Si hay que nombrar a alguien que se identifique rápidamente con la historia gloriosa de Rosario Central y que despertó el afecto, amor y respeto unánime de los hinchas, es sin dudas Don Ángel Tulio Zof, el hombre que fue protagonista de casi todos los títulos auriazules en el siglo pasado. Pero por supuesto que hay otros ídolos que se identifican con los colores del club de Arroyito y que también están en los corazones de todos. Las últimas dos estrellas que se pintaron en el escudo centralista, así lo ratifican. 

En los últimos cinco años, dos técnicos lograron hacer renacer las esperanzas del pueblo canalla, aportando más gloria a la institución, con sus sellos personales: ellos son Edgardo Bauza y Miguel Ángel Russo.

El Patón fue ganador en su etapa como jugador del Campeonato Nacional de 1980 y del Torneo de la temporada 1986/87. Además, es uno de los 15 defensores de la historia del fútbol argentino con 110 tantos o más y eso lo ubica como uno de los grandes en su puesto.

Entre los varios títulos obtenidos a lo largo de su carrera como conductor, tal vez el que más disfruto por sus sentimientos, por su pasado y por haberlo compartido con su familia, fue la obtención de la Copa Argentina en 2018. Esa noche en Mendoza, Bauza se ganó el reconocimiento definitivo de los hinchas -que en su etapa anterior como DT lo habían cuestionado mucho a pesar de haber llegado a una semifinal de Libertadores-. En cierta medida, fue una revancha para él y su última proeza antes de que los problemas de salud cortaran su brillante carrera. 

En una imaginaria disputa sobre quien será recordado o puesto en un primer plano entre los últimos técnicos campeones con Central, aparece la pintura de Miguel Ángel. El club de Arroyito lo adoptó hace mucho tiempo como un hijo más, a la altura del propio Patón, de Don Ángel o del mismísimo Omar Arnaldo Palma.

Pero su historia la escribió -y la sigue escribiendo- en varios capítulos, en varias etapas y siempre como conductor. Llegó en el 97 y rápidamente ganó uno de los tantos clásicos que le tocó planificar. Revoleó el saco, en aquella imagen icónica para el universo auriazul, y encantó con sus formas el corazón del hincha.

Ganó clásicos, regresó seis años después para salvar a Central de la promoción, se peleó con Usandizaga y se fue dejando al equipo en la máxima categoría. Su cuarto ciclo fue en el 2013, en el momento más complejo en los deportivo y lo institucional, tras dos años de un club estancado en la segunda división. Y otra vez Russo lo hizo, otra vez le dió alegría a su pueblo, logrando el ascenso y el título varias fechas antes del final en Jujuy. Perdió la final de la Copa Argentina al año siguiente en San Juan, ante Huracán, y otra vez se tuvo que ir.

Pero esas cosas del destino hicieron que nuevamente los dirigentes golpearan la puerta de su casa y de su corazón, para que retorne a su sempiterno amor rosarino. Ganó Gonzalo Belloso las elecciones, que había prometido que Russo iba a ser el responsable táctico del equipo, y todo volvió a comenzar de nuevo. El desafío era sacarlo de la incómoda posición en los promedios y, un año mas tarde, justo un año mas tarde, lo llevó a la gloria eterna.

Edgardo tiene su mural en el mismísimo Gigante, recordando la Copa Argentina del 2018, y poniendo su imágen a la altura de lo que consiguió como jugador y entrenador. Miguel tiene el ascenso y un flamente título en el fútbol argentino -reconocido como título de Liga por la AFA- y está ante la posibilidad de estampar una nueva estrella.

Sin dudas, el Patón y Miguelito ya están en la mesa chica de las grandes conquistas canallas