Iba a pasar en algún momento. Nadie en este tiempo es eterno dentro del cuerpo humano. Y ella, tan altiva y esencial, también sabía de esas cosas. Esta semana la muerte de Magdalena Ruiz Guiñazú acumuló palabras y reflexiones de quienes disfrutaron en sus años de cronista como oyente, entrevistado o compañero de trabajo. El protagonismo en el ejercicio del periodismo de esta mujer será inolvidable y como ha sucedido en otros tiempos con otros actores, su vida será recordada con el ímpetu de los mitos argentinos.

Asumo la primera persona para describir el dolor. Me tocó compartir, con idas y vueltas, gran parte de sus últimos cinco años. Su último programa, en el estudio que esta semana fue bautizado con su nombre, fue el 6 de agosto. Y como lo hacíamos siempre nos sacamos una foto con el staff. “Una selfie con Magda”, pedí. Marta Lamas, su “hermana” y gran productora del programa prefirió escapar del momento. Y ahí estampamos nuestra alegría de compartir con ella un sábado más. Fue ese día su último ingreso a la radio. Los programas siguientes hizo la conducción desde la casa. Y los dos últimos su médico le había recomendado un reposo absoluto que a regañadientes ella discutía pero al final aceptó.

Ese último programa en la radio le costó. Pero Magda era al menos para la mirada de sus compañeros, una mujer enérgica, orgullosa y decidida. Se paró, se volvió a sentar, caminó, se volvió a sentar y así hasta llegar al auto que la esperaba en la puerta de la Radio. Saludó con esa gran sonrisa de resistente y partió hacia casa. Si bien nos quedamos preocupados sabíamos que era Magda. Que pronto iba a volver a distribuir ese talento y sobre todo esa enorme humanidad cuando conducía radio.

Lo mejor de ella, al menos lo que me tocó vivir, no fue lo que el aire de la radio permitía escuchar sino cuando el micrófono se silenciaba para los oyentes. Allí la dimensión de la historia, sus protagonistas, su humor, su disciplina materna, era el motor en la distribución de pases inolvidables.

Nico Wiñazky sabía darles pie para que ella desparrame frases pícaras. Miguel Wiñazki siempre con alguna pregunta profunda cuya respuesta ponía a Magda cara a cara con la historia. No había recuerdo que no incluyera eso. Magda conocía el aliento de cada recuerdo, de cada protagonista. Porque había estado allí, cara a cara y siempre mirándola a los ojos.

Marta orientaba las charlas de producción. Escribía palabra por palabra sus textos para las entrevistas y hasta tuvo que hacerle ensayar la fonética de Niebieskikwiat el apellido complejo de Natasha, otra gran compañera del programa.

Entre “Pichis”, “Sirenas ondulantes”, la editorial de los sábados de Miguel y los cariñosos “Robertitos” que susurraba para alentarnos, Magda transitaba la pasión de sus sábados. Estaba allí contando gran parte de la historia de los argentinos.

Su último día en el estudio. 6 de agosto


“El motor de sus últimos días era la radio, volver a la radio con sus muchachos”, dijo esta semana una de sus hijas. “No conozco a mi abuela haciendo otra cosa que no sea periodismo. Primero era periodista después todo lo demás”, describió ayer uno de sus nietos.

En junio pasado, a referencia del dia del Periodista le pedí quince minutos a solas en un estudio auxiliar para grabarle algunas referencias.

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Entrevista a Magdalena Ruiz Guiñazú


“Siento un gran alivio que el Día del Periodista no esté signado como sucedió hace unos años por la preocupación, por los llamados anónimos en la madrugada, por las balas en el felpudo de ingreso a casa, cosas que lamentablemente en Argentina pasaron. Y que el periodismo argentino se bancó con una enorme entereza. Espero que eso que ocurrió nunca más vuelva a pasar”, dijo en la entrevista.

“Nunca trabajé de otra cosas. Cuando salí del colegio le dije a mi vieja que quería trabajar y arranqué en una revista de la Acción Católica que se llamaba Gente Joven. Hacer periodismo fue la tarea más fascinante que he tenido en mi vida pero no siempre fui feliz. Hubo momentos difíciles porque los chicos vivían conmigo. Tenía que cuidarlos a ellos”, agregó.

Su marca en la historia fue su compromiso por la restauración democrática, su trabajo en la Conadep y el informe final agrupado en el “Nunca Más” que Ernesto Sábato le entregó a Alfonsín en 1984. Magda era el emblema de una Democracia vital.

“No fue fácil. Tuve muchos momentos difíciles. Alfonsín era un hombre extraordinario, sabía que se jugaba la vida. Los resabios de la dictadura no se bancaban el Nunca Más”, dijo Magda. “En un momento sentíamos que nuestra vida estaba en peligro, pero no le das bolilla. Si empezás a pensar en eso no podés hacer nada”.

Hace cuatro años (Magda con 87 años) cuando por un accidente doméstico se había fracturado la cadera muchos de sus allegados pensaban que iba a ser la excusa del retiro. Pero no. A los 8 meses regreso con el ímpetu de una adolescente. Y así lo fue sábado tras sábado. La ausencia de ayer en el estudio fue el peor sonido que podía tener el aire de la radio. Un crujir en cada uno de quienes la acompañamos al final de su camino.

Inolvidable Magda. Gracias.