Caen lágrimas futboleras.

En la serie documental Sean Eternos producida por el ex Puma y capitán de la mejor selección de rugby de la historia Agustín Pichot suena un tema de Wos con imágenes de los jugadores que vilipendiados por la brutal hinchada argentina logran la Copa América después de varias décadas.

“Y no tengo pensado hundirme acá tirado. Y no tengo planeado morirme desangrado. Y no-oh-oh, no me pidas que no vuelva a intentar. Que las cosas vuelvan a su lugar”, canta Wos sobre gambetas, patadas, llantos de bronca y alegría final. La reivindicación de un equipo que derrotado en varias finales lograba lo imposible: Ganar la Copa ante su clásico rival en la cancha más difícil del continente. Y encima con un gol convertido por uno de sus integrantes más talentosos pero menospreciados por los hinchas. La gran revancha era total.

El fútbol es el deporte donde nuestro país montó parte de su identidad. Somos eso que pasa en la cancha: en las buenas y también en las malas. Influyentes en extremo esos jugadores nos representan siempre. Seremos débiles como Nación si ellos lo son, o fuertes, o mejores, o peores. Imposible eludir ese arbitrario y cruel espejo. La conexión umbilical entre el fútbol y la identidad del “pueblo” ligados por un vientre que nos cuida o maltrata.

Alguien en algún lugar del cosmos decidió que sea así. Somos eso.

Las pasiones, las alegrías y tristezas. ¿Por qué una gambeta de un deportista que no conocemos administra el estado de ánimo de la política y economía de un país? La selección vuelve a encontrar después de 1994 un líder: 28 años después del “me cortaron las piernas” de Maradona, el equipo como síntesis de un país en competencia logra montarse sobre un General que hoy se ama sin discusión. Es sólo fútbol. Pero hay en juego una identidad que sostiene la gran ilusión social del mundo contemporáneo. Somos un país con gente que ama lo mismo. Hoy es Messi. La necesidad de que a ese líder le toque todo lo bueno de este momento.

Si el triunfa, triunfamos todos. Umbilicalmente.

En un país como Argentina donde los liderazgos sociales y políticos son escasos o tormentosos encontramos que hoy, solo por hoy, el futbol (y sus protagonistas) nos agrupa y abraza. El pantagruélico momento donde todos somos uno es este. Cada uno recorta la parte que mas le gusta: Messi, Scaloni, Angelito, el que sea. El jugador, el padre de familia, el conductor humilde y modesto. El mejor del mundo en el centro de la cancha que sabe que lo es pero que nunca necesito inflar el pecho y mirar desafiante a nadie. Ni meterse un “anabólico” para sostener liderazgos: Messi se hamaca humanamente en su epílogo como jugador con una inteligencia suprema para la administración de sus recursos. Puede ser más lento, más débil, más veterano: pero nunca menos letal para su adversario. El mago que inventa un truco para lograr su objetivo. Que muchos se alegren por lo que acaba de suceder.

Como los artistas al final de una canción que cantan todos el espectáculo modela la caricia. Este texto corre el riesgo de desencajarse si los acontecimientos no logran que la misión final sea exitosa. Desvanecerse en la frustración del todo o nada. También sería inútil si en un par de horas la euforia todo lo invade. Futbolizados hasta el extremo seremos esa derrota o esa victoria.

Este lugar, alguna vez rico, del mundo necesita de eso. Líderes esforzados y humildes que hagan felices a todos. Con silencio, humildad y mucha dedicación encuentren la manera que todos (absolutamente todos) sonriamos en un mismo lugar y tiempo. Crecimos en medios de los más fuertes antagonismos del siglo XIX y XX: nunca Argentina como país supo qué hacer con sus disensos más que desear el fracaso de sus oponentes. No entendió como se arreglan los problemas y solo prefirió la autodestrucción como una herramienta egoísta para terminar con las polémicas.

En este momento el equipo blanquiceleste es reflejo de un parámetro distinto. Sin gritos ni exageraciones modeló una humilde y sencilla idea. Esforzarse para lograr un objetivo. Trabajar en conjunto para que la misión se sostenga hasta el final. Quererse, respetarse, entender que lo mejor siempre es darle la pelota al compañero. Y si la perdemos saber que alguien la va a recuperar. Y así. El diálogo simbólico de un juego donde los egoísmos son excepciones en una regla que prestigia lo grupal.

Hay una historia deseada donde Pichot (productor del documental sobre la victoria de la Copa América) no es inocente. Sudáfrica 1995: Mandela y el capitán de los Springboks François Pienaar lograron con el triunfo en la Copa del Mundo de ese deporte erigir un nuevo tiempo. ¿Podía el rugby terminar con el apartheid? La historia fue épica.

Seremos humildes y “pasoapasistas”. Ojalá importemos para nuestro país las formas de esos liderazgos donde Messi, Scaloni, Angelito nos están diciendo con su cuero, y en su laburo, algo más de lo que vemos. Ojalá se entienda la metáfora.