“Está al caer”. Eso creen, cerca de Mauricio Macri, sobre la posibilidad de que el fundador del PRO y próximo titular del partido amarillo, se reúna con el presidente Javier Milei. De hecho, el vicepresidente de esa agrupación, Federico Angelini, dijo este miércoles en Radio 2 que Milei y Macri hablan por teléfono “varias veces por semana” y que “seguramente en los próximos días” se encontrarán personalmente.

Ese cara a cara genera expectativas en el propio PRO pero también en lo que hasta la caída de la ley ómnibus en la Cámara de Diputados se definía como oposición amigable. Ese sector, en el que está incluido el gobernador de Santa Fe Maximiliano Pullaro, espera que sea una llave para abrir un proceso de distensión política y resetear el diálogo con el gobierno, luego de que tras aquella derrota legislativa el presidente lanzara un arsenal furioso de ataques verbales y motosierra contra legisladores y gobernadores.

Suena algo ilusa esa expectativa, atento a la forma en la que hasta ahora se ha conducido Milei: siempre subiendo la apuesta, siempre tensando la cuerda, bajo la convicción de que la pelea lo fortalece, pues es el escenario en el que consigue –mientras la motosierra y la licuadora enflaquecen el poder adquisitivo de jubilaciones y salarios en nombre del superávit fiscal– ponerse en el rol de comandante de una supuesta batalla de la ciudadanía contra “la casta”.

De hecho, ese es el guión de la puesta en escena que prepara para el viernes en el Congreso, cuando inaugure el período de sesiones ordinarias. El ataque a “la casta”, a la que apuntará como responsable del drama económico social que viven los argentinos, vertebrará un discurso en el que se espera que dé varios ejemplos de cómo la dirigencia tradicional sacó provecho personal y corporativo de sus lugares de poder en el Estado. ¿Pondrá nombres y apellido a las denuncias que hasta ahora hizo en términos generales? ¿Y qué dirá de la necesidad de ajuste en las provincias? Se sabe que, por caso, pidió datos sobre la marcha de la economía y la problemática de la seguridad pública en Santa Fe, cuyo gobernador estará en el recinto.

Desde las bancas también habrá aportes al show. Las reacciones al discurso, al menos desde el peronismo y la izquierda, tendrán proporcionalidad con la agresividad del mismo. Milei se frota las manos: se siente cómodo en ese juego. 

Pero los sectores que casi ruegan porque el primer mandatario “se deje ayudar”, como en su momento dijo el diputado radical Rodrigo de Loredo, creen que la cuestión no pasa por el discurso del viernes sino por el día después, justamente cuando las sesiones ordinarias que el presidente va a inaugurar ese día se pongan en marcha y el Congreso ya pueda debatir no solo los proyectos que envía el Ejecutivo sino también los que presenten los legisladores. 

El gobierno tiene primero el desafío de sostener el DNU 70. El rechazo en el Senado es casi un hecho. En Diputados la situación es más incierta: necesita, como con la ley ómnibus, que todo el PRO y al menos una porción mayoritaria de Hacemos Federal y la UCR, salve el decreto, al que le alcanza con el respaldo de una sola de las cámaras para continuar vigente.

Pero además, si sigue dinamitando todos los puentes, hay otro peligro para el oficialismo: que la oposición que quiere ser amigable y no la dejan haga lo que hasta ahora buscó evitar a toda costa y construya acuerdos con el kirchnerismo para garantizarles a las provincias los fondos que la Nación le niega o les recorta. Coparticipación de impuestos, restitución del fondo de incentivo docente y de los subsidios para el transporte son platos posibles para ese menú.

¿Podrá ser Macri quien convenza a Milei de que por más que tenga altos niveles de aceptación popular eso no va a durar para siempre y que, en definitiva, no se puede gobernar sin hacer política? ¿Podrá Milei dejar de ser Milei?