A las 7 de la mañana, cada día, todo vuelve a empezar. Solo cambia el nombre del grupo de Whatsapp. En lugar de “14/07/23” pasa a “15/07/23”, por ejemplo. El coordinador de la División Científica Forense de la Policía de Rosario es el administrador y se encarga de que todos los jefes formen parte. El oficial de guardia atiende los llamados telefónicos por distintos hechos, de robos simples a homicidios, y comparte la información. Ese circuito es supervisado por el jefe regional de Criminalística, Hugo Mendieta, y también la directora provincial del área, Cecilia Bartolini. Las actuaciones se acumulan, de a 20, 30 o más en los celulares. Doce horas después, a las 19, cambia el turno. Un segundo coordinador de guardia abre otro grupo de Whatsapp (15/07/23 turno noche) y otro oficial se hace cargo de recibir las urgencias. El personal se renueva pero la maquinaria, dentro de la Agencia de Investigación Criminal (AIC), nunca se detiene.

No hay investigación sin burocracia formal, y la policial es la más compleja y pulida. No existe otro ente del Estado tan dinámico, en permanente movimiento y que acumule tanta información: pruebas relevantes e inútiles. Cada detención, balacera o crimen, cada violación, fuga de presos o amenaza, tiene su equipo de investigadores que abre un expediente y reúne fotos, videos, planos, informes de balística y de laboratorio. Las secciones como Dactiloscopía, Rastros o Scopometría conforman sus actas y todo se vuelca o resume en un “acta madre”, cuando el caso lo amerita. El despliegue simultáneo servirá para esclarecer un hecho y hacer justicia o para nada en absoluto. 

Los integrantes del gabinete de la AIC no saben cuál será el resultado de lo que hacen en esta noche lluviosa en la ciudad de Rosario, la más violenta del país, con un récord de 287 homicidios registrado en 2022. Este año amenaza con superar esa marca: 153 asesinatos hasta la semana pasada. Ni el fotógrafo y ni el perito de balística que levanta los casquillos de las balas sobre el pavimento, ya marcadas con un círculo de tiza, saben el destino de estas actuaciones que son cada vez más. Cumplen su rol.

Este 2023 no mejoró esa deriva que multiplica por cinco la tasa de asesinatos nacionales (22 cada 100 mil habitantes en Rosario y 4,2 en Argentina). Febrero y mayo contaron más crímenes que días. Una madrugada de abril, el gabinete de criminalística extremó sus esfuerzos al límite para atender tres crímenes en apenas una hora en la ciudad. Hubo un cuarto en Roldán. 

Los homicidios en Rosario ocurrieron alrededor de las 2 en tres barrios distintos. Los peritos terminaron de levantar las pruebas a las 7 en el último de los casos, al filo del cambio de turno. El martes de la semana pasada, 4 de julio, volvió a ocurrir (uno en Granadero Baigorria, dos en Rosario y otro en Villa Gobernador Gálvez, entre las 21 y las 22.30). No hay recurso humano que resista tanta violencia.

“Estamos formando nuevos coordinadores, fotógrafos y levantadores biológicos para reforzar pero tenemos un solo médico forense por turno, y en los homicidios no se puede levantar el cuerpo del lugar hasta que llegue el profesional”, explica Hugo Mendieta, jefe del departamento Rosario del gabinete, mientras la llovizna moja los chalecos azules con la inscripción AIC en amarillo.

La noche en que Rosario3 acompaña el trabajo de ese equipo en calle recién empieza. La primera salida en el mini bus azul y ploteado es por una balacera al frente de una casa por calle Bordabehere, en el barrio Ludueña. El blanco del ataque está vinculado a un testigo protegido de una causa sensible pero no hay mucha más información disponible ahora. También trabaja en el lugar otro equipo: son del departamento de Inteligencia de la AIC. Charlan entre ellos, cruzan datos entre las dos divisiones, se piden reserva, pero todo se interrumpe de golpe.

–Tenemos otro hecho.

–¿Ahora?

–Sí, ahora, frente a la 20.

Terminan de sacar las fotos y marcar los lugares donde impactaron los proyectiles. No hay nadie en casa o no responden. La coordinadora del gabinete reúne datos para el acta y todos salen rápido para otra balacera, justo en la esquina de la comisaría de Carrasco y Teniente Agneta. 

En una ochava están las vainas servidas, sobre la vereda. Del otro lado de la calle está la seccional, vallada por amenazas y lindera a una escuela. Más que un escudo, una confesión de impotencia. Antes de levantar el residuo de la balacera, el perito de balística encierra la evidencia en un círculo de tiza y le pone un cartelito con un número. Una, dos, tres, cuatro y cinco.

Después se suma el fotógrafo y registra cuando el perito, uno de los integrantes del grupo que está en formación, la levanta con su mano derecha cubierta con un guante. Muestra el proyectil de frente y de culata. El plano incluye, de fondo, la identificación (el número asignado). Pone la vaina dentro de una bolsita de nailon con cierre que ellos mismos fabrican. La AIC compra el material a granel y lo preparan.

Repiten el procedimiento una, dos, cinco veces. La escena transcurre sin tensión. No hay testigos ahora pero la versión es que dos pibes en moto dispararon al aire. Una vecina saca desde el techo una foto que ilustrará las notas policiales del día siguiente. La balacera anterior, en cambio, no se difundirá ni trascenderá.

Sin tener idea de qué pasó en un lugar, los peritos deben saltar a otro con tantas preguntas sin responder como en el anterior. No hay dilema en eso. La secuencia sinfín de violencia es demasiado evidente como para no entender: el sistema no puede detenerse. Si hay heridos serán atendidos en su mayoría en el Heca. La investigación quedará en manos de los fiscales de la Unidad especial de balaceras, una rareza bien rosarina. Los presos serán derivados al sistema penitenciario, con su extraña fórmula de celdas que no detienen. Pero todo eso, ese universo denso colmado de fracasos, será tarea de otros.

Mala puntería

 

Según informó el Departamento Criminalístico Región 2 de la AIC a Rosario3, los heridos por disparos llegaron a 870 el año pasado y se registraron 257 en los primeros cinco meses. Los "abusos de arma de fuego", es decir las balaceras sin víctimas, fueron 528 en todo 2022 y en apenas cinco meses de 2023 se contaron 501. 

Un promedio de cien ataques por mes, más de tres por día, que como no genera lesionados o fallecidos no suelen ni siquiera ser noticia. Pareciera que se trata de una cuestión de puntería, sobre todo con el dato de las balaceras, que hasta mayo de 2023 casi que equiparó a todo el período anterior.

Los datos indican, además, que hasta el 9 de julio pasado hubo 153 homicidios, una tendencia que supera al pico de 2022. Junio dio un respiro con doce casos cuando el promedio estaba arriba de 20 por mes. Pero en julio volvió a subir. “A veces parece que baja pero de golpe se ponen al día con tres o cuatro homicidios en 24 horas, el promedio es de casi un hecho por día”, ironiza un perito de calle que sostiene guardias de doce horas.

Archivo Rosario3

Con menos debate público, los suicidios ascendieron a 460 el año pasado, a la salida de la larga pandemia. Hubo 173 personas más que se quitaron la vida frente a las que fueron asesinadas. El título de “violencia narco” resume pero también simplifica un drama más denso en la ciudad rota. 

El gabinete de la AIC también acude a las escenas de esas decisiones trágicas para determinar si fueron víctimas de una agresión o no. Este año, de enero a mayo, ese registro bajó a 54, es decir unos 11 por mes cuando el año pasado eran 38, más de tres veces menos. “Pero el problema es a fin de año, sobre todo con las fiestas”, señala un médico forense del gabinete.

Las "actas madre" que realiza el coordinador de la guardia de Criminalística de la AIC con un resumen de todo lo actuado fueron 738 en 2022 y 399 hasta mayo.

"No se hacen actas por todos los hechos, hay 60 comisiones en 24 horas, tendría que haber 60 actas madre. Cada perito hace su parte pero no en todos los hechos se confecciona un resumen con todo el despliegue", explica Cecilia Bartolini, la jefa de la AIC que cada doce horas ve cómo se inaugura un grupo de Whatsapp. 

Una estructura al límite

 

La Dirección de Criminalística de la AIC se divide en cinco regiones de Santa Fe. Cada una contiene distintas unidades por ciudades y pueblos. La División Científica Forense de Rosario incluye a 250 agentes, entre peritos de calle y administrativos. Su base principal funciona en la Jefatura de Ovidio Lagos al 5200. Se divide en el área “pericial” y “documentalógica”.

Un sector clasifica y ordena los antecedentes penales en expedientes que se guardan en el “Archivo general”. Existe, en paralelo, un índice para poder encontrar ese universo de datos de la historia del crimen. 

A las escenas de los hechos van los gabinetes de la AIC. El equipo completo está integrado por un oficial de guardia que recibe los llamados, un perito de fotografía y video (“son los ojos de la Justicia para documentar todo lo que hacemos”, describe la jefa provincial), otro de planimetría, de balística, un levantador de huellas digitales y de rastros biológicos (sangre, semen, bellos, pólvora en manos), médico forense, coordinador y chofer (armado y con chaleco después de una serie de ataques en zonas hostiles).

En los casos graves se movilizan todos, en otros menores van solo algunos: fotógrafo y chofer son una fija, también balística si hubo uso de arma de fuego.

Archivo Rosario3

El área de investigaciones tiene una particularidad. Se dice que “persigue” al crimen y es exacto. Corre desde atrás. El jefe de la regional Rosario, Hugo Mendieta, mueve fichas dentro de sus recursos limitados para mejorar esa dinámica. Capacita coordinadores y peritos pero los médicos forenses tienen procesos más largos de incorporación.

La AIC debe, además, adaptarse. Mendieta ofrece un ejemplo concreto: tuvo que sumar personal, armar un tercer gabinete corto y escalar su ingreso. Un grupo entra a las 18 a pesar de que el otro se va a las 19. La tardecita se había convertido en un horario crítico donde caían muchas balaceras y la transición era un lujo que no podían darse. 

“Acá se prende fuego todo a las 19 y se puede calmar recién a la 1 o 2, depende del día”, graficó uno de los investigadores consultados.

Otro ejemplo de la dinámica cambiante de las pesquisas es la “apuesta” en Scopometría. Podría pensarse a esa sección de calígrafos como algo menor: un par de técnicos que verifican si unos billetes o títulos de propiedad son legítimos. Peritos que observan y detectan algunos de los trucos que inventan los falsificadores. Pero desde hace unas semanas forman parte de un nuevo laboratorio.

El área sumó una tarea que puede ser clave. Analizan y clasifican la tipografía de las amenazas escritas que dejan los extorsionadores y grupos mafiosos. Como esa modalidad se multiplicó en los últimos meses, la AIC ensaya una respuesta pericial. El jefe Mendieta cree que esa recopilación y sistematización de cartas e intimidaciones dará sus resultados en el corto o mediano plazo, cuando sospechosos sean sometidos a pruebas para determinar la autoría de aquellos textos. 

Un punto demasiado redondeado en una i, una m que parece una n, una letra muy acostada o desproporcionada; cualquier gesto puede ayudar a encontrar un criminal. Un sistema para la identificación de personas como el que desarrolló Juan Vucetich hace más de un siglo, basado en arcos y presillas en la punta de los dedos volcado en fichas dactilares. Nace, quizás, un archivo tipográfico para el futuro.

En este 2023 que empuja la violencia a umbrales aún más altos, Bartolini, la jefa de la AIC de Santa Fe, monitorea desde la pantalla de su celular todo tipo de actuaciones. Las más graves, vinculadas a homicidios o balaceras sensibles, captan su atención. El foco durará, al menos, hasta el próximo estallido. La comisario supervisor, con 25 años de servicio en la fuerza y jefa desde diciembre de 2021, es testigo de esa polea brutal que nunca se detiene.