Escritora, guionista y dramatagurga, Claudia Piñeiro habló con Rosario3 en uno de sus lugares favoritos, el teatro. Ese que escribe y al que va cada vez que puede para desconectarse. De paso por Rosario para cerrar el ciclo Narradores, del taller "Un mundo propio" en Plataforma Lavardén junto a Melina Torres, Piñeiro se subió antes a otro escenario, el del Astengo. Habló de sus lecturas, de sus obras, de su pasado como contadora y su presente entre el lanzamiento de su primer libro de no ficción, Escribir un silencio y el estreno la semana pasada de Elena sabe, la película que protagonizan Mercedes Morán y Érica Rivas basada en su novela de 2007 y que este viernes, además ya está disponible en la plataforma Netflix.
–¿Cómo pensás tus libros?
–Yo no se para quién escribo, pero sí pienso que hay otro del otro lado, y cuando escribo teatro sí pienso en el espacio y además a veces hasta actúo lo que estoy poniendo. Por ejemplo, en Con las manos atadas, hay dos personajes que los entran a robar y los dejan atados en el baño de la escribania. La obra transcurre todo el tiempo con los dos personajes con las manos atadas atrás, espalda con espalda. Y les hacía hacer determinadas cosas que yo decía, "¿esto se podrá hacer?". Me acuerdo que en ese momento me até con mi hijo mayor porque los otros eran chiquitos y probábamos en el piso a ver si se podía hacer o no lo que se me estaba ocurriendo.
–¿Hacés lo mismo en otros formatos? ¿Pensás cómo suenan las palabras, cómo usar objetos?
–Es distinto, en el teatro lo pienso porque se que está muy acotado a un espacio y a actuar con recursos que son su cuerpo, básicamente. Hay otras cosas, pero en principio, el teatro está pensado para actores sobre un escenario. En las novelas puedo inventar cualquier cosa que nadie va a venir a decirme, “no, el presupuesto”.
Con El reino lo que pasa es que yo lo escribí con Marcelo Piñeyro, que es además el director de la serie. Entonces, nosotros trabajamos con muchísima libertad, pero de alguna manera yo estaba trabajando con el que sabía cómo se iba a poner eso. En el planteo de las escenas no tengo dudas que aunque estaba trabajando como guionista conmigo, en ese momento también tenía la cabeza de director. E incluso hay alguna escena que la escribimos más que nada porque él quería grabar esa escena, porque tenía de toda la vida que quería hacer una escena de tal forma. Entonces inventamos la escena que cuadrara para poder después tener el placer de filmar esa escena. Pero eso fue muy particular.
–Hacés literatura infantil, teatro, novela, cuento, no ficción... ¿Hay ahí un interés o curiosidad por estar en todos lados?
–Si yo voy a escribir porque quiero escribir, donde mas cómoda me siento es en la novela. Una novela es un proyecto de largo alcance, entonces tengo que tener el tiempo y la disposición para hacerlo. Lo otro surge más a pedido o pensando en el proyecto, como El reino que nos juntamos con Marcelo Piñeyro. No es el mismo proceso.
Y cuando terminaba de escribir una novela, sí me ponía con teatro o literatura infantil, que te permite seguir escribiendo rápidamente y no meterte en un proyecto de dos o tres años. Y también para sacarme algunos patrones de la escritura, porque con la novela yo escribo muy pegado al aquí y ahora, es una literatura muy realista; en cambio, el teatro y la literatura infantil me permiten virar para otros lados que la literatura realista no.
–Cuando encarás una novela, ¿qué valorás más el contenido o la forma? ¿El mensaje o hacerla atrapante?
–Yo cuando me pongo a escribir una historia, te quiero contar una historia y quiero usar el mejor punto de vista posible. Y los temas aparecen porque son los que me interesan a mí: la muerte, la violencia, las hipocresías, el qué dirán... son temas que se me repiten, como las obsesiones de otros escritores que se pueden detectar en otras obras. Pero la voluntad de la escritura es contar una historia, y cuando te cuento una historia quiero seducirte, como dice Roland Barthes en El placer del texto. Y entonces tengo que ver qué te cuento y cuánto para que te quedes de este lado. Todos los temas están, pero los tengo en el inconsciente. Y muchas veces veo en mis contratapas “Este libro trata de...”. Pero no es que yo pensé en “voy a tratar ese tema”.
–Trabajaste como contadora, ¿qué te dieron las ciencias económicas?
–Yo fui a la universidad pública, a la UBA (Universidad de Buenos Aires) que es una gran universidad, como la de Rosario, valoradas en todo el mundo. Por lo pronto fui a una gran universidad y eso te enseña a trabajar, a estudiar, a abrirte la cabeza.
Las carreras en general en Argentina son generalistas, no es que solamente te enseñan la contabilidad. En Estados Unidos son más técnicas, si vas a ser contador, tenés contabilidad. Yo tenía Geografía, Historia, Filosofía, Derecho y te da un panorama de otras cosas. Entonces me enseñó a estudiar, a rebuscármela para estudiar porque en las universidades públicas no está todo servido, y me dio sobre todo la posibilidad de tener un buen trabajo.
–¿Hoy conviene ser más contadora que escritora?
–Los sueldos más altos que gané, los gané siendo contadora; pero tampoco era feliz siendo contadora y en un momento sos conciente y decís “dejo de trabajar de esto pero tengo que trabajar de algo que me permita subsistir”, porque ¿cómo pagás la luz, comprás la comida?. Fue un proceso, fui buscando trabajos que me acercaran a la escritura.
–¿Hay alguna otra cosa que te hubiera gustado hacer?
–Soy fanática de ir al teatro todo el tiempo que puedo, varias horas en la semana. Ser espectadora de teatro es algo que me encanta pero no sería actriz. Siempre fantasée con ser cantante como Patricia Sosa con La Torre. A mi lo que me fascinaba era esa mujer en un mundo absolutamente de hombres cantando rock con unas botas hasta por acá.
–Hablando de un mundo de hombres, y sabiendo de tu compromiso con el feminismo, ¿recordás alguna lectura o autor que te haya despertado en ese sentido?
–Contactos verdaderos, un montón de compañeras mujeres con la que una se va rodeando. De hecho, en mi familia, la forma en la que me criaron. Era una familia tradicional, no muy de avanzada pero de todos modos nos planteaban que podíamos hacer todo lo que nos propusiéramos hacer. Y eso para mí era importante. Mi papá siempre nos incentivó mucho para ocupar los espacios que uno quisiera ocupar.
De hecho, cuando yo era contadora, entré a trabajar a una estudio de auditoría que ese año desde Estados Unidos, que tenían leyes antidiscriminatorias, los obligaba, entre diez que entraban, a tomar a tres mujeres. Ahora, las tres que entramos éramos el mejor promedio de la facultad, los otros eran buenos estudiantes seguramente pero no eran los mejores promedios. Esa conciencia yo no la leí, la viví.
–¿Dedicarte a la literatura requerió algún sacrificio?
–No sentí que me sacrifiqué. Soy muy conciente de los esfuerzos del trabajo; primero, porque soy una máquina de trabajar. A veces me dicen “uy, cuánto que trabajás”. Y yo pienso, “¿esta persona no trabaja tanto?”.
–¿Y cómo te desconectás?
–Ir al teatro me gusta mucho. Caminar. Pero, por ejemplo, desde muy chica yo camino leyendo. Entre mi casa y la casa de mi abuela no había una pared, había un camino. Después de grande, en la cinta.
–¿Hubo algún libro que te resultó difícil de escribir?
–Hay dificultades en todos y en casi todos es diferente la dificultad. Con Elena sabe, por ejemplo, me trabé en el medio, me costó seguir hasta que me di cuenta que el final que tenía planeado no era el que tenía que ser. Y una vez que destrabé eso pude escribir sin problemas.
En El tiempo de las moscas, me pasé mucho tiempo pensando cómo traer la voz de Inés, que era la protagosnita de Tuya, hasta que apareció esta idea de coro que hay en la novela y son muchas mujeres conversando. Ahora una vez que pasó eso, la dificutad que tiene ese libro fue también encauzar la trama, porque había muchas peripecias por los costados que complicaban ir hacia adelante.
A veces cuando te vas por demasiadas ramas secudarias el ir hacia adelante se te va complicando y yo tenía que mantenerlas, porque si no es demasiado clavo, pero sí controlarlas para que no se desarmara la estructura. Yo pienso mucho la estructura narrativa. Por ejemplo, con lo que voy a escribir ahora no termino de encontrarle la vuelta. Tengo toda la historia en la cabeza pero no encuentro la vuelta de cuál es la mejor manera de contarlo. Podría contarla así como la tengo en la cabeza, pero no creo que esa sería la mejor manera. Entonces decido tomarme un tiempo para pensar por dónde me conviene empezar a contarla, con qué narrador y con qué punto de vista y eso todavía no lo termino de definir.
–¿Sentís la presión de escribir siempre éxitos?
–Hay una vara que está puesta y es inevitable. Yo se que por cómo me fue en las otras novelas, probablemente me la van a editar, pero si eso después no valía la pena ser editado, y es una novela que está mal, es fallida, es un problema. Soy muy exigente con eso, se la doy a leer a distintas personas. Así como hay otros autores que tienen el problema que, a lo mejor, si no han publicado nunca antes, no se lo leen; yo tengo el problema que como la anterior tuvo muchos lectores, me digan “trae cualquier cosa que lo sacamos”. Y eso a mi me afecta mucho.
Y después, me pasa que me aburro. No quiero escribir sobre lo mismo que escribí en la anterior y trato también de corregir errores que tienen las novelas anteriores.
–¿Qué fue lo último que leíste y recomendás?
–Derroche, de María Sonia Cristoff, Las niñás del naranjel, de Gabriela Cabezón Cámara, Los ojos de Goliat, de Diego Muzzio, La sociedad del cansancio de Byung-Chul Han, Carcoma, de Layla Martínez que se agotó en España y que ya se consigue acá. Me encanta leer cosas que salen ahora. Me interesa saber qué se está escribiendo. Estoy muy atenta a qué se está escribiendo.
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