Agárrense de donde puedan. Que viene ajuste, inflación, pobreza, sufrimiento y palo. Sangre, sudor, lágrimas y quizás, si todo eso se entrega en dosis suficientes, una luz al final del túnel. Javier Milei inauguró su gestión presidencial con una campaña no del miedo, directamente del terror. Lo que vendrá será terrible, avisó. Porque, desde su óptica, hay que pagar el “despilfarro de 100 años”, la fiesta de la clase política, la de la casta a la que destrató: luego de la jura, obligó a los legisladores a quedarse en el Congreso –un locutor los instó a no salir del recinto de la Cámara de Diputados–, mientras él daba su discurso de cara a la gente que se concentró con banderas argentinas en la plaza de los Dos Congresos.

“No hay alternativa posible al ajuste”, repitió y repitió. “No hay plata”, sumó. “Nos arruinaron la vida”, acusó al kirchnerismo. También dijo varias veces la palabra “Rodrigazo”, en referencia al plan económico que en 1975 lanzó el gobierno de Isabel Perón, una política de shock que implicaba una fuerte devaluación del peso del 100%, un aumento similar de las tarifas de servicios públicos y combustibles, y un tope a los aumentos salariales en las negociaciones paritarias de las empresas con los sindicatos. Todo eso en los hechos significó un enorme retroceso en el poder adquisitivo de los trabajadores.

El discurso del nuevo presidente, pronunciado por primera vez en la historia desde las escalinatas del Congreso y no ante la Asamblea Legislativa, fue demoledor. De una crudeza nunca vista. En algunos tramos, en tren de justificar que recibe “la peor herencia de la historia”, basado en datos falsos o exagerados: por ejemplo, cuando habla de una inflación del 15 mil por ciento anual.

Suena imposible que se pueda generar esperanza así. Sin embargo, el cambio de época, la nueva era, la batalla cultural que parece estar ganando La Libertad Avanza quedaron reflejados en el diálogo con la plaza. Milei promete un ajuste fiscal de 5 puntos del PBI "que caerá casi totalmente sobre el Estado y no sobre el sector privado" y en la plaza festejan: “Motosierra, motosierra”. Y eso que dijo Estado y ya no casta o clase política. 

Lo discutible y lo falso

Quienes gobernaron antes que Milei tienen que haber hecho las cosas demasiado mal para que alguien pueda convencer a tanta gente de que tendrá que sufrir y mucho para poder seguir adelante. El presidente lo dijo con todas las letras: el ajuste, sin margen para gradualismo, generará más inflación, más caída del poder adquisitivo del salario y más pobreza. 

“Libertad, libertad, libertad”, le devolvió la gente. Milei después concedió: “Será el último mal trago”.

Si la herencia es del nivel de catástrofe que transmitió Milei es, al menos, discutible. Lo que es seguro es que hay una falsedad de base en su planteo: no es cierto que la Argentina no haya probado antes con las mismas recetas que él plantea ahora y las experiencias estuvieron lejos de ser buenas. 

Hasta en la exageración de los datos el libertario parece replicar a José Alfredo Martínez de Hoz. El ministro que manejó la economia argentina durante la Presidencia de Jorge Rafael Videla, que en 1976 anunció ajuste al por mayor como única alternativa ante un déficit fiscal que –recordó este domingo el periodista Sebastián Lacunza, ex director del Buenos Aires Herald– ubicó en el 14,5 por ciento, se fue en 1981 con una inflación acumulada superior al 9.000 por ciento.

Claro, eran tiempos de una dictadura sangrienta que apagó con represión y muerte cualquier tipo de resistencia, con lo cual hay dos barreras esenciales para lo que plantea Milei que entonces estaban ausentes: el Congreso y la calle.

La batalla cultural

 

Que el nuevo oficialismo está dispuesto a dar la disputa y defender el ajuste en el espacio público lo dejó en claro Mauricio Macri, apenas después de darle el respaldo al libertario para el balotaje, cuando dijo que "los orcos van a tener que medir muy bien cuando quieran hacer desmanes" porque "los jóvenes no se van a quedar en casa si estos señores empiezan a tirar toneladas de piedras”.

Menos brutal, Milei avisó que no tolerará piquetes y que usará la fuerza pública para defender su programa de gobierno legitimado en las urnas. “Quien corta la calle no cobra. Dentro de la ley todo, fuera de la ley nada”, afirmó. Ese, dijo, es el nuevo “contrato social”. La respuesta del público fue cambiar por un momento el mantra “libertad, libertad” por “policía, policía”.

Escuchar esas palabras en la plaza de la democracia fue otro signo claro de que el cambio de época es cultural.

Indulto a la casta

Justamente apoyado en esa nueva corriente cultural es que Milei entiende que la política tendrá que aceptar que no queda otra que el shock económico y darle a su plan de ajuste las leyes que necesita. A cambio, ofreció una especie de borrón y cuenta nueva, una suerte de indulto a la casta que se encolumne con los “argentinos de bien”.  “A quienes quieran sumarse a la nueva Argentina los recibimos con los brazos abiertos”, invitó a los bloques no libertarios y eventuales borocotós que tuvieron que seguir el discurso desde sus bancas, a través de los celulares.

¿Cuántos de ellos terminarán levantando las manos para este ajuste que, según el flamante presidente, recaerá todo sobre el Estado y nada sobre el privado?

Mañana lunes, temprano, el nuevo gobierno empezará a trazar con el anuncio de medidas concretas la hoja de ruta de la motosierra. Pero este domingo, en los alrededores del Congreso y la Plaza de Mayo, donde la gente esperó hasta que el presidente salió a hablar al histórico balcón de la Casa Rosada, era de fiesta. Acaso el último antes de que empiece el camino de espinas.

Otros tiempos

 

La situación argentina, más allá de cuánto la haya agrandado Milei porque al fin de cuentas a la hora del balance él también será juzgado por cuál fue su punto de partida, es absolutamente grave, terminal. Un país con 150 por ciento de inflación y 45 por ciento de pobreza es inviable por donde se lo mire y eso va a la cuenta del decepcionante gobierno que se va y a la de los que lo antecedieron.

Es esa la realidad que, al fin de cuentas, dio lugar al surgimiento de un líder que saltó casi sin escalas del panelismo televisivo a la Presidencia de la Nación, en apenas dos años. Y la que privó a los argentinos de celebrar como se merecía una virtud que quedó ensombrecida por los sucesivos fracasos: este domingo se cumplen 40 años ininterrumpidos de democracia en la Argentina.

El 10 de diciembre de 1983, en el mismo lugar donde Milei tomó el bastón de mando y se puso la banda presidencial, Raúl Alfonsín prometió: "Vamos a luchar por un Estado independiente. Hemos dicho que esto significa que el Estado no puede subordinarse a poderes extranjeros, no puede subordinarse a los grupos financieros internacionales, pero tampoco puede subordinarse a los privilegiados locales. La propiedad privada cumple un papel importante en el desarrollo de los pueblos, pero el Estado no puede ser propiedad privada de los sectores económicamente poderosos".  

Es historia.