En todo el siglo XXI, Rusia ha tenido una única autoridad de hecho: Vladimir Putin. Ocupa este lugar de poder desde una fecha clave, 31 de diciembre de 1999. Fue cuando Boris Yeltsin, muy enfermo y con una popularidad por el piso -se dice que llegó a un 2 por ciento- decide que él será su sucesor. Han pasado casi 24 años y, con reforma constitucional mediante, Putin podrá mantenerse en el cargo hasta el 2036. Entonces tendrá 83 años y habrá superado en números a Joseph Stalin. El dictador estuvo en el poder 29 años, entre 1924 y 1953. 

Hace más de dos décadas, en su primera incursión en la escena pública, Putin se refirió a sí mismo como un “demócrata declarado”. Al menos esto es lo que relata el libro del periodista norteamericano Steven Lee Myers titulado El nuevo zar. Aunque advierte que es parte del temperamento colectivo ruso reclamar un Estado fuerte. También afirma que el peligro reside en su mentalidad: “Nos parece -a mí también, a veces, lo admito- que, si imponemos órdenes estrictas con mano de hierro, todos vamos a vivir mejor, más cómodamente, con más seguridad”. 

No son pocos los teóricos que consideran que el presidente Vladimir Vladímirovich Putin se autopercibe con la temple de grandes líderes como Oleg el Sabio (879-912) que logró conquistar Kiev, convirtiéndola en la capital y madre de todas las ciudades de la Rus. O Iván el Terrible (1530-1584) autodenominado “primer zar de Rusia” inspirado en los emperadores romanos. Éste fue el iniciador de la integración a Europa. Aunque también Pedro el Grande (1682 y 1725), quien aplicó una política de occidentalización y extensión de territorio. 

Putin podrá mantenerse en el poder hasta sus 83 años.

Más cerca en la Historia, algunos aseguran que Joseph Stalin también es su fuente de inspiración. Aún hoy siguen las evocaciones hacia aquella Rusia grande que logró derrotar a la Alemania nazi. El mismo Putin ha declarado que la demonización de la figura de Stalin es "una forma de atacar a la Unión Soviética y a Rusia". Lo cierto es que desde las últimas dos décadas se han instalado casi un centenar de monumentos en su honor. Y ha habido una revisión histórica de su figura sobre la cual, si bien se admiten las brutales purgas estalinistas, las justifican en una compleja situación internacional. 

Probablemente, la guerra en Ucrania está moldeando a la nueva Rusia. A fines de febrero, Putin dio el discurso del estado de la nación con la mira puesta en estas elecciones y en la “operación militar especial”. El mandatario habló de la “unidad” del país y pidió a los ciudadanos defender su “soberanía y seguridad”. Aunque también acusó a Occidente de arrastrar a los rusos a una nueva carrera armamentística repitiendo “el truco de los años 80”, haciendo referencia a las tensiones con la URSS. Y el mensaje fue el siguiente: “Sin una Rusia soberana y fuerte, no será posible un orden mundial sólido”. 

Putin no solamente pide pista en la escena internacional, sino también reconocimiento y respeto. La pregunta es ¿qué significa una Rusia soberana y fuerte? 

Sin dudas, la explotación de los recursos naturales es un componente muy importante de soberanía para el presidente, objetos de recuperación económica. Durante estas décadas fue notorio el desarrollo y rescate que se ha hecho de la industria petrolera y gasífera. Además, se los utilizó como instrumentos de política exterior. Un ejemplo fueron los gasoductos Nord Stream que conecta Rusia con Alemania y Europa Central y del Este. Luego de las sanciones occidentales por la invasión a Ucrania, Rusia cerró la canilla y en algunos lugares fue complejo pasar el invierno. 

También hay que tener en cuenta el trabajo del Grupo Wagner y la reinvención de sus tareas en África luego de la muerte de su líder. Este conjunto paramilitar hoy se encarga de mantener a raya a los países occidentales del llamado “continente olvidado”. Estos mercenarios, junto con entidades asociadas, ofrecen apoyo político y militar a las dictaduras africanas a cambio del acceso a recursos naturales. La empresa se está convirtiendo cada día más próspera. De intereses similares se ha hablado sobre Ucrania y su suelo rico en materiales raros, muchos de ellos aún sin explotar. Estos serían claves para la transición energética.

El desarrollo armamentístico es otro de los componentes para lograr una Rusia soberana de acuerdo con Putin. Actualmente, el Kremlin destina un 6 por ciento del Producto Interior Bruto a Defensa. Se estima que trabajan en esta industria 3.5 millones de personas. Si bien es menos de la mitad que hace décadas -la URSS le ha dedicado el 13 por ciento-, se está trabajando en el desarrollo de sistemas avanzados para la guerra. Hace unos días, el presidente recordó al mundo el arsenal ruso, realizando un vuelo de 30 minutos en un bombardero con capacidad nuclear. Rusia está transformando la economía del país en una economía de guerra. 

Otro elemento vital para un país soberano es contar con un poder fuerte y centralizado. A lo largo de estas décadas, Putin ha forjado un liderazgo mesiánico en consonancia con gobernantes de pasado glorioso. Hay un propósito de continuar con un legado histórico por y para el cual se ha sacrificado un número incalculable de vidas. El fin es construir una nación sólida, que busca borrar las humillaciones de Occidente, como las que Rusia ha sufrido luego de la disolución de la URSS. Putin busca reposicionar al país como lo que es: un protagonista del orden global.

Ahora bien, son varios los desafíos que el Kremlin tiene por delante: no eternizar la guerra en Ucrania, hacerse fuerte económicamente, tener controlado el país puertas adentro y reconstruir la imagen exterior.

Según el especialista Martín Baña en su artículo “Qué piensa Putin”, la mayor influencia internacional de Rusia fue lograda cuando el país contó con dos características esenciales: un poder político centralizado y un territorio unificado. “Esta concepción explica en parte el autoritarismo de Putin y su desprecio por el juego democrático, ya que entiende que la volatilidad de elecciones libres pone en peligro al país frente a enemigos tanto internos como externos”, señala el autor. 

En los albores de la democracia rusa, cuando Putin se percibía como un “demócrata declarado”, ahondó en la reflexión ante la docilidad del pueblo ruso para aceptar un Estado fuerte y totalitario donde todos viven cómodamente. Éste afirmó que “esa comodidad se desvanecería muy pronto porque la mano de hierro, muy pronto también, comenzaría a estrangularnos”. Ya han pasado casi 24 años.