Un héroe de Malvinas será reconocido en el cementerio El Salvador de Rosario el próximo lunes de 2 de mayo a la mañana. Habrá enviados de la Armada desde Buenos Aires y un barco amarrará frente al Monumento con una guardia de honor; habrá hermanos del soldado fallecido y un hijo que fue bebé allá lejos pero ahora tiene 41 años; habrá funcionarios y ex combatientes de la guerra.
El acto cerrará una larga historia que empezó en 1982 cuando un torpedo del submarino británico Conqueror impactó en el crucero ARA General Belgrano. A las 16.01 del 2 de mayo de aquel año, la explosión en la zona de la sala de máquinas, justo en un cambio de guardia, mató a 323 tripulantes de ese barco. La mitad de todos los argentinos muertos en combate: 649.
El cabo electricista Felipe Santiago Gallo logró salir del Belgrano como un fantasma. Un fantasma vivo que fue rescatado de una balsa después de naufragar en una tormenta helada del mar austral. Pero las heridas fueron demasiado graves y murió dos días después. Esa condición, la del salvado y fallecido en un mismo hecho, la del caído que no está en el fondo del mar con sus compañeros, generó un entremadado de confusiones y dolores profundos que recién ahora empieza a desanudarse.
Dos semanas antes
–Nos avisaron de la Armada que van a venir de Buenos Aires para hacer un funeral con todos los honores pero no sé quién está organizando esto –dice a Rosario3, entre entusiasmado y confundido, el secretario de Cultura Dante Taparelli.
Taparelli tuvo la idea de trasladar los restos del soldado rosarino Felipe Gallo al Paseo de los Ilustres de El Salvador, pero el acto de exhumación creció con el paso de los días como si tuviese vida propia.
Las voluntades se fueron sumando. No todas con el mismo enfoque: para la Armada es un símbolo de los héroes de Malvinas que está en tierra argentina; para el secretario de Cultura, de los pibes que fueron arrancados y llevados a una guerra sin siquiera decidir si querían ser héroes.
Durante demasiado tiempo el nicho número 385 del subsuelo del cementerio estuvo olvidado. Más bien desconocido, salvo para su familia que no tuvo contacto con el Centro de Ex Combatientes de Malvinas local.
La tumba de la víctima del Belgrano recién fue recuperada este año, después de una búsqueda que hizo Fernando Vitale, un ex combatiente que participó del rescate de los naúfragos desde el buque destructor Piedrabuena. Fernando un día recuperó una capa de memoria perdida y tiró de ese hilo.
Tres semanas antes
–Encontramos al hijo de Felipe. Parece que va a venir al acto –celebra Fernando Vitale.
Dice también que entre otros lo llamó Enrique Moreno, un compañero desde Mendoza, ex electricista de la Armada. Sonó el teléfono y el otro emocionado, entre llantos, le dijo que había leído la historia de Gallo y quería viajar a ser parte del acto de homenaje en Rosario. Le gustaría contarle al hijo lo que él vivió junto a Gallo los últimos minutos antes de que el barco se hundiera. Algo que, le confesó, nunca pudo sacarse de la cabeza.
Otra comunicación se produce en paralelo. El capitán de la Armada Sergio Tejeda también escuchó el testimonio de Fernando en el podcast de Rosario3 por los 40 años, del 2 de abril. Se emocionó y cómo es rosarino pensó que había que hacer algo. Habló con el contraalmirante Claudio Gardenal, comandante del Área Naval Fluvial, también oriundo de la ciudad, quien activó el “protocolo de funeral de honor” para Gallo. Después, llamaron a Taparelli y lo sorprendieron con la iniciativa. El buque patrullero King traerá a la ciudad una guardia de honor.
Cuatro meses antes
La pandemia lo detuvo todo. Incluso la visita al nicho donde descansa el cabo rosarino en el cementerio El Salvador. Norma Gallo, la hermana de Felipe, accedió a mostrarle a Fernando donde estaba la tumba. El ex combatiente había iniciado la búsqueda de familiares del caído en 2018. Después de encontrar a una de las hermanas, pensó que podían sumar ese lugar a otros simbólicos que ellos se encargan de cuidar y mantener en buen estado, quizás pintarlo o ponerle alguna ofrenda.
Cuando comienzan a bajar, las luces titilantes de los tubos fluorescentes, las flores marchitas y el rincón solitario del nicho 385 tocan una fibra sensible de Fernando. Los que sobrevivieron a la guerra tienen eso, un automandato: pelearle al olvido metro a metro para no que se lleve a ninguno de los que murieron en las islas del sur.
Entonces se contacta con Dante Taparelli que es secretario de Cultura pero es mucho más que eso en esta historia. Es un apasionado por los “museos de las memorias”, como define a los cementerios. Él entierra los imaginarios tétricos y el miedo occidental alrededor de los camposantos y planta una idea: ahí están los que hicieron las ciudades, los que pusieron los adoquines, los artistas, los que amaron, se emborracharon y un día se fueron, como todos.
Dante acompaña a Fernando a El Salvador. El secretario ve la tumba en el subsuelo y después lo lleva a caminar por el lugar que tanto conoce e investiga. Lo hace avanzar por un camino flanqueado por tilos, pasa por una callecita custodiada por dos esculturas de ángeles y cuando llega a un lugar de mausoleos distinguidos le dice:
–Este es el Paseo de los Ilustres y Felipe va a estar acá.
Seis meses antes
En Buenos Aires, sin conexión aparente con la búsqueda de Fernando Vitale, el ex teniente de navío Enrique Martínez va a comprar un auto a una concesionaria porteña. Juntos en el buque destructor Piedrabuena, tanto Martínez como Vitale participaron en 1982 del rescate de los náufragos del crucero General Belgrano. Desde aquel 3 de mayo y durante varios días sacaron del mar a los sobrevivientes que flotaban en balsas.
El ex teniente Martínez era el encargado de enviar las listas de los fallecidos y los vivos, para luego contactar a los familiares desde Buenos Aires. Recibió los nombres y los envío, sin mayores aclaraciones del estado de salud. Felipe Gallo fue rescatado vivo pero murió dos días después. Eso conmocionó aún más a la familia.
Después de la guerra, un amigo le reveló el sufrimiento adicional que había generado esa lista a la familia Gallo. Martínez nunca pudo sacudirse esa culpa del cuerpo. Durante 40 años le pidió perdón en silencio al cabo rosarino. Se detenía en cada mausoleo de Malvinas, buscaba el nombre y se disculpaba. Pero nunca buscó a los familiares.
Con esa mochila íntima, Martínez va a comprar un auto a fines de 2021. En el papeleo con el empleado surge el dato que él es un veterano de Malvinas y se inicia una charla casual.
–Ah, yo tenía un tío que fue veterano –le dice el joven.
–¿Y qué le pasó?
–No, él murió.
–¿Era de la Marina, de la Aeronáutica o de la Fuerza Aérea?
–Era de la Marina y murió en el crucero General Belgrano.
–¿Y de qué murió?
–No se hundió en el crucero, fue después, por las quemaduras de la explosión.
En ese momento, las cuatro décadas de desasosiego se transforman en un resorte que eyecta hacia arriba a Martínez y el hombre de 70 años puede decir en voz alta:
–¡Felipe Santiago Gallo!
–¡Sí, es mi tío!
Esa noche, entre sueños, el ex teniente del Piedrabuena siente que Gallo le envío un mensaje: “Te voy a perdonar, te voy a presentar a mi sobrino y vas a hablar con mi hermana y le vas a pedir disculpas”.
El lunes 13 de diciembre a la tarde, llama a Norma Gallo, la hermana de Felipe. Los dos están tan emocionados que a Norma le cuesta entender ese pedido de disculpas macerado por cuatro décadas.
Cuatro años antes
El Senado de Santa Fe realiza un homenaje a los 51 fallecidos de la provincia en las Malvinas. Un diploma de honor entregado a familiares en noviembre de 2018. Pero no hay nadie para recibir el del soldado Felipe Santiago Gallo.
El eco de ese nombre activa un recuerdo dormido en Fernando Vitale. Lo lleva a los días del rescate de los náufragos del crucero Belgrano en el mar congelado del sur. Otra vez el olvido, ese enemigo persistente. Se queda con el diploma de Gallo y se propone encontrar a algún familiar para entregar ese reconocimiento oficial, tan retaceado los primeros años de posguerra con la “desmalvinización”.
40 años (menos dos días) antes
En el destructor Piedrabuena, Fernando ve a uno de los jóvenes sacados de las balsas muy mal herido. Lo llevan en camilla con gestos de dolor en su cara para ser trasladado en helicóptero a un buque hospital. Las quemaduras son demasiado graves para ser atendidas en la pequeña guardia.
El movimiento genera curiosidad y algunos marinos se acercan a ver. Alguien le dice.
–Ese es Gallo, el rosarino.
Fernando tiene 18 años y es un suboficial electricista. Dejará la Armada después de la guerra y nunca volverá a pensar en eso hasta un lejanísimo acto en Santa Fe.
40 años (menos un día) antes
Ya pasaron 24 horas del SOS que emitió el crucero General Belgrano en la tarde del 2 de mayo y aún no hallaron sobrevivientes. Por su rol de electricista Fernando Vitale anda por todo el barco. Está justo al lado del compañero que mirá el radar y que descubre un montón de puntitos en el mar.
–¡Ahí están!
Son las balsas del Belgrano con sus compañeros. La tormenta se los llevó a 100 kilómetros al sur del lugar donde el crucero se fondeó con más de 300 cuerpos.
A la tempestad feroz, con olas de ocho metros que ladean la nave de un pico a otro, se suman las temperaturas bajo cero. El Piedrabuena es un destructor con cañones y lanzatorpedos que no está preparado para salvar vidas. No es sencillo levantar a esas personas del agua.
En cubierta, los oficiales a cargo toman nota de quienes suben con vida y quienes no lograron superar el frío o las heridas. Las listas con esos nombres la recibirá el teniendo de navío Enrique Martínez y reenviará a Puerto Belgrano. Felipe Gallo: vivo. No hay aclaración de “herido de gravedad”, por ejemplo. La guerra prescinde de los detalles.
40 años antes
En medio del cambio de guardia de las 16 del domingo 2 de mayo de 1982 explota el primer torpedo del submarino inglés Conqueror en la zona de la sala de máquinas del General Belgrano. Un segundo impacto sacude la proa. El crucero se convierte en un hormiguero humeante.
Felipe Gallo sale como puede hacia cubierta. Miguel Soto, un rosarino que acompañará 40 años después al cementerio El Salvador a Fernando Vitale, lo ve en estado de schock, sin ropa y quemado. Lo asiste Enrique Moreno, el mendocino que también es electricista. Lo abrigan, le ponen un salvavidas y lo acercan a la zona de enfermería, antes de embarcar en una de las balsas de emergencia porque el Belgrano se hunde.
Moreno se mira las manos. La sensación de la piel de otro sobre su piel se le quedará para siempre. Muchos años después, 40, lo hará querer viajar desde Mendoza hasta Rosario para asistir a un funeral de honor.
Soto y Moreno serán rescatados por Fernando Vitale, Enrique Martínez y los tripulantes del Piedrabuena y otros tres buques que participaron de esa acción (salvaron 770 vidas en total).
Los padres de Gallo no se recuperarán del golpe. Morirán años después. La viuda de Gallo, con 18 años, y su hijo de 9 meses se van a vivir a Buenos Aires. Felipe dejará a una hermana melliza, Teresa, y otros dos hermanos Jorge y Norma.
Se dejarán tentar un poco por el olvido. Pero la historia nunca se irá del todo. El tiempo hará con los recuerdos lo mismo que el viento con las hojas caídas. Y un 2 de mayo de 2022 se encontrarán, empujados por una fuerza que los excede, con encuentros casuales, llamados telefónicos y abrazos, en un acto muy especial.
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