Desde el centro Echesortu parece el macrocentro y desde Echesortu el macrocentro es el
Gran Echesortu.

No en vano es la red social barrial de Facebook más agitada de Rosario, una de las que tiene más miembros, la que más pone énfasis en su identidad. Los miembros cuentan sus cuestiones como verdaderos cronistas. Aparecen recuerdos: “Tomarse el 59 para ir al San José en las mañanas con heladas”, “las tortas negras de Zulma de calle Lavalle deberían ser declaradas patrimonio de la humanidad”, “íbamos a bailar los domingos a la matiné de Unión y Progreso, ahí vi a Donald, a Sergio Denis, a Palito, a Vox Dei”. O se describe la mano fundadora del helado artesanal rosarino, la de Don Dante en la Heladería La Gloria,  como algo que dividió en dos la historia de Rosario”.

Ni hablar de Space, ni hablar de la San Francisco, ni hablar del cine Echesortu, la señorita
Alegría, la historia de que Caloi dibujó el primer Clemente en la Pestalozzi, Droopy Faiola enganchando a Tears for Fears con Flash and The Pan, donde Luca Prodan cantó “yo quiero a mi bandera”. También estuvo Juanjo Camero amándose bajo el agua con Marina
Magali en Nazareno Cruz y el lobo. Demasiado para un barrio que apenas unas décadas atrás andaba a caballo repartiendo leche.

No existe el gentilicio de Echesortu. Esas rarezas como “echesortusenses” parecen salidas
de los comentaristas de ESPN desde un estudio en Tijuana. Lo correcto es: soy de
Echesortu, o básicamente “de Eche”.

Menos mal que el tiempo pasó, que pudimos hacer un montón de cosas para que la generación que viniera pudiera hacer otras diferentes. Menos mal que pudimos ir a los
flippers, ir a La Fontana, a Arrillaga, a aprender mecanografía en la planta alta de la Galería
Mendoza. Menos mal que ya tomamos cerveza de litro en la vereda del Bar del Chapa, que compramos las hojas Canson en la librería Renom, menos mal que tuvimos las novias en la zona. Menos mal que una tarde de melancolía entre los plátanos de 9 de Julio valoré mucho a Oscar Wilde, al igual que alguna canción de Roberto Carlos. Con el tiempo el recuerdo por el barrio pone todo en el mismo nivel. Aquel muchacho con aspiración intelectual muere por cruzar emoción con sus amigos de la cortada, aquel que sintió que nunca pertenecía cuenta la historia en primera persona. Menos mal que el tiempo pasó, que hay edificios nuevos, vinos variados, cervezas artesanales, helados gourmet, la gente hace cola para comprar “hummus”, las crocs han reemplazado a las franciscanas.

Nuestra historia es con teoría y solfeo, con el 59 amarillo, con una Santa Ana tinta y una tira
en la vereda del Rincón del Nene, oliendo el café que usaba Izurieta para limpiar el piso del
gimnasio. Dejemos que esta nueva historia se escriba entre un Bauen, un Fundar, un grupo
de WhatsApp de madres del San Miguel.

En la misma mesa donde estuvo el pedacito del diario Popular, la Palermo Azul o la Rosa
hoy se sirve una merienda saludable. Aquel barrio de los porotos para contar en la timba
pregunta por los 100 gramos de quinoa.

Aquella señora que volvía de misa de la San Francisco o la San Miguel guardando la revista
dominical de la iglesia en su cartera hoy llega a casa y pone la cuarta temporada de Modern
Family en Netflix.

Aquellos repartidores de Bonafide con sus uniformes amarillos se multiplicaron por cientos
en las distintas apps que recorren el barrio.

Me fui de Echesortu simbólicamente hace 20 años , una noche de noviembre del 2000. Al
poco tiempo en un departamento de la calle Jujuy, con una bonita vista al río y la novedad
de una PC con monitor color decidí escribir algunas cositas del barrio. Años después Lupe
Ciprés, hermosa amiga y docente de mi hijo, me presentó Facebook, me miré 10 minutos y
decidí crear el grupo de Barrio Echesortu. Vino mi amigo el Pitty, vinieron otros vecinos, y se fue juntando gente. Vino Roberto Trapé y empezó su ruta fotográfica y no dudé en
nombrarlo administrador. Ahora somos miles, y si dentro de las oficinas de Facebook se
andan preguntando si la gente interactúa todavía en los sitios barriales que se dé una vuelta
por el nuestro.

Echesortu vive en Facebook, y hoy por más likes que cosechen las fotos de los viejos
íconos del barrio como la Óptica Rubín, de Fotos Elite, la fachada de la Pestalozzi, el aroma
a 43/70 que venía de La Capilla, todos estamos preocupados por ese negocio que empapela
la vidriera, porque se va, la pandemia tira para atrás.

No me pregunten por sus orígenes, por sus límites, por los primeros habitantes porque les
voy a repetir lo que dice Internet: hay gente que investiga en serio y hace de la curiosidad
urbana un mérito que espero la sociedad rosarina sepa apreciar; por otra parte nadie
sensato que yo conozca dejaría en Wikipedia, por ejemplo, los datos de la Pavita al Gratén,
consagrado sándwich que ofrecía el Bar Bambi.

En verdad ponemos énfasis en aquellas cosas que salían de la rutina de la mayoría de las personas yendo a trabajar o a estudiar.

Como dice George Harrison: “Cuando éramos los fabulosos” en su maravilloso disco Cloud
Nine; nos concentramos demasiado en el recuerdo cuando íbamos a particular un diciembre
mientras ya era temporada de pileta, cuando te presentaron a un tipo que traía videocaseteras del Paraguay y que lo esperaras en un bar de Mendoza al 3500, poner toda la intensidad en observar a muchachos recordar con qué tema cerraba Space es tan recomendable como el cuento “Después de las carreras” de James Joyce. Tiempos raros estos: uno se encuentra con la pasión escribiendo una contraseña.

Ponele la música que quieras de fondo, algo de Serrat en homenaje a ese peinado
acampanado que Lucía JM en los 70 esquivando el viento de Castellanos y Mendoza, el de
Los Pasteles Verdes en homenaje a esa radio que sonaba en una terraza mientras alguna
chica tomaba sol, en la escala de Hannon por ese chica que se pasaba horas en el piano
para ir a rendir al conservatorio de Scarafía, ponele la música de Irreal con un joven
Baglietto ensayando en una casa frente a la Plaza Buratovich. Ponele sonido troileano
melancólico o el sonido sinfónico de Yes en el ‘73, el Villa Cariño de Los Wawancó o el
disco batallado de los grandes éxitos de Carpenter. La identidad del barrio nadie te la va a
discutir.