La ciudad de Dolores vivió revolucionada el juicio por el asesinato de Fernando Báez Sosa. Su habitual tranquilidad se vio suspendida por los equipos de abogados, familiares y amigos de del joven asesinado a golpes durante unas vacaciones de verano. Ciudadanos que nada tenían que ver con la causa pero que, conmovidos, quisieron acompañar y, por supuesto, los medios de comunicación que en muchos casos enviaron a más de una decena de periodistas, técnicos y productores. Hasta se instalaron sets televisivos en la calle para realizar la cobertura del veredicto. 

Todos ellos viajaron hasta esta ciudad bonaerense de menos de 40 mil habitantes, llenaron hoteles y locales gastronómicos e inundaron sus esquinas. 

Dolores. ¿Alguien se percató de las casualidades del destino? Fue en un lugar que se llama “Dolores” donde Graciela y Silvino vieron una y otra vez morir a Fernando. Vieron una y otra vez a sus asesinos chuparse las manos con sangre, soportaron el pacto de silencio y escucharon el brutal “caducó”. Una y otra vez. 

Esta ciudad adoptó por un tiempo a los papás de Fernando. Les dio calor con cada uno de los carteles pegados en árboles, columnas, casas y negocios. Les dio fuerzas con cada grito de “justicia por Fernando”. Los abrazó en la vigilia de la noche anterior a la lectura del veredicto, mientras los jueces, que también viven en Dolores, se preparaban para leer la sentencia, escrita en esa misma ciudad que parecía haber tomado ya partido: prisión perpetua para todos los acusados. Ese también era el sentir de la mayoría de los argentinos.  

Pero no se trataba del sentir, se trataba de demostrar con pruebas el hecho y decidir en base a ellas, la condena según indicara la Ley. El caso aún hoy divide a los mejores abogados penalistas del país. 

La lectura del veredicto llegó. Quienes estaban en los alrededores del Palacio de Justicia la vieron desde sus celulares, aunque la mayoría prefirió el televisor de un bar. A 50 metros de la sala de audiencias, en el bar “La Ley” se vivió como un partido de fútbol. Se festejó la prisión perpetua para cinco de los ocho acusados y se repudió la condena de 15 años para el resto.  Seguramente, en cada hogar argentino se vivió de una manera distinta. 

¿Es justa la sentencia? ¿Debió haber sido perpetua para todos? ¿Influyó la presión de la sociedad en la decisión de los jueces?

La justicia, como concepto está relacionada al sentimiento; y como institución, muchas veces también. Al fin y al cabo, una madre y un padre fueron a buscar a Dolores un poco de calma a su profundo pesar. Les arrebataron a patadas y golpes a su único hijo y revivieron el asesinato al ver los videos repetidamente en las pantallas durante el juicio. ¿Qué tortura más grande pueden sufrir unos padres? Me pregunto si somos capaces de dimensionar semejante dolor. 

Pocas horas después de la efervescencia que había generado la condena, Graciela tenía otra semblanza en su rostro. Había encontrado un poco de paz después de tanto calvario. Y mirando a las decenas de cámaras y periodistas que asistimos a la primera conferencia después del veredicto, nos dijo: “Hoy volví a sonreír”.  

Ahora sí, Graciela y Silvino podrán reconstruir sus vidas. La justicia también puede ser sanadora.

*El periodista Juan Pedro Aleart cubrió desde Dolores la lectura del fallo del crimen de Fernando Báez Sosa