Leandro Zaccari es de las pocas personas en Rosario que sostiene un trabajo persistente con jóvenes polizones que llegan desde África. A fines de los 90’ asistió a los primeros chicos que llegaban escondidos en barcos sin saber siquiera a dónde estaban y en abril de 2006 creó la Fundación Migrantes y Refugiados Sin Fronteras que funciona en Zeballos 445.

Se trata de un fenómeno complejo que cambió la ciudad en los últimos 20 años y que forma parte del relato de no ficción "El polizón y el capitán" publicado en Rosario3 esta semana.

Si bien no hay estadísticas oficiales, Zaccari afirma que existe una población de entre 40 y 50 africanos en la ciudad que no es constante pero que se mantiene en esa cantidad. Estima que la Fundación asistió a unos 80 que llegaron como polizones pero muchos se fueron a Buenos Aires, a un tercer país o volvieron a sus lugares de origen.

En estos 25 años de navegar por ese universo, el referente local en Migraciones, Movilidades e Interculturalidad en América Latina asegura: "No hay lugares para recibir refugiados en Rosario". “El Estado no tiene articulación, brinda asistencia en forma aislada pero carece de programas”, agrega. 

–¿Cuándo y cómo empezaste a trabajar con polizones y la problemática de los refugiados?

–Nosotros tomamos la temática de migración y refugio en 1998, antes de la creación de Sin Fronteras. Comencé a trabajar en Rosario como representante de una ONG con sede en Buenos Aires que era una agencia implementadora del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), que depende de la ONU. El Acnur tiene instituciones implementadoras que ejercen los proyectos y a las que derivan acciones. Esa agencia no está más pero nosotros seguimos con ese trabajo en la ciudad.

A fines del año 1999 y principios de 2000 visibilizamos situaciones de llegadas de polizones en las terminales de carga vecinas a Rosario, como Puerto General San Martín, San Lorenzo y otros, en donde no se cumplía el proceso migratorio correspondiente. Se los declaraba como irregulares migratoriamente y se los expulsaba del país.

A través de la Acnur y la ONG que me tenía como referente, cuando llegaba un polizón interveníamos para una asistencia de primera necesidad: alojamiento, vestimenta, comida. En esos primeros años de 2000 empezó a llegar mayor cantidad de polizones. Había cambiado la dirigencia en Migraciones y nos daban una mayor participación en esos casos. Entonces se les tomaba la declaración que da lugar a la petición formal de refugio, como un primer asesoramiento legal. 

–¿Cómo es ese proceso?

–Esa petición de refugio es elevada por la delegación Rosario o Santa Fe de Migraciones ante el comité que evalúa ese pedido, que hoy es la Comisión Nacional para los Refugiados (Conare), que funciona en Buenos Aires. Allí participan el Ministerio del Interior, Ministerio de Relaciones Internacionales, Acnur, entre otros actores.

Eso lleva todo un proceso que es analizado por el Conare y luego de un tiempo acepta o rechaza la petición de un refugio. Mientras tanto, esa persona tiene un primer estatus que es "peticionante de refugio". Le da derecho a una "residencia precaria" hasta que se resuelva y eso lo otorga Migraciones.

Una vez que la petición es resuelta (puede pasar alrededor de un año, año medio o más) pasa a tener la categoría de refugiado y una "residencia temporaria" (es por tres años). Luego se renueva por una definitiva y ya tiene un estatus final de poder residir de forma permanente en Argentina. 

–Suele haber una confusión al hablar de migrantes y refugiados, ¿cuál es la principal diferencia?

–El concepto de migrante está en la ley 25.871. Se desplaza de su país de origen por una mejora en su calidad de vida y es voluntario. Por ejemplo: un argentino que migra a Europa por un mejor trabajo.

La definición de refugiado se encuentra en la Convención de 1951 de la ONU. Se diferencia porque se desplaza de forma forzada por situaciones bélicas, étnicas, religiosas, raciales, de supervivencia. Los chicos que llegaron de África fueron peticionantes de refugio como Bernardo o John o Mohamed Baldé, que fueron los más resonados. También los siete peticionantes de refugio iraquíes que vinieron en la época de conflicto armado de 2002 y 2003, por ejemplo.

–Pero no siempre los motivos de desplazamiento son tan claros para encuadrar como pedido de refugio.

–Por eso la petición de refugio es elevada al Conare que evalúa el contexto mundial y el país proveniente, si hay situaciones étnicas o no. Muchos países africanos están en extrema pobreza y algunas personas que pueden subir como polizones a un barco no pueden tener una petición estricta, a veces es denegada aunque hay posibilidad de asesorarse y reconvertir. También ocurre que pasa el tiempo y puede formar pareja con una chica argentina, se termina casando y regulariza su situación migratoria por residencia con cónyuge argentino o porque tienen un hijo argentino, que le da residencia bajo la ley de migraciones.

Además de asesorar, nosotros sumamos algunas tareas de apoyo en vestimenta, alojamiento y capacitación de idioma español a los recién llegados. Lo hicimos con Bernardo cuando llegó en 2001 y con otros casos. Ya en abril del año 2006 se constituye la Fundación para Migrantes y Refugiados Sin Fronteras, que cuenta con personería desde 2007.

En cuanto a la asistencia que da la Acnur, son recursos limitados en cuantía y en tiempo. El subsidio era mensual y para necesidades primarias. Hoy esos planes son reducidos porque la Acnur busca que los Estados asuman la responsabilidad de asistencia al refugiado, en el caso de Argentina por ser país firmante de la convención de la ONU. Estamos con la ayuda muy reducida, porque la Acnur destina sus recursos a lugares con situaciones de mayor problemática, como el conflicto en Ucrania o Afganistán o Bangladesh, donde hay más desplazados y refugiados. 

–Antes de la llegada Bernardo en 2001, ¿en la década del 90 era habitual que los polizones pidieran ser refugiados?

–A principios de los 90 yo no trabajaba pero la situación de peticionantes de refugio tal vez era menor porque la temática no se visibilizaba y entonces la situación de refugio no era vista y se lo declaraba migrante irregular y se lo expulsaba. Incluso en los 80’, hubo migrantes de nacionalidad paraguaya, peruana, boliviana que muchas veces han sido perseguidos con situaciones xenófobas. Eso fue antes de la ley nacional  25.871 (de 2004), que fue posible gracias a un trabajo conjunto con el entonces diputado Rubén Giustiniani, y que impuso una defensa y respeto al derecho del migrante. De forma posterior se sanciona la ley de refugiados (la 26.165 de 2006) que Argentina no tenía.

Hasta eso estaba vigente la entonces llamada ley Videla (por el dictador Jorge Rafael Videla) y solo el nombre da una referencia del espíritu de la norma. Tenía el objetivo de perseguir al migrante irregular. Un alojador o dueño de una pensión tenía la obligación de denunciar ante la Dirección de Migraciones que hospedaba a un migrante irregular. En la década del 80’ hubo situaciones de violencia contra el migrante que tenía “portación de rostro”, como decimos entre las ONG: eso era contra el “bolita”, el “paragua”, el peruano; y justamente el objetivo de los congresos que hicimos y nuestro trabajo era concientizar a la población sobre esto.

–¿Y esa hostilidad también se da con las personas africanas que además tienen la complejidad de hablar otro idioma?

–La población detecta la diferencia entre el migrante y el refugiado, aún sin conocer el concepto en profundidad. Cuando Steve (Stephen Amoakohene, de Ghana, llegó a Rosario en 1999) tuvo un problema con la GUM hace unos años, que le decomisó la mercadería porque los vendedores ambulantes no estaban habilitados, entonces intervino la población civil en defensa de Steve para que no le quiten sus cosas. Se diferencia entre quienes vienen de algún país africano por un tema étnico, racial o por una guerra, de quien viene como migrante para tener una mejor calidad de vida. 

–Desde la Asociación de Tanzania, Bernardo tiene contacto con un universo de 40 personas de África en la ciudad. ¿Ustedes trabajan con una cantidad similiar?  

–Esa es la cantidad de personas que puede haber en la ciudad, pero hay peticionantes de refugio de otras nacionalidades, como de Venezuela, en su momento de Colombia (en la época del conflicto armado), de Haití (después del terremoto), actualmente pueden llegar de Ucrania, aunque la Dirección de Migraciones los reconoce con un visado humanitario excepcional no como peticionante de refugio.

–¿Y se mantiene esa cantidad de personas africanas en la ciudad a lo largo de los años?

–Algunos se fueron a Buenos Aires, otros regresaron a sus países o se van a un tercer país como John que se fue a Brasil. Lo primero que hay que diferenciar es que África es un continente con diferencias raciales, étnicas y culturales. No se puede relacionar a África como una comunidad. Incluso en las Colectividades de Rosario participan varias instituciones de origen africano (son cuatro).

–En febrero pasado llegaron como polizones tres chicos de forma casi simultánea pero eso fue algo inusual, ¿no venía ocurriendo o sí?

–En los últimos dos años no hubo casos de peticionantes de refugio de africanos pero en años anteriores sí hubo algunos. No tenemos una cuantía como ocurre en la crisis de polizones en el mar Meditarreneo que van a Europa, pero es algo constante. La situación de Argentina no es la misma que en las Islas de Lampedusa, con las llegadas a Italia, España o Grecia; tenemos una situación menor pero constante. Básicamente el refugiado africano es polizón acá. En estos años desde la Fundación hemos trabajado con alrededor de 70 u 80 polizones africanos. No todos se quedaron en Rosario, aproximadamente un tercio, unas 20 o 30 personas que siguen en contacto con nosotros.

En los tres casos de este año, todos son peticionantes de refugio, al chico nigeriano la Fundación lo ha asistido con alojamiento y asistencia primaria y ahora está en una pensión donde hay senegaleses.

–¿Hubo inconvenientes en el trámite inicial con Migraciones que no le realizaron la petición formal?

–Hay situaciones de documentación que se van regularizando con el tiempo. Primero no se le tomó la declaración formal y después, a través de la participación de la fundación, la Dirección de Migraciones le ha tomado la declaración para dar apertura a la petición de refugio. Si no intervenimos o el caso no se da a conocer puede continuar su proceso de expulsión del país o en un siguiente puerto puede hacer la petición. Pero en este caso la tripulación hizo abandono de persona porque al chico lo desembarcaron.

–¿Existió un riesgo de que lo expulsaran del país? 

–Es difícil, siempre se termina dando a conocer la situación y se asesora a la persona para que haga el proceso. En el caso de los chicos de Sierra Leona, como son menores de edad, tiene que intervenir una defensora de menores y debe resolver el lugar de alojamiento. Hoy, Rosario está carente de lugares de alojamiento, no tiene donde llevar a migrantes y refugiados. En los años 2001, 2002 y 2003 teníamos mucho trabajo conjunto con el Ejército de Salvación y los hogares del padre Tomás Santidrián, en Hoprome, pero hoy no hay hogares de ese tipo y el refugiado termina en pensiones. No fue el caso de estos menores (de Sierra Leona) porque en el hogar de Alvear donde estaban (Colonia Astengo) la temática era totalmente distinta.

–Era un lugar hostil para ellos, con adolescentes en conflicto con la ley o problemas de adicción.

–Sí, por eso Bernardo los llevó a su casa y la defensora ha dado lugar a que les brinde alojamiento. Cuando no es así, se acude a una pensión con fondos pero no hay otra cosa. El Estado no tiene articulación, brinda asistencia en forma aislada en algunos casos, no tiene programas. Por ejemplo ahora la Municipalidad ayuda a la persona nigeriana por el alojamiento y nosotros estamos trabajando para reactivar programas que estuvieron suspendidos por la pandemia.