un monoambiente que alquila hace ya tiempo. Para mantenerse, creó La palabra de Neptuno, el taller donde enseña escritura creativa y acompaña a escritores y escritoras en la corrección de estilo y edición de textos, también colabora para un newsletter semanal de la ciudad llamado Uganda.
La joven siente que vive de lo que hace en el ámbito de la cultura, en su nicho de escritura, pero cuando se le preguntó por la situación general, respondió “La movida cultural rosarina está bastante fragmentada. Los lugares de encuentro, los centros culturales o bares en los que solíamos encontrarnos ya no están más, ahora nos queda encontrarnos en eventos que hace la Municipalidad o espacios autogestivos reglamentados en lo social, ya casi no frecuento ningún bar hoy en día, antes de la pandemia sí, pero quizás eso también tiene que ver con que me alejé un poco de la movida y estoy más en mi mundo interior.”
Cuatro
No se puede hablar de cultura sin hablar de economía. Pero tampoco se puede hablar de economía sin hablar de trabajo. Ese triángulo en el cual cada vértice mueve su orientación gravitacional y modifica al resto. El mayor inconveniente de la economía en el tiempo actual es que sobra plata pero cada vez hay más pobres. En el ámbito de las expresiones coolturales pasa lo mismo: hay demanda pero sobra oferta, por eso mismo, algunos artistas viven sobre una instancia de autoexigencia que los lleva a trabajar veinticuatro siete, es decir, todo el tiempo.
Sobre eso, si esta nota fuera un documental, sería un poco de lo que hablarían las siguientes cuatro entrevistas.
Tomás Trapé tiene 30 años, en X (Twitter), la red social que más usa, se hace llamar Tirano Prófugo, y vive con Eugenia, su pareja. Es politólogo, tiene una asociación civil llamada Encuentro Itinerante y una productora de eventos a la que bautizó Katana. Hace poco tiempo también empezó con dos colegas un talk show sobre política al que bautizaron Cabaret Voltaire (en honor al movimiento dadaísta) que va todos los domingos a la noche por YouTube.
Tirano Prófugo was real @Brindistv �� pic.twitter.com/UlBgZutSEP
— Tirano Prófugo (@tomastrape) August 24, 2023
Su tono es polémico, agudo, pesimista pero seductor: "Si la gente no tiene para comer difícilmente tenga para escuchar una banda funk y tomar una lata de 800 pesos. Aún así, el arte también emerge sobre tierra arrasada. Hay que estar atentos. Algunos dicen que el mal gusto no existe pero que lo hay, lo hay. En ningún lado está escrito que vamos a vivir del arte, por el contrario se vive para el arte. Ni la Muni ni tus viejos tienen la culpa si la gente no te elige. Hay que convivir con esa frustración para encontrar nuestro lugar porque si no podemos correr el peligro de cultivar posiciones de resentimiento y pensar que alguien nos debe algo. Es una buena época para hacer punk o para releer a Fogwill y a Silvia Schwarzböck”.
Matías Suleiman es el frontman de Matienelinstante, el proyecto solista que transformó en banda, y -temporalmente- es pianista en Bads otro grupo de la ciudad. Tiene 24 años, vive en una casa de segundo piso con su mejor amigo y trabaja durante la semana como operador de imagen y sonido en el canal de streaming Brindis Tv. Iván Jimenez es Zona Sur pero también es el guitarrista de los Gay Gay Guys, tiene 27 años, vive solo en su departamento y trabaja de editor de videos para una empresa de afuera en coworking, un espacio donde distintas personas como él, alquilan un escritorio para tener un lugar donde cumplir su horario de oficina. Ambos tienen sus trabajos formales y hacen de la música y la gestión cultural su segunda fuente de ingreso, hobby y pasión.
Al no vivir específicamente del arte y la cultura, sus economías entran en un terreno confuso porque, de alguna manera, hacer una canción, un EP, un disco, un show o un festival sale plata y ese dinero de algún lado tiene que salir. Cuando se le pregunta a Matías cuál es su relación con el dinero y la disciplina, respondió: “Es fácil hacer cosas cuando se está bien económicamente. Sobre todo es fácil que salgan bien porque se valora mejor el trabajo de los que forman parte. Al subir el nivel de la ciudad también se generan puestos de trabajo y está bueno que eso sea remunerado porque sube el nivel de la escena artística. Más y mejor plata es más gente, y más gente son más miradas”, analizó.
Iván, del otro lado de la pantalla, opinó parecido: “La relación de la situación económica con el arte es total, en la medida que todos los bienes, e incluso el trabajo sale dinero. Y eso es cada vez más difícil de conseguir para producir, tener los equipos, contratar más personas. En tiempos de recesión todo tiende a ajustarse, pero la cultura siempre, históricamente fue un ambiente muy precarizado. Y ahora más”, señaló.
De acuerdo a Tomás, el trabajo está cada vez menos regulado, los contratos sociales se han diseminado al punto de que uno puede recibir un mensaje un domingo a las tres de la tarde mientras pasea a su perro por el parque, o un sábado al mediodía en medio de un asado con amigos. Sobre esta falta de reglas y códigos, apuntó: “Es difícil de mensurar, ha ido en aumento. Supongo que hay que aprender a delegar y no escuchar más audios de Whatsapp para vivir mejor”, ironizó.
En cambio, para Matías e Iván, que cuentan con un trabajo fijo y formal, además de sus proyectos, sus respuestas se vuelven más complejas. Deben construir un know-how para recuperar el tiempo que se diluye, como armar un cuenco y, establecer un momento físico para que las horas no se vuelquen. Matías destacó en este sentido: “En los momentos de producción creativa no me pongo en modo disciplina porque siento que pierdo calidad. Si me obligo no me sale. Hay músicos que son super metódicos y tienen un horario de composición, producción y eso es espectacular. Lo que aprendí en este tiempo es a juntarme con gente que sí está disciplinada y eso me viene genial porque me pone en un lugar en el que nunca hubiese estado”.
Iván es un poco más realista. Tal vez, como dice Fito Páez en Futurología, cuando entona esa primera estrofa que dice “amor es dinero”, o esa frase feminista (“Eso que llaman amor es trabajo no pago”), ¿no sucede lo mismo en los ámbitos artísticos y culturales? Ante esas dudas, contestó: “En general todos los días tengo algo que hacer de mi trabajo cultural. Tengo dos trabajos o un trabajo y medio. No lo tengo disciplinado, en realidad es una cosa que está enmarcada en todo el día. Estoy trabajando y recibo mensajes. A veces hasta tengo reuniones en horario de trabajo porque el trabajo que hago me lo permite. Ese es el tiempo que le puedo dedicar. Vengo viendo que mi capacidad física merma un poco, al trabajo cultural le dedico menos tiempo del que querría”.
Cinco
Matilde Riestra dice que no le gusta que la reconozcan por un nombre artístico, que prefiere que la llamen como le gritan los amigos cuando se la cruzan en la calle, o como cuando la hermana la llama para darle un abrazo. Matilde es Matilde, tiene 28 años y vive sola hace un largo tiempo en una casa de pasillo cerca del río Paraná.
Su trabajo la apasiona y ella lo toma como una militancia. Junto a dos colegas abrió Chica Kitchen, un punto del centro de la city que revivió gracias a este estilo de aventuras.
Su hambre creativa la llevó a vivir en Buenos Aires, pero contó que los años del gobierno de Macri la empujaron a volver y cuando regresó a Rosario la ciudad “latía bajísimo”. Si esta nota fuese un documental, ella sería la primera en nombrar la palabra investigación. Matilde dice que la cultura es algo que se investiga.
Después advierte que gracias a los primeros cafés de especialidad, se le volvió imposible volver a tomar un instantáneo de alguna marca reconocida. Y para definir los locales de una jornada usa la palabra Pop Ups, un concepto de restaurantes o bares creativos que potencian distintas marcas y gente del rubro para fechas específicas. Dice que en esto se siente más amparada por la Municipalidad porque dio espacio y estructura para que la comida saliera a la calle. En tiempos donde los alquileres vuelan, las redes sociales emergen y es mucho más sencillo tejer redes vía smartphone que pagar un TGI, esta joven emprendedora de la cocina hace del servicio y la construcción de comunidad su mayor arma.
La semana después de las elecciones presidenciales, contó que recibió por WhatsApp dos presupuestos con precios distintos de un mismo proveedor, pero confió que un buen equipo y una buena logística “pueden con todo”. En palabras de su abuelo piensa que en donde está la cultura es donde están los buenos valores de la gente, que es donde está el alma, y que todos necesitamos un poco más de eso para seguir adelante.
“Lucho mucho para que la gastronomía deje de visualizarse como ese campo de trabajo tedioso, cargado de dolencias y descuidos al laburante. Mí mayor orgullo y objetivo, es poder lograr ser parte de círculos de trabajo dónde prevalezca la pasión, crecer, compartir, y el hambre, además de comer rico. Y por supuesto, en dónde prevalezca el cuidado y respeto al verdadero profesional. Acompañarnos cuidándonos entre colegas y con la alegría como lema principal. Eso es lo que me llena todos los días”, manifestó.
Seis
Si esta nota fuese un documental, este sería su final. En esta última escena estarían Victoria, Julián, Sofía, Tomás, Iván, Matías y Matilde sentados en canastita, en el medio de algún parque de la ciudad. Probablemente, sobre una lona o mantel enorme de cuadrillé rojo.
Cada uno dejaría su celular en el medio de la ronda. Ahí, la cámara tomaría desde arriba la escena y se escucharían sus opiniones sobre el uso de las redes sociales y las tecnologías, sobre cómo facilitan, entorpecen y afectan sus trabajos en la cultura, la construcción de sus identidades y lo performático de la creación de un yo que pocas veces no está en línea. Probablemente tendrían una manzana roja o verde en sus manos para ir turnándose para hablar.
La primera sería Matilde y su contestación sonaría casi tan positiva como todo lo que dice: “Las redes sociales son una herramienta. Confieso que soy medio vaga para utilizarla de la mejor manera, al menos a nivel logístico. Uso Instagram, y honestamente, la tomo como una ventana para compartir mí sello como profesional pero también como persona. Mi cualidad de persona es parte sustancial respecto a mis valores como profesional”, explicó.
La manzana giraría en el aire y le llegaría a Tomás, para mezclar un poco del dulzor de Matilde con su escepticismo tiránico, la respuesta se dividiría en dos para abrir el juego: “Lo positivo es que ahorro mucha nafta. Lo malo es la desconcentración, algo con lo que hay que luchar todo el tiempo”, se quejó.
Para ir más allá de la oscilación, el pase sería hacia los más jóvenes entre los jóvenes y Matías agregaría una respuesta donde el valor de la ficción y las redes sociales entrarían en combate: “Me parece que las redes sociales y las tecnologías generan oportunidades. Uno en otro momento si quería grabar un disco o componer un tema realmente necesitaba juntar mucha guita, ir a un estudio, o pedirle a un conocido instrumentos, herramientas, micrófonos. Ahora, con poco se puede grabar un disco que suene espectacular y que esté buenísimo. Las redes sociales ayudan a la divulgación y a no depender de una productora o una distribuidora. Desde ese lado es recontra pro”, evaluó.
Sin embargo, advirtió: “Al mismo tiempo el avance de la tecnología hace que avance el sentido de consumo del ser humano y todo necesita ser rápido y estimulante, en cantidad y masivo y hay que producir, producir y producir. La demanda es picante porque te sube la oferta y puede ser contraproducente para alguien que quiere sacar un disco cada cuatro años. Antes de que saques el disco salieron seis millones de discos más. Puede haber una desmotivación desde ahí si no lo tenés en claro. Uno tiene que entender que las redes sociales son otro organismo, hay que encontrar una lógica para mediar entre lo que uno hace y que no deje de ser arte. Y a la vez poder comercializarlo y meterlo en el lenguaje de las redes sociales. Hay que hacer un pacto, amigarse pero también tenerle un poquito de miedo. Que no sean todo videos de gatitos”, opinó.
Victoria se reiría de esa respuesta y por esa razón le tocaría el turno a ella. Detrás de su mirada profunda pero brillosa y de su pelo negro miraría un punto fijo y soltaría su verdad: "Lucho mucho a favor y en contra. Son un medio gratuito pero que lo manejas vos. Forman parte de tu vida. Tenés que mostrarte para que la gente te conozca. Hay gente que me conoce por mis redes. Después también te juntas y haces cosas pero las redes crean redes. Y el arte se ve permeado por eso. Está bueno y es peligroso”, consideró.
Y sumó: “A mí me pasó. Estuve tan metida en Instagram que me fui perdiendo de mi propio estilo personal, terminé haciendo cosas que le gustan al algoritmo. En ese momento me desconocí. Las redes te pueden nublar un poco la vista, transformarte en una más del montón. Los likes tienen esa contra".
Iván acomodaría su flequillo y pediría por dentro que le tocara a él porque piensa parecido. Victoria dudaría para donde tirar la manzana, pero se la terminaría dando a él. Con entusiasmo la agarraría y la pondría sobre su pecho. Cerraría los ojos buscando las palabras para dar su opinión: "Las redes sociales son una muy buena arma para difundirse a costo cero, obviando el costo del trabajo que es manejar las redes, termina siendo un trabajo que uno hace a pulmón. Pero, es muy difícil llegar a nuevos públicos. Con las redes sociales, lo que aparece es como una ilusión, que uno le puede llegar a cualquier persona cuando en realidad uno está rebotando en los mismos círculos, creo que es importante para los artistas ser creativos, y preguntarse cómo hacer para imaginar y hacer nuevos públicos", indicó.
La manzana giraría en el aire nuevamente y está vez caería sobre las manos de Sofía. Ella primero se reiría mostrando los dientes, su lunar cercano a la nariz y su corte mullet estilo de los 80'. Después tomaría coraje y soltaría su reflexión. "No le doy mucha bola a las redes sociales en cuanto a la difusión de mi literatura. Esto viene de un hartazgo de los años anteriores en los cuales mi trabajo dependía de mostrarlo en redes o no. Ahora me relajé muchísimo. Hay una cuestión del boca en boca. Por mi laburo y mi experiencia ya no necesito publicar y vender tanto. Tengo un piso de alumnos que me reconocen y recomiendan. Las redes sociales las uso para distraerme. Me genera mucha presión ser mi propia community manager. La exposición me da pereza. Prefiero leer y ver otras cosas", aseguró.
Ahora es el turno de Julián, el último en la ronda. Su voz y sus ojos transmitirían serenidad y confianza. Este es el segundo año de su proyecto como organizador del Festival Estéreo, un evento que dura tres días en la ciudad sobre el formato podcast, este estilo de producción, difusión y circulación de un material sonoro sobre lo que se habla, discute y sobre todo, se escucha. Entonces agarraría la manzana. "No soy una persona que las utilice demasiado. Para algunos proyectos sí se han generado algunos puentes. Algunas personas se han acercado a Bengala, nuestra productora de podcast para alcanzarnos algún programa. Mucho más que eso no. No uso tanto las redes sociales como herramientas. En contra, sí me ha pasado de querer buscar financiamiento para un presupuesto y que la gente evalúe más la cantidad de seguidores y reproducciones que la calidad del contenido. Pero creo que todas son instancias de crecimiento esenciales, la gente se va a enterar de los que hacés en algún momento y lo mejor es que si se entera estés haciendo algo de calidad", apuntó.
La cooltura rosarina está en un momento de fragmentación, la cultura de Rosario está en un momento de crisis, por eso, esta nota que no es un documental, buscó armar un registro de algunas experiencias actuales para seguir preguntándose: ¿Cómo se construye una ética del trabajo cultural? ¿Cómo se piensa la cultura con el Estado? ¿Cómo se la piensa sin él? ¿Cómo se afianzan los lazos entre pares? ¿Cómo comer con lo que nos llena el alma? ¿Cómo, cómo, cómo?
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