¿Sabés cuál creo que es la clave para que hoy vivamos esta maravillosa sensación de ser campeones del mundo?

No es la magia de Lionel ni el potrero de Angelito; no son las manos (o los pies) del Dibu Martínez ni la pericia de Scaloni. Esta copa no la ganamos porque hubo un equipo que supo perfectamente a qué quería jugar ni porque mostró orgullo deportivo después del porrazo con Arabia. No fuimos campeones por el zurdazo de Leo contra México, que empezó a destrabarlo todo; ni por el baile a los polacos, el cruce de Lisandro contra Australia, el penal de Lautaro en los cuartos o la relajada semifinal con los croatas.

Todo eso, y la surrealista definición de ayer, por supuesto que tiene su injerencia. Pero no llega a explicar del todo el resultado final de esta aventura. O sólo se queda en lo futbolístico.

Está bien, vos me dirás: “¿pero no es fútbol esto?”.Y creo que no hace falta explicarte que no. Que el fútbol es algo mucho más poderoso que 22 tipos corriendo detrás de una pelotita.

La verdadera razón del éxito que se coronó ayer tiene apenas cuatro letras pero es una de las palabras más poderosas del universo. Argentina volvió a ser campeona del mundo de fútbol por AMOR.

Una palabra que muchos futboleros van a esquivar por blandita, por cándida, porque no pega con el gesto adusto y la pierna fuerte, porque andá a decirle a una hinchada que meta la palabra AMOR en una de sus canciones de cancha. Imposible.

¿Pero se te ocurre otra que pueda definir mejor lo que vimos a lo largo de este mundial? ¿Que alcance para dimensionar la fuerza de los lazos que unen a esos pibes que ayer se secaron de tanto llanto después del penal de Montiel? ¿Cómo explicar esos abrazos apretados, la resiliencia deportiva tras el debut, la furia corporativa que los encolumnó detrás del capitán contra los holandeses, y los brazos abiertos a los lesionados que se quedaron afuera, y el respeto a los más grandes (Aimar, Ayala, Samuel y el propio Scaloni, tratados y escuchados como los sabios de la tribu)?

A mí no se me ocurre otra que AMOR. Amor al otro, al de al lado, ese con el que compartieron los fracasos que precedieron a esta victoria y que fue fundamental para que la salud del grupo fuera inviolable; amor a sus historias de esfuerzo y de privaciones en pos de un sueño; amor a sus barrios, a sus pueblos, a los campitos donde aprendieron a patear; amor a sus familias, a las que buscaban trémulos en las tribunas después de cada lucha ganada; amor al pueblo argentino, al que honraron con talento, profesionalismo y una entrega amateur que nos conmovió y nos tiene locos de orgullo. 

Dieron amor… y recibieron amor, multiplicado por millones, acá y en todo el planeta, de parte de corazones argentinos que ya estaban agradecidos antes de que se jugara esa final desquiciada. Y que dicho sea de paso, si están escuchando esto, deben gozar de buena salud, porque ayer habrán experimentado en varias ocasiones algo parecido a un infarto.

Amor… ¿Y si tomamos eso como la gran enseñanza de este Mundial imborrable? Amor a nuestro país, a nuestra provincia, a nuestra ciudad; amor al otro, al de al lado, con el que tenemos muchas más coincidencias de las que pensamos. Amor expresado en respeto grupal, sin que eso signifique sacar el foco de nuestras batallas diarias e individuales.
El amor nos llevó a la cima del mundo. Hagamos ahora que mueva nuestro mundo.