Franco Díaz, el mediocampista leproso que dijo en broma que era simpatizante de Rosario Central, cometió en segundos un error cuyos daños podrían costarle su futuro en Newell's. El pibe, de 23 años, llegó hace un año a Rosario y no terminó de asentarse en el equipo, pero lo estaban llevando de a poco para que pueda ser una de las piezas que necesitaba Mauricio Larriera en la mitad de la cancha. Ahora ya está con un pie afuera de la institución.

La frase no fue acertada, ni oportuna, en una ciudad donde decir simplemente el nombre del rival de toda la vida es inmolarse. Diaz no solo lo nombró, sino que dijo "Soy hincha" de Central. Al otro día salió a pedir disculpas, quiso aclarar y fue peor. Evidentemente, fue mal asesorado por dirigentes y por su entorno; o lo que es peor, nadie lo asesoró.

Rosario es capital del fútbol. La pasión, el amor, el folclore que se vive en estos lares no se palpita en ningún rincón del país y eso conlleva cosas buenas y malas. Encima las redes sociales en muchos casos no ayudan demasiado para poder bajar los decibeles.

Larriera intentó bajarlos, intentó explicar que Díaz estuvo mal, que se equivocó y que estaba anímicamente destrozado. Intentó apelar a un poco de consideración, de humanidad. Pero poco importó puertas adentro de la institución porque es más fácil no decir nada y estar del lado de la hinchada, del hincha, que de una persona que se equivocó y que es capital del club.

Hoy ya está definido el futuro de un jugador que ni siquiera es hincha de Newell’s, que no nació en Rosario y a quien se imponen reglas que son muy nuestras, que no todos interpretan cuando llegan a la ciudad.

¿Lo que dijo, estuvo mal? No hay ningún tipo de dudas que no fue correcto y hasta se puede tomar como una falta de respeto al club que le da trabajo. Ahora bien, pidió disculpas, se arrepintió y ya enfrentó consecuencias porque quedó afuera del plantel y ahora posiblemente se tendrá que ir. ¿Hay que condenarlo, castigarlo y exiliarlo? Da la sensación que equivocarse en el fútbol es pecado.