Faltan cinco minutos para las 10 de este lunes 2 de mayo y Fernando Vitale, ex combatiente de la guerra de Malvinas, está ansioso en la puerta del cementerio El Salvador. Decir que desde las 9.45 espera al hijo de Felipe Santiago Gallo, el cabo que falleció hace 40 años después del hundimiento del General Belgrano, es tan cierto como falso. Con su búsqueda y su empuje, Fernando generó y sueña con este momento desde hace meses, años. Todo en este atípico “funeral de honor”, que reúne a una familia disgregada, a veteranos de todo el país que vienen a contar su historia y a funcionarios, tiene esa profundidad. Una densidad de dolores y olvidos que hoy se escenifica como su antídoto: con memoria, mucha emoción y también un mensaje colectivo.

Ahora faltan tres minutos y Fernando, al lado de su compañero Miguel Soto, mira de nuevo la hora en su celular. Por fin llega un auto y él baja la escalinata del frente de El Salvador, sobre Ovidio Lagos. 

–¡Ahí viene!

Corre una valla para generar un estacionamiento extra en la puerta. Los ocupantes se bajan: el más grande es Santiago, el hijo de Felipe que tenía 9 meses cuando su padre falleció en el sur y su mamá se lo llevó a Buenos Aires a empezar una nueva vida. Los otros tres son sus hijos, los nietos del cabo electricista, de 16, 14 y 13 años. Dirán poco a lo largo del acto pero ellos también, a su manera, le marcaron el camino a su padre para este reencuentro con su abuelo y con los Gallo.

–Mucho gusto, soy Santiago– estira la mano el hijo de Felipe Gallo. El hombre de 40 años encara la situación como puede, con una entereza que irá cediendo a las oleadas de recuerdos y ofrendas. Fernando Vitale la aprieta pero después lo conduce a un abrazo. Saluda también a los chicos.

Adentro, al fondo de una calle interna del cementerio, en el Paseo de los Ilustres, está todo listo para ellos. La guardia de honor que trajo el patrullero ARA King el sábado pasado está posicionada (gracias un capitán rosarino que se enteró de la historia). Doce uniformados de la Armada con sus armas y un trompa para el minuto de silencio. Encabezan desde el intendente Pablo Javkin al viceministro de Defensa nacional, Sergio Rossi. Y entre los muchos veteranos de guerra presentes hay uno que tiene una foto muy especial.

Alan Monzón/Rosario3

Los cuerpos

Santiago, el hijo de Felipe, camina por el cementerio donde está enterrado su padre, uno de los pocos 323 héroes del General Belgrano cuyos restos descansan en su ciudad y no en el fondo del mar junto al crucero hundido por un submarino inglés, un 2 de mayo de 1982. El cabo electricista fue rescatado el 3 de mayo de una de las balsas con sobrevivientes, por Fernando Vitale entre muchos otros, pero falleció dos días después por las graves heridas.

Santiago fue criado por su madre y Miguel, a quien considera su padre desde los 3 años. Miguel lo acompañó a este lugar varias veces pero hace muchos años que no venía. Mientras avanza vienen a saludarlo sus familiares, a la mayoría no los conoce.

–Hola yo soy tu prima Natalia.
–Hola, ellos son mis hijos. Saluden chicos.

–Yo soy tu tío, Jorge –se presenta el hermano de Felipe con un tembladeral de sensaciones que no lo soltará en todo el acto.
–Un gusto.

Se abrazan. Viene también Norma Gallo, la hermana de Felipe que encontró Fernando Vitale después de buscar varios años y quien le mostró el nicho 385 que estaba olvidado en el subsuelo de este cementerio. Aquel día a principios de este año se germinó este encuentro, cuatro décadas postergado.

–Es un honor para mi estar acá y que me hayan contactado –dice Santiago rodeado de cámaras y uniformes que lo toman por sorpresa– pero no quiero demorar el acto.
–Acá la figura es tu familia, este reencuentro –lo tranquiliza Fernando Vitale.

El hijo del soldado caído, del héroe recién ahora mencionado, hace un gesto como que acepta el honor, y siguen los saludos. Cuerpos que se conectan de una manera u otra, aunque a veces no sepan muy bien qué decir.

–No se puede hablar.
–Cerramos una parte de la historia.

Una de las hijas de Norma Gallo, que tiene 30 años y acaba de conocer a su primo mayor, se recompone un poco y define: “Hay mucha sanación acá”.

Alan Monzón/Rosario3

Una foto desde San Juan

 

El viernes pasado a la mañana sonó el teléfono en la redacción de Rosario3. Un hombre decía llamar desde San Juan. Le había llegado la nota del anuncio del "funeral más largo" por Felipe Gallo publicada el día anterior. “No he dormido en todo la noche después de leerla”, dijo y se presentó: Rodolfo Cordiglia, camarada y amigo de Felipe.

Rodolfo aseguró que él era el “último eslabón de la historia de Gallo”. Eran amigos de la escuela. Se habían tomado un café antes partir a la guerra en dos barcos distintos. Felipe le llegó a contar que había sido padre. Lo volvió a ver después del ataque al Belgrano, cuando llegó muy mal herido al buque hospital Bahía Paraíso, donde él estaba.

Después de decir eso por teléfono, el viejo amigo adelantó que quería viajar a Rosario para ser parte del acto y pidió contactos. “Quiero contarle esto al hijo”, anticipó. Pero como había sido operado tres días antes dependía del alta médica. 

Al final, el lunes llegó y Rodolfo, de 64 años, apareció en la ciudad con su brazo derecho entablillado. Su hijo, de 24 años, tuvo que ayudarlo a la mañana porque le sangraba.

Ahora, cuando le toca a hablar en el acto a las 10.30 y recuerda que Felipe le había manifestado su alegría por haber sido padre, a Santiago Gallo le terminan de bajar las defensas y se quiebra. “Quiero decirte que lo último que dijo en el barco herido fue tu nombre”, le revela. 

Alan Monzón/Rosario3



Rodolfo saca una foto que él mismo había tomado a Felipe en el crucero Belgrano meses antes (en 1981) y se la entrega. Se encuentran en un abrazo cargado por 40 años en el centro de la escena y detrás de ellos, algo escondido, en una segunda fila entre los ex combatientes, Fernando Vitale también es pura lágrima. 

“Proa a la eternidad, buenos vientos, descansa en paz Felipe”, cierra el veterano sanjuanino a un costado del monolito con la foto del soldado y del crucero Belgrano que contiene la urna con las cenizas.

El hilo invisible de Malvinas

 

Después del “o juremos con gloria morir” del himno y el minuto de silencio de la guardia de honor de la Armada, empiezan los discursos en el Paseo de los Ilustres. Rubén Rada, titular de la Federación de Veteranos de Guerra de Santa Fe, recuerda que el Reino Unido dio la orden de atacar al General Belgrano en medio de negociaciones diplomáticas y mató a 323 argentinos porque “el imperio nunca le paga a sus plebeyos ni devuelve favores y va por sus recursos naturales”. 

Pide a los dirigentes tener presente ese concepto y también que Gallo, “este pibe, juró defender la bandera y cumplió su palabra empeñada”. Por todo eso, afirma, “Malvinas une y es de la causas comunes que tenemos”. 

Además de Rodolfo Cordiglia de San Juan habla Pedro González, un suboficial retirado de La Rioja. “Felipe era un niño grande”, grafica sobre el héroe que tenía apenas 23 años cuando murió.

“Las ideas colectivas salvan a la humanidad”, se suma el secretario de Cultura Dante Taparelli, quien tuvo la idea de trasladar los restos de Gallo a este Paseo de los Ilustres. Argumenta su “deber de poner en escena” esta “etapa de reconstrucción” y saluda la presencia “del Ejército de San Martín junto al pueblo”.

Alan Monzón/Rosario3


María Eugenia Schmuck, presidenta del Concejo que habilitó en tiempo récord los trámites formales para este encuentro (junto a Norma López y Mónica Ferrero, de tres partidos distintos) , reivindica “la construcción de memoria” y también “nuestros derechos soberanos sobre Malvinas”.

El viceministro de Defensa Sergio Rossi es preciso al hablar de un acto “hecho de a pedacitos y por agregación” de voluntades. “Nos quieren hacer creer que somos individualidades”, plantea y rompe con esa idea al defender las nociones de pueblos y naciones que luchan por sus memorias.

Dice que “esto tiene sentido no solo por los 40 años de Malvinas sino por tres siglos de legitimidad de un reclamo”. “En 1800 Argentina no tenía en las islas apenas un campamento ballenero como dicen, era una ciudad con autoridades y fue usurpada por Inglaterra”, marca.

También el intendente Javkin refuerza esa idea. Lo hace al nombrar a los presentes y contar que, por ejemplo, el diputado nacional Eduardo Toniolli “tiene tatuada en la piel las islas”. Reconoce que como todos se emocionó por la foto de Gallo entregada al hijo pero, al mismo tiempo, observa como deuda de una sociedad: “Cuánto tiempo tuvo que pasar”.

Javkin anuncia que el 2 de mayo se agregará al calendario oficial de homenajes por Malvinas con un acto frente al monolito de Felipe Gallo. Coincide que existe “un hilito invisible, como un conector” en torno a la soberanía de las islas y lamenta el “cinismo” que reaparece y plantea que “Malvinas no es importante”. “Los ritos ponen a las cosas en su lugar”, señala como contracara.

Los héroes

 

Fin del acto. Los veteranos llegados desde diversos lugares se sacan fotos. A 40 años del hundimiento del Belgrano, la historia les abrió una dimensión reparadora. Ninguno de ellos puede evitar las muertes de una guerra que no decidieron. Ni cambiar el destino de Malvinas ya mismo. Pero pueden estar acá y hacer esto.

Los familiares se saludan. Se reconocen. Santiago Gallo confiesa sus resistencias al viaje que hizo desde Lanús. El empujón que necesitaba se lo dieron sus hijos. Cuando Malena, que tiene 14, eligió su buzo para el viaje de egresados se puso el número 82. Su padre no entendió por qué. “Es el año de la muerte del abuelo”, lo sorprendió ella.

Así de presente tenían la historia de Felipe Santiago Gallo. Cuando se enteraron del acto le dijeron que querían estar. “Sabemos quién era y lo que pasó pero no tanto. No hablamos mucho de eso. Es la primera vez que venimos a Rosario y estamos acá”, cuenta Lorenzo, el más grande.

“Sí, la verdad es que ellos empujaron, yo tenía un poco de miedo y no me esperaba todo esto”, reconoce el papá. 

Al final de todo tendrán un rato para ellos. El ritual habrá hecho lo suyo. Ya no serán los mismos. Lo no dicho por tantos años mutó a un reconocimiento oficial. El dolor soterrado salió con palabras en un acto colectivo. Quizás para eso sirvan los héroes.

Alan Monzón/Rosario3