Desde los autos que van y vienen por la ruta 9 no se llega a advertir lo que ocurre en el interior del parque de dos hectáreas. Detrás de la hilera de árboles, una ronda de vecinos y militantes de derechos humanos debate cómo preservar y qué actividades realizar en ese lugar emblemático de la última dictadura militar: el ex Centro Clandestino de Detención (CCD) Quinta de Funes.
El espacio fue señalizado como Sitio de Memoria en 2016, expropiado por la provincia en 2017 y recién ahora se anunciarán las obras de preservación. Por su disposición y por la historia particular que encierra, el inmueble tiene un valor histórico que los trabajos buscarán conservar y, al mismo tiempo, proyectar hacia las nuevas generaciones.
No se trata de un centro de tortura o de detenciones masivas como fue, por ejemplo, el Servicio de Informaciones de la entonces Jefatura de Policía en Rosario, hoy Sede de Gobierno. La Quinta de Funes fue escenario de un plan de inteligencia delirante (o acorde a la época) del II Cuerpo de Ejército.
–En este chalet principal, estaba la patota y en los extremos del predio había cuatro gendarmes de civil que custodiaban.
Lautaro D’Anna es integrante de la Mesa Promotora Quinta de Funes que se creó el año pasado para preservar el lugar. En la recorrida con Rosario3, reconstruye y resume lo que pasó. Un relato que fue probado en los juicios de lesa humanidad. También inspiró libros (el primero y clásico fue “Recuerdo de la muerte” de Miguel Bonasso, en base al testimonio del único sobreviviente adulto del lugar, Jaime Dri), documentales y películas por el peso simbólico de la "Operación México".

Además del chalet principal en el centro del terreno junto a un aljibe, formaron parte del inmueble original los vestuarios linderos a la pileta, un quincho donde funcionó una imprenta y la casa de servicio o del casero, donde estuvieron al menos 17 detenidos, la gran mayoría de ellos siguen desaparecidos.
La casa está entera en sus estructuras pero devastada en su fachada, las aberturas y mobiliarios fueron saqueados y los interiores descuidados o vandalizados. El ingreso lleva a un estar o living comedor con un hogar. D’Anna se agacha, revuelve unas cenizas y habla con Alejandro Geliberti, actor, docente de la UNR y compañero de la Mesa Promotora.
–¿Estás cenizas no estaban el otro día, Ale?
–No, es cierto, estaba limpio el hogar.
–Deben ser los mismos que entraron a la noche.
–Por eso es importante reforzar los cercos y tenemos que pedir cámaras de seguridad, al menos en el acceso.
La sala oficial y la Operación México
Los desafíos del presente para recuperar el sitio se mezclan con las referencias medulares para comprender la trama de lo ocurrido. D’Anna señala ahora la sala contigua.
–Acá estaba la mesa que usaba el general Leopoldo Galtieri cuando venía y donde habló con “Tucho” Valenzuela sobre la Operación México.

Entre septiembre de 1977 y enero de 1978, el futuro dictador Galtieri y su patota quisieron infiltrar a la cúpula de Montoneros en México. El método fue siniestro: buscaron quebrar a Tulio “Tucho” Valenzuela, quien había sido secuestrado en Mar del Plata el 2 de enero de 1978. Junto a su pareja Raquel Negro, embarazada de siete meses, y el hijo de ella de un año y medio (Sebastián Alvarez) fueron trasladados a Funes.
El integrante de la columna Rosario de Montoneros debía viajar a México para entregar a los jefes de esa organización armada (asesinar a Mario Firmenich).
Valenzuela fingió aceptar el pacto. El dilema era muy representativo de lo que se jugaba esa generación atravesada por la violencia política. Si obedecía y cumplía con la misión, podía salvar su vida, la de Raquel y sus hijos por nacer (fueron mellizos). Caso contrario, si se salía del plan, el destino de todos sería el de tantos otros militantes y ciudadanos argentinos: asesinato clandestino y desaparición de los cuerpos. No quedarían ni las tumbas.

Valenzuela viajó con esa carga el 16 de enero de 1978. Se escapó en el DF mexicano de sus vigilantes y avisó a sus contactos de Montoneros lo que ocurría. Denunció a sus captores en una conferencia de prensa.
El teléfono sonó en esta sala que ahora luce semiderruida. Atendió uno de los represores. Eran periodistas del diario mexicano Unomásuno que querían saber de la maniobra y de ese centro clandestino.
La quinta debía desmantelarse.
Habitaciones: hallazgos e incendio
Atrás de ese living con hogar y la sala del escritorio, se pasa a una cocina y un comedor diario. Del lado este de la casa, están las habitaciones y los baños. El Ejército alquiló el lugar a una familia que después vendió a otro particular. Entre el paso del tiempo y las reformas, quedan pocos lugares en donde puedan encontrarse huellas del paso de la patota y los prisioneros.
Sin embargo, la Mesa Promotora inició relevamientos de los distintos rincones y desde mayo de 2024 empezaron a recorrer el predio sistemáticamente. En ese camino, encontraron algunos objetos y los guardaron en una caja.

En una pieza que da hacia la parte posterior, se cayó un revoque de la pared y apareció una carta y una “estampita”, que en realidad es la invitación a un cumpleaños de 15, fechado en 1978.

En uno de los baños, la familia propietaria tenía un jacuzzi que fue desmantelado en los años de abandono (desde la expropiación de 2017 hasta la conformación de la Mesa Promotora a inicio del año pasado).

Otro de los hechos de vandalismo que quedan como marca de ese período es un incendio en la habitación principal que mira hacia la arboleda y la ruta 9. El piso flotante del parquet está muy dañado y las paredes, descascaradas e intervenidas por el hollín.

El objetivo de hallar marcas directas del ex centro clandestino son lejanas. Pero el grupo que cuida el lugar, junto con el área de Memoria de la provincia y la Municipalidad de Funes, buscarán relevar cualquier detalle que pueda ser valioso dentro y fuera del inmueble.
–Acá funcionaron varios pozos ciegos y puede haber algo, algún objeto ahí abajo –especula D’Anna, trabajador social en Juventud de Rosario que hace de guía.
Juan Nóbile, antropólogo que forma parte del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), visitó el lugar y acordaron realizar una geo radarización por el predio. Ese trabajo permitirá detectar dónde hubo modificaciones en el terreno, restos de alguna excavación u otros indicios que puedan aportar nueva información.
Por lo pronto, rescataron la tranquera de madera y el viejo cartel del frente "Casco La Argentina".
Pintada, viejos cerámicos y la vista de Dri
Después de aquel llamado desde un periódico de México, en enero de 1978, el Ejército trasladó a los detenidos hacia la Escuela Magnasco, de Zeballos y Ovidio Lagos, en Rosario.
Ese lugar fue identificado por Jaime Dri, el único de los prisioneros que logró salvarse. A diferencia del resto, Dri fue llevado a la Esma de Buenos Aires, desde donde había llegado a la Quinta de Funes en diciembre de 1977. Estuvo en la zona de vestuarios y podía ver desde una ventana la pileta y una cancha de vóley.

"Yo estuve en esta habitación y había una ventana desde donde podía verse la piscina", declaró Dri en la Causa Guerrieri I, primer proceso oral y público por delitos de lesa humanidad que se realizó en Santa Fe entre agosto de 2009 y abril de 2010.


La piscina aún persiste. Alguien ingresó y escribió con aerosol en el fondo: “No fueron 30.000”. El agua podrida no llega a tapar el negacionismo explícito, que comparten quienes gobiernan el país y algunos voceros locales del olvido.

La estampa de la bicicleta negra, el símbolo que el artista plástico Fernando Traverso creó para recordar a los desaparecidos en Rosario, le sale al cruce desde la pared lateral. Y, en el fondo del parque, en un galpón donde se hacen actividades, hay una respuesta: “Son 30.000”. La disputa por el pasado es parte de un presente continuo.

En uno de los baños, el piso de cerámicos está roto y debajo asoman baldosas más viejas, quizás las mismas que estaban en 1977-78. Es un ejemplo de los estudios, de una arqueología de la clandestinidad, que se harán en las instalaciones, según adelantaron desde la Mesa Promotora y el área de Memoria.

Salvo Dri, los otros detenidos fueron llevados desde la Escuela Magnasco a La Intermedia. A Raquel Negro la hicieron parir en un hospital de Paraná, Entre Ríos.
Según declaró uno de los integrantes de la patota del Ejército, Eduardo “Tucu” Costanzo, fueron asesinados en La intermedia, una casa de Timbúes que pertenecía a uno de los represores condenados, el ex teniente coronel Juan Daniel Amelong.
Costanzo contó en la Justicia cómo llegó el cadáver de Raquel Negro a ese lugar después de dar a luz. "La trajeron en el baúl de un auto, tenía las manos y los pies atados con alambre, y una bolsa en la cabeza", relató.
El represor condenado, que al menos rompió el pacto de silencio de los genocidas, detalló que la patota asesinó uno por uno a los cautivos de dos balazos en el corazón. Apilaron los cuerpos desnudos en una galería, los envolvieron con mantas y los llevaron en un camión Mercedes Benz 608 hacia el aeropuerto, resumió sus dichos la periodista Sonia Tessa en una cobertura de la causa Guerrieri.
Las víctimas fueron: Eduardo Toniolli (padre del diputado nacional), Fernando Dusex, Carlos Laluf, Marta María Benassi, Jorge Novillo, Stella Hillbrand de Del Rosso, Miguel Angel Tossetti, Oscar Daniel Capella, Ana María Gurmendi, Pedro Retamar, María Adela Reyna Lloveras, Liliana Nahs de Bruzzone, Teresa Soria de Sklate y Marta María Forestello.
Una imprenta clandestina
Antes de secuestrar, torturar, violar, robar bebes, matar y desaparecer cuerpos, la dictadura planteó la existencia de una “guerra” en donde el otro no era un ciudadano sino un “terrorista” que debía ser aniquilado. Es cierto que existían organizaciones armadas o guerrilleras pero en lugar de detener e investigar sus delitos, el Estado desplegó un accionar criminal coordinado que además de violar derechos humanos impidió la realización de juicios que pedían (piden hoy todavía) las víctimas de Montoneros o el ERP.
El “plan sistemático”, que impidió ese proceso por su carácter clandestino, contaba con algunas herramientas para justificar su accionar represivo ilegal ante la población. Imprimir panfletos políticos falsos para adjudicarlos a Montoneros fue parte de la “inteligencia” o las “acciones psicológicas” del Ejército. Eso, según denunciaron organismos de derechos humanos, se hizo en una imprenta que estaba en el quincho de la quinta. Un viejo vicio, ese de infiltrar o difundir folletos apócrifos.

La marca del “terrorista” que habilitaba su deshumanización se extendió a dirigentes sindicales, obreros, estudiantes, artistas, intelectuales y cualquier persona que el régimen señalara como “subversivo”. La carga se invirtió. Si alguien desaparecía en esos años, “algo habrá hecho”.
El quincho es un espacio que hoy está desprotegido, sin aberturas, lindero a un parrillero que se usaba en aquella época, siempre según los datos históricos que constan en las causas judiciales y en las distintas investigaciones y archivos.
La casa de los detenidos
Detrás del chalet principal y frente al quincho, se ubica el cuarto sector histórico del inmueble. Es casa de servicio o del casero y fue donde estuvieron los detenidos desaparecidos de la quinta.

Son tres piezas pequeñas con paredes blancas, entre despintadas y rajadas. En la mampostería asoman marcas difíciles de vincular con aquellos prisioneros, vinculados a Montoneros y que habían sido torturados de forma previa en otros sitios del circuito del terrorismo de Estado.

En la película “Operación México, un pacto de amor” (2015), que está basada en el libro de Rafael Bielsa “Tucho. La Operación México o lo irrevocable de la pasión”, a Raquel Negro se le ubica sola en una habitación. Según el resumen de D’Anna, el lugar estaba dividido en una pieza para las parejas y otra para solteros.
Ese ficción basada en hechos reales ofrece un relato lineal en donde los mártires e íntegros quedan de un lado y, del otro, los "traidores" y "cagones", como dicen los personajes de Tucho, María (Raquel Negro) o el Pelado (Jaime Dri).
Los propios hijos Valenzuela-Negro aclararon en una carta pública posterior que "ese centro clandestino de detención no funcionó con la modalidad de torturas y tormentos que se desplegaban en la gran mayoría, sino que operó bajo un régimen represivo y perverso diferente que pretendía que los detenidos modificaran sus identidades políticas, plegándose a la propuesta de Galtieri de conformar un partido con cuadros revolucionarios «recuperados» y militares con futuros fines eleccionarios".
Esos militantes ya habían sufrido "la maquinaria del horror traducida en torturas inhumanas y en el hecho de tener a sus familias vigiladas y amenazadas". Por eso, rechazaron esa "lógica binaria de mártires y delatores" y destacan que el detenido en un centro clandestino que “entra víctima, sale como víctima”.

El galpón y el nieto que falta
Hacia la salida trasera del parque, por la calle José Ingenieros, los dueños posteriores del predio (la familia Ferroni) construyeron un galpón de 400 metros cuadrados. Ese lugar no forma parte del circuito histórico y será reutilizado para las oficinas y un Sum del futuro espacio.
En la licitación de ese proyecto, que se anunciará el martes 1° de abril en el acto oficial de la provincia por el Día de la Memoria, también se construirá un anfiteatro para 80 personas en la arboleda que da hacia la ruta 9.

Después de aquella operación de inteligencia militar fallida, Tulio Valenzuela fue degradado de rango por los jerarcas de Montoneros y volvió ese mismo año 1978 a la Argentina en la denominada ”Contraofensiva”. Antes de volver a ser detenido, se habría suicidado con una pastilla de cianuro.
Mirá también
Jaime Dri dio testimonio varias veces. Llegó a hablar con la Mesa Promotora el año pasado vía zoom pero falleció en Panamá a inicios de marzo.
El hijo de Raquel que estuvo en la Quinta de Funes fue entregado a sus abuelos. En diciembre de 2008, Abuelas de Plaza de Mayo informó la recuperación de uno de los mellizos que dio a luz en Paraná antes de ser desaparecida. Sabrina Gullino Valenzuela Negro nació en el Hospital Militar de Paraná y es la nieta 96. Falta encontrar a su hermano mellizo.

En la serie "Un aire a vos. Los nietos que buscamos", dirigido por Florencia Castagnani, Sabrina cuenta esa búsqueda con sus otros hermanos, Sebastián Álvarez y Matías Espinosa. También el documental “Tres cosas básicas”, de Francisco Matiozzi Molinas, reflexiona sobre esa época a partir de la historia de Valenzuela-Negro.
Mirá también
De cara a los 50 años del aniversario del golpe de Estado, la Mesa Promotora Quinta de Funes, el área de Memoria Democrática del gobierno provincial y la Municipalidad impulsan la conversión del lugar en un Sitio de Memoria abierto de la comunidad. El objetivo es claro: narrar a las nuevas generaciones el terrorismo de Estado para que no vuelve a ocurrir.
