Empecé a escribir estas líneas hace unos días, a fines del mes pasado. Diciembre, fiestas navideñas, fin de año, momento de reflexiones y balances familiares. En eso estábamos con mi esposa, cenando en un restaurante de la costa argentina en nuestras primeras vacaciones con el “nido vacío”, algo melancólicos, hablando de nuestros hijos, pero también del Mundial, de Leo Messi, de Scaloni, de Aimar, del “Dibu”, del “fideo”, y de los temas del momento para nosotros y de muchos argentinos también.

Por un instante me distraigo con un partido de fútbol en el TV mirando por encima del hombro de Verónica, mi esposa, psicóloga y excelente analista. Se fastidia un poco y es natural: estamos conversando y me distraigo mirando fútbol.

La daga va directa. ¿qué es más importante, nuestra conversación o el fútbol del TV?

Intento una explicación rápida, que me saque de la situación incómoda y no haga naufragar la noche. Todo lo que diga de ahora en más será usado en mi contra. Respondo: “Están pasando un partido de hace unos meses, el Barsa vs. el Inter y es extraño no verlo a Messi jugando en el Barcelona”.

Me repregunta: “¿Un partido del Barcelona donde no está Messi? ¿No está jugando?”. La respuesta fue directa “No, ahí ya lo habían despedido”.

Vero me dice, con mucha objetividad y tan simple de razonar: "¿Despidieron a Messi? ¿Alguien puede despedir a Messi?”

Entonces en la charla confluyen los temas que estábamos conversando: familia, Messi, Mundial y Barcelona, con un análisis particular, debatible, pero interesante de plantear.

La historia

 

Sí, Messi pudo ser despedido. Acaso un grupo de dirigentes pensó que ya había pasado su “momento”, que ya no tenía mucho por aportar. O quién sabe cuántas cosas más habrán pasado por esas mentes: números, miserias, egos. Pero tomaron esa decisión, prescindieron del mejor jugador del mundo con argumentos pocos creíbles. Despidieron al mejor embajador de la historia del club, a uno de los deportistas más competitivos del mundo. Y también una de las mejores personas que deben haber conocido dentro del ambiente futbolístico.

Ser “despedido”, más aún, cuando uno no se lo espera, es una situación espantosa. Cualquiera que la haya pasado puede dar fe de ello. En el caso de Messi no está el miedo de pasar hambre o de no poder pagar la cuota de la escuela de los chicos, claro. Pero lo expulsaron de la ciudad. Lo obligaron a irse de “su casa”, del hogar que construyó desde cero (te pueden dar una nueva casa, fabulosa, una mansión, pero convengamos que no hay nada como la casa que construiste a tu gusto, en el lugar que te gusta). Y le le quitaron su club, el lugar en el cual se dieron todo mutuamente durante años. Lo obligaron a migrar, a alejarse de las cosas cotidianas que forman nuestras vidas.

Podría decirse que eso es algo natural en el fútbol. Pero Messi apuntaba a ser una especie de Bochini, un jugador de un solo amor: Independiente. Lio hizo saber varias veces que no tenía demasiado interés en ir a otro club. A lo sumo, bien al final de su carrera, una experiencia en Estados Unidos o unos meses en Newell's, para jugar alguna vez en la primera división del fútbol argentino. Para luego volver a esa ciudad, Barcelona, en la que no nació pero considera tan suya como Rosario.  

No. Lo forzaron a cambiar de país, a escuchar otro idioma, a recorrer nuevas calles, desprenderse de conocidos, allegados y compañeros de vida y de trabajo.

Todo en cuestión de horas, de unos pocos días, sin previo aviso y a los jóvenes 32 años. Debe haber trastocado todo en su humanidad.

Pero hay más. Mucho más. Messi, el padre, el líder de su familia, acaso tuvo que empezar a dar explicaciones a los suyos, a su esposa, a sus hijos. Responder preguntas tan simples como: ¿por qué? ¿Qué paso? ¿Cómo llegamos a esta situación? ¿Ahora qué hacemos? ¿Voy a ira una escuela nueva? ¿Voy a dejar de ver a mis amigos?

Muchas preguntas que seguramente no habrán tenido respuestas o tuvo que inventarlas. Para conformar a sus seres más queridos, protegerlos, hacerlos sentir que estaba todo bien, cuando nada estaba en su lugar. Tocaba ser más líder que nunca, ser más padre que nunca.

Y no me vengan con el discurso del dinero: que es millonario, que donde vaya va a ganar millones, que lo tiene todo. No. Estamos hablando de sentimientos, de esos que no se compran. Del vacío que siente un hombre despojado de lo suyo.

Pero bueno, ya no importaba, esa era la realidad y había que seguir adelante.

Lo que venía no era sencillo, no fue sencillo. El solo relato del llanto de Leo y Antonella a la salida del primer día de clases en la nueva escuela en París resume la tormenta por la que estaban navegando. Seguían sin comprender. Sin poderse explicar los “porqué”.

Entonces, y ahí vamos, en los momentos de crisis es cuando se notan más los valores, los principios, la ética y la coherencia. Perder te hace crecer.

Leo Messi tiene valores, tiene conceptos de familia muy bien arraigados, tiene ética. Porque tragó bronca pero jamás dijo nada públicamente, ni el más mínimo comentario desacreditando a nadie. Se refugió en su familia y de ahí comenzó a construir hacia adelante. Y lo más importante, creció más como persona, más líder, siguió madurando (si, a los 30 y pico años, todavía estamos creciendo, seguimos madurando y aprendiendo de la vida). Se fortaleció, y de esa fortaleza nacieron los nuevos éxitos. Fueron los condimentos para completar la base para lo que faltaba.

Después de pasar un segundo desarraigo, otro más en su vida, pero ahora ya como padre y a cargo de su familia, nada podía desafiarlo más. Se lo dijo a Scaloni cuando el DT le comentó que la gente se había ilusionado y que jugar el Mundial y perderlo sería devastador, las criticas serian crueles, sería muy duro de afrontar. La respuesta fue: “Cuál es el problema, vamos a seguir porque seguramente nos va a ir muy bien”. ¿Qué más le podía pasar?

Y lo vimos y lo disfrutamos. Fue un líder absoluto, cargó con todo y fue por todo. Y ganó. Ganó la Copa América (no olvidar). Ganó el Mundial. Ganó todo para él, pero también para su familia (el “ya está” que vieron millones de personas al finalizar el partido resume el mensaje hacia adentro) y ganó para nosotros también, para que dejemos de cuestionarle que le faltaba una copa, para que seamos un poco más felices y digamos “somos los campeones” durante al menos los próximos 4 años.

Y cuando ganó todo, cuando estaba en la cima, el tipo llamó a su familia, se sentó en el estadio con su esposay sus hijos. Se abrazaron, se sacaron fotos con todos y festejaron, con una simpleza, con una sonrisa permanente. Con una tranquilidad como si hubiese terminado el partido en el torneo de Club Bancario de Rosario del domingo a la mañana.

El factor Maradona

 

Leí por ahí que algunos argumentan que la muerte de Maradona habría generado una nueva personalidad en Leo Messi. En mi opinión el verdadero cambio que se dio fue la salida de la familia Messi de Barcelona. Fue tan fuerte, tan brusco, tan sin sentido, que fortaleció a un líder que se puso al frente de su familia y afrontó los nuevos desafíos con mucha inteligencia, humildad y convencimiento. Haciendo lo que debía hacer y, por supuesto, para una persona tan competitiva, que paso por muchas situaciones traumáticas, esto lo potenció a niveles únicos.

Es por esto que, sobre el final de la cena, llegamos a la conclusión de que el desplante de Barcelona al final potenció a Messi para que ganara el Mundial.

Unos párrafos para “Anto”

 

Soy de Rosario, pero no la conozco. No conozco a nadie que la conozca. No tenemos a nadie en común. Pero si hablamos de un liderazgo de Messi fortalecido desde la intimidad familiar, está claro que allí, a diferencia de lo que pasa en la cancha, el propio liderazgo de Antonela Rocuzzo es fundamental. Y que ella lo potencia cada día desde hace años.

Se ve que es una leona como madre, como esposa. Que mucho de lo que admiramos de Leo es porque está ella, porque es su cable a tierra. Que es una figura que une y que siempre está presente. El motor de la familia. Y a partir de la familia es donde nace todo lo demás.

Leo y Antonela son compañeros de vida. Imposible no imaginársela espalda con espalda con Leo en todo momento. No debe ser fácil tampoco: él es el mejor jugador de la historia del futbol, del hombre más famoso del mundo, nada más y nada menos.