En mayo del año pasado, un joven rosarino de 25 años se reunió en un bar de Pichincha con una chica que había conocido a través de una popular aplicación de citas. El encuentro resultó fantástico y ambos conectaron inmediatamente. Comieron, bebieron y pasaron un buen rato conversando y riendo, descubriendo intereses en común y disfrutando de la compañía del otro. La química entre ambos parecía mágica, por lo que al muchacho le pareció una buena idea invitarla a su departamento para continuar la velada en un ambiente más íntimo.

Ella aceptó encantada y partieron juntos, charlando animadamente durante el trayecto. Al llegar, encendieron unas velas aromáticas y prepararon unos tragos para relajarse en el sofá. La conversación fluía con naturalidad, salpicada de risas cómplices y miradas intensas que revelaban una creciente atracción. Poco a poco, la distancia entre ambos se iba acortando, hasta que tras algunas copas más, el joven se quedó dormido. Al despertar, el sueño de la noche romántica se transformó rápidamente en una pesadilla: su departamento de Corrientes al 2100 había sido desvalijado. Acababa de convertirse en una nueva víctima de una viuda negra.

Un caso de las denominadas "viudas negras"

El término “viuda negra” se utiliza para referirse a una mujer que se relaciona románticamente con hombres, seduciéndolos con el objetivo de robarlos, estafarlos o incluso asesinarlos para obtener sus bienes o dinero. El nombre proviene de una analogía con la araña viuda negra hembra, que suele devorar al macho después del apareamiento. Este modus operandi delictivo no es bajo ningún aspecto exclusivo de las mujeres, ya que hombres inescrupulosos también recurren a técnicas similares con fines igualmente depredadores, seduciendo a potenciales víctimas sin distinción de géneros.

Este tipo de crimen no es una de ninguna manera una novedad, pero con el paso del tiempo, estas estafas románticas con fines lucrativos han ido evolucionando a formas más sofisticadas de manipulación psicológica, aprovechando las nuevas tecnologías como redes sociales o apps de citas. Sin embargo, desde la pandemia a esta parte, al igual que en otras modalidades de estafas en línea, hubo un aumento global en este tipo de casos.

En la era digital, las tácticas de conquista y seducción han trascendido las viejas costumbres de salir a bares y boliches para conocer eventuales víctimas. Si bien estos métodos tradicionales aún prevalecen, ahora existen vías mucho más expeditivas y discretas para acechar potenciales presas desde la comodidad del hogar. No importa si es Tinder, Badoo, Facebook Parejas o Bumble, basta con crear un perfil con algunas fotos atractivas, una historia de vida ficticia pero interesante y aguardar pacientemente a que algún incauto muerda el anzuelo.

En este punto, el camino del delito se bifurca. En algunos casos, el estafador -ya sea hombre o mujer- entablará una conversación, comenzando a construir una relación a distancia chateando regularmente con la víctima, y elaborando una historia sumamente interesante en la que por algún motivo se encuentran separados por una gran distancia geográfica, lo que supuestamente imposibilita que puedan encontrarse personalmente por el momento. Esta narrativa ficticia incluye detalles como viajar constantemente por el mundo, trabajar en otro país, estar destinado a una misión humanitaria en algún lugar remoto o cualquier otro pretexto que justifique la falta de contacto físico real.

A medida que la “relación” avanza, el timador comenzará a solicitar pequeñas sumas de dinero recurriendo a los argumentos más diversos, desde una emergencia familiar, la compra de un pasaje de avión para visitar a la víctima, o tal vez ofreciendo un. oportunidad de inversión -por supuesto, completamente falsa. con enormes retornos en un corto período de tiempo. Las víctimas, completamente seducidas por el vínculo emocional artificialmente construido, acceden sin sospechar del engaño, enviando dinero una y otra vez hasta quedar prácticamente en la ruina. Allí es cuando el estafador desaparece de su vida, dejando no solo un vacío emocional devastador, sino también un agujero económico muy difícil de remontar.

Simon Leviev, conocido popularmente como el estafador de Tinder

Otra variante mucho más cruenta y despiadada incluye la extorsión. En este caso, tras haber convencido a su víctima de enviar fotos y vídeos íntimos mediante halagos y promesas de amor eterno, el estafador da un giro radical, amenazando con viralizar este material sensible si no se accede a sus demandas de dinero. Cuanto más comprometedores sean los archivos, mayor será el chantaje económico que pueda ejercer. Lamentablemente, este tipo de extorsión sexual se ha vuelto muy común, afectando especialmente a las víctimas más jóvenes, quienes resultan particularmente vulnerables a estos engaños por su impulsividad emocional y falta de experiencia.

En otros casos, los delincuentes buscarán por todos los medios encontrarse con su presa en el mundo real, teniendo como objetivo principal lograr que sean invitados a la intimidad del hogar. Una vez allí, tras drogar a la víctima con un potente somnífero disimulado en alguna bebida, procederán a robar todas las pertenencias de valor que encuentren a su paso. No siempre se trata de delincuentes que actúan en solitario, sino que suelen conformar pequeñas bandas de entre 3 y 5 miembros, donde algunas mujeres hacen de caras visibles de la operación y un par de hombres actúan como apoyo al momento de robar. 

Aquí, el mayor riesgo no solo es económico, sino físico. La víctima permanece todo el tiempo vulnerable e indefensa durante todo el asalto, y en caso de despertar en medio del mismo, podría ser agredida brutalmente o incluso torturada para confesar dónde oculta dinero, joyas u otros objetos de valor. La posibilidad de ser asesinado no debe ser desestimada, ya que tampoco es inusual que los criminales simplemente decidan eliminar testigos que puedan delatarlos o identificarlos posteriormente.

Sin llegar a estos extremos, es importante mantenerse alerta y desconfiar de cualquier persona que acabamos de conocer por internet, por más encantadora que parezca. Y si bien las aplicaciones para encontrar el amor pueden ser apasionantes, es fundamental tomar algunas precauciones básicas para evitar situaciones desagradables o incluso peligrosas.

Lo primero que vamos a hacer es tratar de verificar si esa persona es quien dice ser. Para eso vamos a revisar sus redes sociales, prestando especial atención a las fechas de creación de las cuentas y de publicación de contenido. Los perfiles falsos suelen tener una actividad muy reciente y con poca interacción real de amigos o familiares. Además, sus fotos y posteos suelen ser poco abundantes y estar limitadas a una ventana temporal inusualmente acotada. Esta escasez de contenido histórico en sus redes es una de las principales señales de alerta.

Otra bandera roja son las fotos de perfil demasiado estudiadas o que parecen sacadas directamente de la web. Una búsqueda inversa de imágenes en Google puede ayudarnos a determinar si esas fotografías fueron robadas de algún perfil ya existente o de algún otro lado de internet. Igualmente, antes de encontrarnos en persona con nuestro match podemos pedirle de hacer una videollamada. De esta manera no solo podremos conocer mejor su voz, su manera de expresarse y su personalidad; también podremos asegurarnos que su rostro coincida con la imagen del perfil.

Si todas estas señales parecen legítimas, de todas formas hay que proceder con extrema precaución. Es mejor no apresurarse en quedar para verse personalmente, es conveniente dedicar algunas semanas de trato virtual hasta evaluar sus verdaderas intenciones, haciendo primar la prudencia sobre el impulso pasional. Una vez que hayamos evaluado adecuadamente el perfil y tengamos cierta confianza en la autenticidad de la persona, podemos acordar una cita en persona. Sin embargo, todavía tenemos que tomar algunas precauciones para garantizar nuestra seguridad:

En primer lugar, el encuentro inicial tiene que ser en un lugar público y concurrido, donde ante cualquier eventualidad se pueda pedir ayuda si es necesario. Bajo ningún concepto hay que acceder a ir al domicilio de la cita, o peor aún, que venga a nuestra casa. Esta persona con la que venimos conversando hace algunas semanas no deja de ser un desconocido de internet, y sus verdaderas intenciones son para nosotros una incógnita.

No está de más avisar a un amigo o familiar de confianza sobre nuestros planes, contándoles los detalles de dónde y con quién nos encontraremos. También podemos compartir nuestra ubicación en tiempo real a través de aplicaciones como Google Maps o WhatsApp para sumar algo de paz mental. Incluso programar una llamada, aparentemente casual, de parte de este amigo para chequear que todo esté bien, puede ser una medida preventiva inteligente.

Del mismo modo, es recomendable llegar al lugar de la reunión por nuestros propios medios y no ceder a la comodidad de que nos pasen a buscar. De esta manera, si la velada se pone incómoda o algo nos hace ruido, podremos retirarnos por nuestra propia cuenta apelando a alguna excusa ingeniosa. Siempre es útil tener un plan de escape, y aquí podemos apelar nuevamente a nuestro amigo para que nos de una salida elegante si es necesario.

Perfiles falsos, estafas y extorsiones. La cara oculta de las apps de citas

Por último, en estas primeras citas es preferible moderar la ingesta de alcohol, ya que beber en exceso puede nublar el juicio y hacernos vulnerables a situaciones peligrosas. Si bien alguna copa puede servir para atenuar el nerviosismo lógico de un primer encuentro, es primordial mantener la mente despejada para evaluar adecuadamente la situación y las intenciones de nuestra cita.

Las precauciones nunca están de más cuando se trata de encuentros a ciegas con extraños que conocimos en internet. La prudencia y el sentido común siempre deben prevalecer por sobre la pasión y el entusiasmo, al menos en los primeros encuentros. Una vez que la confianza se vaya construyendo, podremos relajar las medidas de seguridad y permitir que los sentimientos fluyan naturalmente. Y ahí sí, dejar que roben nuestro corazón, pero nunca nuestra billetera.