El perfil de las fábricas sobre el cielo gris y el humo saliendo por última vez de sus chimeneas eran postales de una extraña belleza que servían de paréntesis al drama que contaba “Tocando el viento”, de Mark Herman, en 1996, cuando sintetizaba la consecuencia social y existencial de las minas cerradas en tiempos de Margaret Thatcher. Pocas veces se vio en el cine semejante apuesta audiovisual en el que el contorno de los galpones y talleres adquirían otra resonancia íntima en los espectadores.

Casi tres décadas después, “Cuellos Blancos: El caso Vicentín”, de casi cien minutos de duración, logra mostrar a través de las gigantescas empresas del grupo Vicentin, contrastes visuales entre ese funcionamiento recostado sobre las aguas del majestuoso Paraná y la urdimbre oscura de los negocios y negociados de grupos empresariales y políticos, generando sensaciones poderosas en casi un millar de personas que llenaron, como hacía años no sucedía, la hermosa sala del cine “El Cairo”, en pleno centro rosarino.

Hay un sutil cuidado de las imágenes y los testimonios – a diferencia de “Tocando el viento” no hay actuaciones ni ficciones-, músicas que acompañan cambios de escenarios y una rigurosa investigación periodística que revela intereses de la historia de la otrora principal exportadora argentina pero también de la crónica de los últimos cincuenta años.

A pesar del recorte que Andrés Cedrón toma, entre 2020 y 2023, y de la aridez del tema que supone mostrar en la pantalla grande las idas y vueltas de negocios más financieros que físicos, la película tiene agilidad, claridad y profundidad.

Algunos de los testimonios, como el del dirigente sindical Daniel Yofra, deberán formar parte de la antología argentina del cine documental por su contundencia, síntesis y comunicación directa. También contiene otras imágenes y situaciones que despertarán sonrisas entre los espectadores, pero por respeto a quienes todavía no la vieron no serán explicitadas en esta columna.

También hay un acierto en el manejo de las fuentes periodísticas. Allí se encuentra una forma de intercalado que le da importancia a material escrito, como también a las vivencias que proceden de los años setenta.

La inclusión de materiales de otras latitudes al reflejar los socios extranjeros del consorcio surgido en el norte profundo de la provincia de Santa Fe, al descubrir la historia de la controvertida

La impresionante fotografía, con planos panorámicos y aéreos que nos muestran la pampa húmeda, ciudades de Argentinas, Uruguay y los Estados Unidos, con sus paisajes y complejos fabriles, con el ajetreo de cosecha y finanzas, todo desde perspectivas casi siempre invisibles para el transeúnte, sugiere la intención sobradamente cumplida del documental: mostrarnos lo que no vemos a diario. Pero esta vez en lo político y lo económico.

La músicalizacion es paradojal. A. sonido de guitarra y bandoneón asistimos como se produce, pero en el silencio de una gris Manhattan, comprendemos adonde va a parar ese producido.

El director Andrés Cedron desafía desde el testimonio, la estética y el arte, la banalidad de la hoy imperante era de las redes. Cedrón funge en un medium a traves del cual Rodolfo Walsh, Leonardo Fabio y Pino Solanas nos siguen contando su historia. El material tiene lazos y continuidades con ese otro documental que fue “Tierra Sublevada”, de Pino Solanas del año 2009. De hecho, una de las dedicatorias del final es para el hacedor de “El exilio de Gardel”.
En poco menos que lo que dura un partido de fútbol (noventa minutos más entretiempo), “Cuellos blancos” muestra la evolución de los negocios de un grupo vinculado a las exportaciones de cereales y derivados en triangulaciones y fugas que todavía hoy están por juzgarse.

Cada persona que invierta cien minutos de su existencia en ver este trabajo sentirá que ganó su tiempo porque percibirá la agilidad y la ausencia de golpes bajos en un cine que no solamente sirve para comprender si no también para entretener por más difícil que sea la cuestión de fondo.

Un documental que como ya lo hicieron casi un millar de personas debe ser visto para pensar que en la Argentina hay posibilidades de construir una realidad más justa y, al mismo tiempo, tener la certeza que se hace muy buen cine y accesible para todos los paladares.