El presidente Javier Milei se despertó temprano, se puso la banda celeste y blanca, manoteó el bastón presidencial, se subió al avión y le dedicó a Rosario las primeras cuatro horas del 20 de junio. Con poco esfuerzo ocupó el espacio vacío que en los últimos años dejaron Mauricio Macri y Alberto Fernández, y le devolvió jerarquía nacional al Día de la Bandera. Con poco se anotó un poroto. 

El presidente aprovechó la tribuna para relanzar la convocatoria al Pacto de Mayo. No pudo ser el 25 de mayo en Córdoba como era la idea original; tampoco el plan muleto del 20 de junio como en algún momento ensayó la Casa Rosada. El nuevo objetivo es el 9 de julio en Tucumán.

El presidente cambia las formas, pero se mete en los mismos bretes de los que no pudo salir otras veces. Para el 9 de julio faltan 19 días. En el medio deberían prosperar en el Congreso la ley Bases y el paquete fiscal. Además, todos los sectores de la política y la sociedad civil a los que invitó a participar tienen que estar de acuerdo en firmar un documento que no se discutió con nadie.

¿A quién y qué representan esos diez puntos que ampulosamente el gobierno denominó Pacto de Mayo? En todo este tiempo, ese papel quedó guardado en un cajón, el Gobierno no lo discutió con nadie. Ahora que la ley Bases dio pasos importantes, vuelve a ponerlo sobre la mesa. “Firmen”, sigue siendo el plan. Por decir solo el caso del gobernador de Santa Fe, Maximiliano Pullaro siempre sostuvo que asistirá si lo convocan, pero pretende incorporar temas que no pueden estar afuera. Educación y producción entre ellos. Sí, el gran pacto “para dar vuelta la página de la historia argentina”, no tiene referencia alguna a la educación.

Pueden pasar dos cosas. O que la dirigencia argentina le dé el gusto a Milei, viaje a Tucumán y firme ese decálogo de generalidades que no implican ningún tipo de compromiso vinculante. O que congresistas, gobernadores, empresarios exijan una instancia seria de diálogo, intercambio y enriquecimiento como ameritaría la grandilocuente idea de un acuerdo nacional.

La idea de insistir con el Pacto de Mayo responde a la lógica de un gobierno que quiere mantener iniciativa. Gobernar la agenda más allá de cuánto cambie las cosas. Sin embargo, fijar fecha de forma unilateral y a muy corto plazo, también puede leerse como otro intento por imponerle tiempos al Congreso y a los gobernadores. 

Cabe considerar otra posibilidad. Quizás el Gobierno no renuncia a la convicción de que un presidente tan atípico como Milei “gana perdiendo”. Y que su fortaleza está en “exponer” a la política (el término casta también pierde peso en el vocabulario libertario) cuando no vota la ley Bases o reforma la fórmula jubilatoria “porque quiere mantener sus privilegios”.

Rosario, una oportunidad

 

El acto del 20 de Junio era un desafío para el presidente porque lo obligaba a adaptarse a un formato al que no estaba acostumbrado, ni es el que más le rendía. Al menos hasta ahora. 

Por primera vez debió compartir palco y resignar la condición de figura excluyente. Estaba obligado a insertarse en un acto que no estaba armado a su medida, como fue Córdoba el 25 de mayo, donde el escenario lo montó él y el protagonista no fue nadie más que él.

En esta oportunidad tenía que sentarse y escuchar lo que dijeran otros. Lo primero que escuchó fueron elogios del intendente Pablo Javkin y Pullaro por el apoyo recibido en materia de seguridad, pero también asistió al firme planteo del gobernador, que en el cara a cara no se amilanó para repetir lo que venía diciendo ante la prensa.

“Señor presidente, mire el interior del país, el interior productivo”, le dijo Pullaro antes de marcarle, en tono directo pero respetuoso, que faltan obras de infraestructura, que “se necesita que la juventud pueda ir a la universidad”, y que el equilibrio fiscal tiene que ir de la mano del desarrollo económico y el sistema productivo.

El gobernador le puso épica, se ganó los aplausos en el Monumento y llamó la atención más allá de las fronteras de Santa Fe. Es el primer mandatario provincial que se anima a marcarle en público y de frente las disidencias. Hasta recitó parte del preámbulo de la Constitución, como hacía “el inflacionario de Chascomús”. Qué mejor forma de reivindicar al presidente, que tirarle un Alfonsín por la cabeza.

Milei no supo o no quiso referirse a ese planteo. Lo dejó pasar y siguió el guión. Hubiera sido injusto. No solo porque el santafesino marcó diferencias de forma muy respetuosa y amable, sino porque lo ha apoyado en innumerables oportunidades. Cuando Pullaro terminó su discurso y volvió a sentarse, el presidente lo saludó con una sonrisa. “¿Solo los 20 de junio puedo venir a Rosario?”, bromeó. El poco tiempo que compartieron en la jornada fue con buena onda.

Al pie del Monumento, el presidente pareció otro: se desarropó de su histrionismo burlón, de las descalificaciones personales y se movió dentro de las reglas de juego que la ciudad, Provincia y la Nación habían acordado: un acto patrio y no político partidario. Ni siquiera aludió a la manifestación en la plaza 25 de Mayo en su contra, o a los comunicados con el que lo recibieron sus “mejores enemigos”, la Intersindical y el Partido Justicialista de Rosario

El foco comunicacional del Gobierno parece haber virado. De consolidar el núcleo duro de adherentes que adora al Milei original, a cuidar la amplia franja de los que depositaron su cuota de esperanza pero no son incondicionales ni le extendieron un cheque en blanco. Hoy están, pero mañana pueden no estar. 
La gestualidad y el vocabulario medidos que el mandatario exhibió en Rosario van en ese sentido, lo mismo que la convocatoria que la Casa Rosada hizo en los días previos, invitando a “acompañar al presidente en el Día de la Bandera”. 

Evidentemente, el Gobierno vio el escenario del 20 de junio como una oportunidad para conectar al presidente con grupos sociales más amplios que su núcleo duro. Claro que la comunicación y la imagen no hacen todo. Al final mandan los resultados y la realidad del bolsillo.