Mi compañera dice, en la redacción, que falleció Viviana Nardoni y me encuentro balbuceando en voz alta “no puede ser”, ese mantra discursivo con el que todos los humanos nos negamos a la certeza de la muerte, aún sabiéndolo ineficaz. Pero todo indica que sí, que la noticia es cierta, que desgraciadamente no es fake new.

La historia de Viviana Nardoni como comprometida militante política de la ciudad, sobreviviente del genocidio y ex directora del Museo de la Memoria de Rosario, es bien conocida por muchas personas, pero hoy quiero recordar, sin detallar, un momento que marcó un antes y un después en mi vida. De esos hechos que desearíamos no ocurrieran nunca, pero que cuando suceden, sólo sirven para mostrar de forma descarnada, las verdaderas identidades detrás de los rostros de la gente. Y en ella –y en unas pocas referentes más– descubrí el mejor de los rostros.

Fue en ese momento límite –cuando algunos (hasta entonces) compañeros de ruta buscaron desvíos, los responsables se volvieron sombras desconocidas y los coaches ontológicos contestaron con falsos clichés– cuando Viviana Nardoni, supo ofrecerme un oído atento, una brújula en medio del desierto y una palabra reconfortante para ayudar a que lo doloroso y lacerante resulte al menos, soportable.

En ese momento entendí aún más la importancia que tienen los derechos humanos como condición inherente a todas las personas y el valor que encierran quienes se convierten, al igual que Viviana, en sus defensores en serio, de verdad, no para ocupar un cargo, no en busca de mezquina protección personal; sino a conciencia de lo que su rol significa, al servicio de quienes están siendo vulnerados.

Desafortunadamente, no todas las víctimas sobrevivientes de la represión ilegal logran ser faros en la defensa de los derechos de otros. A veces, sus cruzadas se agotan en el relato heroico de sus propias biografías o suelen quedar entrampadas o enmudecidas en pactos corporativos que desdibujan su legado. No las juzgo. Cada quien carga con sus propias limitaciones.

Viviana Nardoni sí lo logró, pudo trascender su historia personal y por ella va mi reconocimiento y mi profundo dolor ante su pérdida.

Hasta siempre, amiga, y gracias por estar presente de manera genuina. Te lo dije en persona y lo voy a sostener y a recordar siempre, mientras viva. Qué menos podría hacer con alguien que tan bien militó la lealtad y la memoria.