Tras marcar las diferencias con el gobierno de Omar Perotti, el senador nacional Marcelo
Lewandowski
mantuvo en diciembre y enero contactos con dirigentes nacionales de primera
línea del Frente de Todos antes de definir si competirá y dónde en 2023. Cuando le preguntan,
afirma que está haciendo todo lo que hay que hacer antes de las definiciones que se avecinan.

Días atrás el senador peronista se reunió por segunda vez en dos meses con la vicepresidenta Cristina Fernández con quien compartió información, miradas y escenarios sobre Santa Fe. Una charla del mismo tenor tuvo en la Casa Rosada con el ministro del Interior Wado De Pedro. Con Sergio Massa el encuentro fue previo a diciembre, pero de ese mano a mano quedó el contacto vía mensajes.

Si bien no debería sorprender que el único senador oficialista de la provincia tenga este tipo de encuentros, en su caso y por lo particularidad de su meteórico ascenso, suponen una novedad: en la primera línea del Frente de Todos hay interés por consultar y escuchar la opinión del dirigente peronista que en las encuestas mide mejor que el resto, pero que no encaja en el esquema de poder del gobernador Perotti, quien pone todos los recursos y áreas de gestión a disposición de él mismo y apoya a otro rafaelino, Roberto Mirabella, cuya carrera política se desarrolló bajo sus órdenes.

Perotti apuesta a crear un candidato propio a la sucesión antes que alimentar a un potencial competidor en el futuro, que tiene votos propios, y para colmo en el sur. Por eso prefiere que Lewandowski descienda de liga y juegue a la intendencia de Rosario.

La estrategia de impulsar a Mirabella parece copiada de Hermes Binner en 2011, cuando
eligió a Antonio Bonfatti y relegó a Miguel Lifschitz. La diferencia es que el actual gobernador
arranca de muy atrás:
el Frente de Todos viene de perder una legislativa por 8 puntos en 2021
en Santa Fe y la coyuntura nacional no ayuda. Eso obliga a acelerar el paso e “innovar” para
llamar la atención
, que es lo que más le cuesta a los políticos, como la sesión fotográfica-
televisiva de Mirabella con Alejandro Fantino, o las recurrentes fotos con la ministra de Salud Sonia Martorano. O incluso, hacer trascender el nombre de la rosarina como compañera de fórmula tres meses antes del cierre de listas. La necesidad a veces obliga a poner el carro adelante del caballo.

Dicho sea de paso, es todo un dato para el peronismo del sur provincial, en especial Rosario, que el perottismo coquetee con una ministra de identidad radical sin desarrollo político para
representar a la ciudad más importante en la fórmula a gobernador.

Si esa dificultad enfrenta el precandidato del gobernador, es de imaginar lo que ocurre con
quienes no tienen el beneficio de una gestión a su servicio. Son tiempos de indiferencia, pero
también de “incertidumbre”
como sentimiento predominante, muy por encima de los que
expresan enojo, según dice un consultor político que lleva años tomándole el pulso al electorado santafesino.

En otra tienda política advierten que si bien el espacio libertario de Javier Milei no tiene referencias personales conocidas en la provincia, otra cosa es cuando se pregunta por él
y su sello. Ahí aparecen proyecciones capaces de influir en el escenario electoral. Quizás por
eso, sin siquiera haber debutado en las urnas ni desarrollarse en el territorio, los libertarios santafesinos ya tienen líneas diferenciadas que pugnan por capitalizar el enojo como ocurre con Milei a nivel país, con la economista Romina Diez y el actual diputado provincial Nicolás Mayoraz.

Al menos en las últimas tres décadas el PJ siempre tuvo más de una fórmula para la gobernación -sea con ley de lemas o internas abiertas-, con un candidato alineado a la
estrategia nacional y otro, a la provincia. En 2023 se repetirá esa dualidad, aunque no está claro quiénes serán los contendientes.

El explícito distanciamiento del gobierno nacional y del kirchnerismo que Perotti puso en práctica indica que tiene asumido ese escenario y hasta lo propicia. Al descartar a Lewandowski, dejó una pieza suelta. No por casualidad Cristina y otros dirigentes que pergeñan el armado nacional, sumaron y consideran a los referentes santafesinos que escuchan periódicamente (sin intermediarios), como Agustín Rossi, Diego
Giuliano, Marcos Cleri
, según el caso. Lewandowski, además, es una pieza a mano para cuando llegue la hora de definir la estrategia electoral de Santa Fe. ¿Le pedirán también que pelee la intendencia? ¿Le permitirán elegir no ser candidato si no se siente cómodo? ¿O, como algunos sueñan, puede ser el precandidato a gobernador que sintetice el espacio no perottista donde conviven corrientes y agrupaciones que ya pusieron precandidatos en la cancha, como Cleri, Leandro Busatto y Eduardo Toniolli?

Si fuera este último caso, el senador tiene dos ventajas. Sin medir una barbaridad, después de Perotti, es el peronista que más mide en las encuestas y probablemente el único que esté por encima de los dos dígitos (casi una plusmarca en los tiempos que corren). Por otro lado, el Frente de Todos versión 2023 será ideológicamente mucho menos exigente que lo que era el de 2019, aspecto que en las tribus kirchneristas genera recelo sobre Lewandowski por su capacidad para esquivar las situaciones conflictivas.

Mientras persista, el desorden en el Frente de Todos impide proyectar lo provincial. Por eso los gobernadores del FDT se replegaron a en sus territorios para asegurar lo propio y luego verán.

Es lo que está haciendo Perotti, aprovechando el desconcierto generalizado que atraviesan las corrientes que se referencian en lo nacional, donde prevalecen las peleas y las definiciones se postergan. ¿Cuántos candidatos a presidente tendrá el peronismo? ¿Uno, dos? ¿Massa vs. Scioli? ¿Qué y a quién representarán? ¿Cómo se traduce eso en las provincias?

Hasta que la reclamada mesa política no tome forma, o se rompa todo definitivamente -lo que sería una catástrofe para el oficialismo-, el peronismo seguirá a tientas rumbo a las elecciones.

Todo a disputarse

 


La formalización del Frente de frentes opositor santafesino es el hecho político más relevante después de la muerte del ex gobernador Miguel Lifschitz en abril de 2021. De hecho es una consecuencia directa de su trágica e inesperada desaparición física, porque si bien de la unidad de las fuerzas que integran Juntos por el Cambio y el Frente Progresista ya se hablaba en aquel momento, que no esté Lifschitz para conducirla lo cambió todo.

En primer lugar, ya no es un proceso el que está en marcha, sino dos al mismo tiempo: construir la herramienta electoral para ganar la provincia y dirimir uno o más nuevos liderazgos.

Al mismo tiempo, quedó en entredicho la orientación del Frente de frentes. No son pocos los
que dan por sentado que es el renunciamiento a las políticas progresistas y el legado de los tres últimos gobiernos, como efectivamente lo sugiere la presencia del PRO y la mudanza de casi toda la Unión Cívica Radical a Juntos por el Cambio. Siendo ésta la principal fuerza
opositora a nivel nacional, el riesgo de convertirse en una sucursal santafesina existe. De
hecho, un eventual triunfo electoral en Santa Fe rápidamente será apropiado nacionalmente a
cuenta de la batalla por la presidencia.

La disputa simbólica es un aspecto central de la política, y naturalmente el ala que viene del
progresismo
-el javkinismo, el Partido Socialista y sectores radicales- arrancó perdiendo esa
batalla
al incorporarse al Frente de frentes. Sin embargo, lo simbólico no debería interpretarse
como un destino inconmovible y ajeno al terreno de disputa, más tratándose de un espacio tan amplio, diverso, que recién está en sus primeros pasos.

Si resulta claro que es un frente que nace para evitar que el peronismo se consolide en el
gobierno provincial, no ocurre lo mismo en cuanto a las políticas públicas que podrían
desarrollarse en caso de llegar a la Casa Gris. Todavía es muy temprano y los socios del nuevo frente se cuidan de no provocar cortocircuitos por anticipado, más allá del rechazo al
oficialismo, pero sin duda la orientación de futuras políticas de gobierno serán territorio de
disputa hacia dentro de la coalición.

El Frente de frentes es un híbrido electoral que nace sobre la experiencia de tres gestiones de
gobierno progresistas y una alianza de centroderecha nacional que ni en su edad de oro pudo
conquistar Santa Fe, justamente porque el Frente Progresista gobernaba y atendía los intereses de ese electorado. Al menos así fue hasta la elección de 2019 cuando los problemas de seguridad pública perforaron el dique y dieron paso al Frente de Todos. Pero si algo quedó comprobado, es que a partir de 2013 el electorado que en Santa Fe votaba Frente Progresista, a nivel país votaba por candidatos de Cambiemos y JxC.

Con un PRO escasamente desarrollado en Santa Fe, dividido y aferrado al protagonismo de
figuras nacionales; y un capital histórico de políticas públicas, experiencia, cuadros políticos y
funcionarios que conocen el territorio y el Estado porque se formaron en las tres gestiones de
2007 a 2019, parece más factible que un hipotético gobierno retome aquella línea política a
que dé una vuelta de página y arranque de cero motivado por una identificación ideológica con la alianza opositora nacional. Por supuesto, en esto será decisiva la versátil UCR, que como partido nacional, y ahora con la manija de la alianza provincial, no tendrá la misma libertad que Lifschitz tuvo con Macri para resolver el carácter del vínculo político Nación-provincia.

Muchas de estas cuestiones empezarán a definirse con el o los liderazgos que surjan en el
frente santafesino, pero también con la capacidad de los distintos espacios para dar esas
discusiones y condicionar. Por eso el celo del socialismo y el intendente Pablo Javkin para defender el perfil “santafesino” del nuevo frente. De hecho está abierto un segundo debate dentro del PS: ¿la mejor forma de cuidar esa identidad es yendo a las Paso con candidatos socialistas en todas las categorías como dijo Clara García, o recrear la histórica estrategia de listas mixtas como empujan el bonfattismo y Fuerza del Territorio?

Un precandidato como Maximiliano Pullaro -que se saca fotos con Rodríguez Larreta o Patricia Bullrich indistintamente y a cada paso repite que un gobernador progresista como Lifschitz “fue el mejor de la historia”-, conjuga un poco de pragmatismo para hablarle a distintos segmentos electorales y otro poco de identidad.

Si Pullaro es precandidato a gobernador es porque en 2015 aceptó asumir la cartera de Seguridad y fue el único ministro que duró los cuatro años en el cargo. Y si hoy toma el riesgo de hablar de seguridad, es porque es el único que puede mostrar una experiencia concreta y precisión a la hora de hablar. Y por supuesto, porque el colapso de la seguridad pública en el actual gobierno habilita una comparación con su gestión como ministro en la que saca varios cuerpos de ventaja.

El más tensionado por estos desafíos es el Partido Socialista, pero resolvió la cuestión esencial de este asunto: el mejor lugar para influir en políticas públicas es dando la pelea adentro del nuevo frente que le va a disputar la gobernación al peronismo, y no desde afuera, desde un espacio con menos contradicciones ideológicas pero marginado de la mesa de decisiones.

Siempre es difícil elegir entre la menos mala de las opciones.