Transitar la ruta que une Rosario con Victoria ofrece un panorama desolador. Los efectos de los incendios en las islas están allí, dolorosamente visibles en varios tramos: a uno y otro lado es tierra arrasada, con vegetación quemada, humo, y un puñado de hombres en lucha desigual contra el fuego y el viento que lo extiende.

El olor, que los rosarinos conocen de memoria, adquiere una intensidad mayúscula. Abrir una ventanilla del auto amenaza con ser una trampa mortal. 

Cerca de Victoria, Gendarmería frena el tránsito. En medio de la nube de humo, un helicóptero despega y recorre el cielo de la zona, acaso para identificar nuevos focos.

En la radio un funcionario entrerriano dice que hay que desdramatizar, que el problema no es tan grave y que se usa como excusa, justamente como cortina de humo, para no hablar del verdadero problema que tiene Rosario: que es una ciudad gobernada por el narcotráfico. Mejor cambiar el dial. En otra emisora también hablan de un incendio: el dólar blue superó el umbral de los 300 pesos.

Los incendios en las islas son, al fin, una metáfora de la Argentina: un problema crónico que se patea para adelante, en medio de discursos vacíos, promesas incumplidas y disputas que impiden llegar a un punto de acuerdo entre los distintos actores involucrados. 

Cada parte pone por delante su interés particular y nadie visibiliza que hay un bien superior a cuidar: la salud de la población y no solo por el humo que respiran los rosarinos. Es que los incendios arrasan "un ecosistema clave para la regulación, purificación y almacenamiento de agua, el sostenimiento de biodiversidad y el aprovisionamiento de recursos naturales", según lo describió diario español El País, en una de las varias notas que medios internacionales realizaron ante un problema que genera alarma internacional.

Esa situación ya generó denuncias de la Municipalidad de Rosario, el gobierno nacional y particulares. Pero la Justicia hace la vista gorda, lo mismo que el gobierno de Entre Ríos, que muestra una indiferencia pasmosa que lo convierte en cómplice. 

Así, aparecen conflictos entre jurisdicciones y entre distintos poderes del Estado, y también el mismo centralismo que marca cuestiones estructurales de la economía argentina, como la distribución geográfica de los subsidios, por ejemplo al transporte: el tema figura en la agenda de los medios y despachos oficiales de Rosario pero no en los porteños, que solo le dieron espacio al asunto cuando el humo llegó, por efecto del viento, a la ciudad de Buenos Aires.

Pero acaso el punto en el que más se ve la metáfora es en la imposibilidad de configurar un proyecto sustentable para el territorio en cuestión, que contemple potencialidades económicas pero sin poner en riesgo ni la salud de la población ni el ambiente.  

Hasta la ley de humedales, una herramienta fundamental para definir qué se puede hacer y hasta dónde en las islas del delta, lleva esa marca: el proyecto que después de mucho trabajo habían consensuado legisladores y organizaciones ambientalistas fue postergado, cajoneado, al punto de que perdió estado parlamentario, y ahora el ministerio de Ambiente anuncia que será reemplazado por otra iniciativa que según esa cartera tiene un consenso que las organizaciones niegan.

¿Tiene algo que ver la propia interna del oficialismo o el hecho de que el autor del proyecto original sea del Movimiento Evita y el ministro Juan Cabandié provenga de La Cámpora y tenga una relación cercana a Cristina Kirchner? ¿Cómo jugaron en este asunto los gobernadores?

Lo cierto es que con este cóctel, tal como ocurre con casi todos los asuntos de Estado en el país, la labor oficial se limita a apagar el fuego, sin que exista riesgo de sanción alguna para quienes lo prenden ni plan para que no lo hagan. Con lo cual, no aparece ningún motivo para que quien cree que para sacarle provecho a la situación debe quemar su campo –o lo que su campo le ganó al lecho del río por la sequía–, guarde los fósforos para siempre.

¿Entonces cuál es la respuesta real de los gobiernos más allá de la acción, por cierto insuficiente, para apagar los focos del momento?

Que también la controversia se apague con el pasar del tiempo. Porque, el delta al fin de cuentas también es la Argentina, las soluciones institucionales duraderas que efectivamente modifiquen la realidad no están dentro del menú de opciones de las dirigencias.

Así las llamas del humedal, como las que calientan el dólar y los precios, no solo afectan el presente: devoran el futuro.