"Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros" (Jean Paul Sartre)

 

Ir al cine nos saca un rato del tiempo y lugar en el que habitamos para sumergirnos en otro mundo. Ir a ver “Argentina, 1985” nos lleva al punto justo en el que el país pone luz sobre la página más oscura de su historia, un instante de refundación en el que la que alumbra es la palabra que transforma y libera, porque corre un velo, desmonta una lógica discursiva que es la que antes permitió que la larga noche tuviera lugar. Y lo hace en un momento en el que la democracia que está a punto de cumplir 40 años vive otra vez situaciones de zozobra, aunque no haya amenaza militar.

La película dirigida por Santiago Mitre no muestra aquella noche, no hace falta. Eso ya lo hizo el cine argentino en los años 80 y 90. En todo caso, nos presenta el dilema planteado por el filósofo Jean Paul Sartre: qué hacemos con lo que nos hicieron. La respuesta de aquella Argentina fue clara: justicia. Eso fue posible por una voluntad política que se construyó y se sostuvo a pesar de dudas, matices, miedos, contradicciones. Y porque hubo un grupo de personas dispuestas a llevarla adelante, representadas por esa especie de hombre gris que se transforma en héroe más por lo abrumadora que es la realidad que le toca afrontar que por su propio deseo: el fiscal Julio Strassera, caracterizado en la película por Ricardo Darín.

La reconstrucción del clima de época es un mérito innegable de “Argentina, 1985”. Realmente se produce el viaje en el tiempo y eso permite entender las circunstancias en las que se tomó la decisión de llevar adelante y sostener el juicio a las juntas. La democracia era una construcción frágil, el temor al poder de daño de los militares tenía una vigencia absolutamente lógica. La teoría de los dos demonios circulaba con cierto consenso incluso entre funcionarios del gobierno que llevó a los asesinos al banquillo de los acusados. Los servicios de inteligencia eran una amenaza omnipresente. La Justicia estaba formada por funcionarios que formaron parte del esquema burocrático de la dictadura.

Todo eso permite, desde la perspectiva del hoy, valorar ese acto reparador, la voluntad de buscar la verdad y el castigo. De colmar de sentido ese Nunca Más, el trabajo que apenas asumió Raúl Alfonsín le encargó a la Conadep, y que fue el punto de partida del ciclópeo trabajo de recolección de pruebas que realizó el equipo joven e inexperto de Strassera y su fiscal adjunto, Luis Moreno Ocampo, encarnado por Peter Lanzani. La desmilitarización y la refundación de la democracia argentina no podía llevarse adelante sin justicia pero hacer justicia no era una tarea simple ni sin riesgos. 

Alfonsín era presidente y Strassera el fiscal que encabezó la investigación.

La película se desarrolla, mayormente, en lugares cerrados: la casa de Strassera, su auto, la fiscalía, los pasillos de los Tribunales, la sala de audiencias. Las escenas de exterior también son, en general, bajo luces tenues, como si la noche o el cielo plomizo nunca se terminaran de abrir.

En ese marco, se desenrrolla el contenido dramático del juicio, con testimonios desgarradores, que revelan la monstruosidad del genocio que se produjo en la Argentina entre 1976 y 1983. Son los relatos que conmovieron a aquel país que se pegó a la televisión a ver las audiencias y vuelven a hacerlo ahora, a 37 años de aquellos hechos, en un doble sentido: absolutamente emotivo para quienes fueron testigos de esa historia que aún puede definirse como contemporánea, y didáctico para los jóvenes que no vivieron aquel tiempo atroz que sostiene huellas en nuestro presente. Un aviso para unos y otros: ambos van a llorar.

Pero esa Argentina que dolía encontró en el juicio a las juntas militares un remedio. Una oportunidad de sanación. Y no solo por la posibilidad de castigar los peores delitos imaginables, sino también porque cuando circula la palabra hay un camino posible. Un movimiento que, más tarde o más temprano, desplaza lo estancado hacia otro lugar. 

El equipo de la fiscalía estaba compuesto por novatos: en el Poder Judicial había mucha resistencia a llevar adelante el juicio.

Eso queda de manifiesto con las contradicciones que exponen los propios protagonistas principales de la película pero que le caben a la sociedad toda. Cuando a Darín/Strassera lo interpela su propia (in)acción durante la dictadura –un debate que cada tanto vuelve, como ocurrió tras la muerte de Carlitos Balá– y Moreno Ocampo/Lanzani busca lo que parece imposible: la aprobación de su madre, orgullosa de la estirpe militar de la familia y compañera de misa de Jorge Rafael Videla. 

Puede parecer mentira con los ojos de este hoy. Pero sí: fue en los Tribunales donde aquellas víctimas pudieron abrir su corazón, hacer memoria, contar el sufrimiento en nombre propio y de los compañeros de tormento que no tuvieron oportunidad porque engrosan la lista de muertos y desaparecidos. Revivieron el horror para transformarlo y para transformarnos también a quienes escuchamos. Para llegar así a puntos de acuerdo sobre lo que pasó y lo que había que hacer con ello.

La síntesis de todo eso aparece en el alegato final de Julio Strassera, una pieza vibrante que se convierte ya no en la voz de las las víctimas sino de todo ese pueblo que se sumaba al consenso que el propio juicio cimentó en torno a la necesidad de verdad y justicia, consigna planteada en la más absoluta soledad unos años antes por las Madres de Plaza de Mayo.

“Salvo que la conciencia moral de los argentinos haya descendido a niveles tribales, nadie puede admitir que el secuestro, la tortura o el asesinato constituyan hechos políticos o contingencias del combate. Ahora que el pueblo argentino ha recuperado el gobierno y control de sus instituciones, yo asumo la responsabilidad de declarar en su nombre que el sadismo no es una ideología política ni una estrategia bélica, sino una perversión moral. A partir de este juicio y esta condena, el pueblo argentino recuperará su autoestima, su fe en los valores sobre la base de los cuales se constituyó la Nación y su imagen internacional severamente dañada por los crímenes de la represión ilegal. Los argentinos hemos tratado de obtener la paz fundándola en el olvido, y fracasamos: ya hemos hablado de pasadas y frustradas amnistías. Hemos tratado de buscar la paz por la vía de la violencia y el exterminio del adversario, y fracasamos: me remito al período que acabamos de describir. A partir de este juicio y de la condena que propugno, nos cabe la responsabilidad de fundar una paz basada no en el olvido sino en la memoria; no en la violencia sino en la justicia. Esta es nuestra oportunidad: quizá sea la última. Señores jueces: quiero renunciar expresamente a toda pretensión de originalidad para cerrar esta requisitoria. Quiero utilizar una frase que no me pertenece, porque pertenece ya a todo el pueblo argentino. Señores jueces: Nunca más", vuelve a decir Strassera, ahora en la voz de Ricardo Darín.

La escena traspasa la pantalla. Al mismo tiempo que en la sala de audiencias, estalla el aplauso en la platea del cine, que también se colma de emociones, de sentimientos encontrados: es el momento exacto en el que la sombra se transforma en luz.

Strassera y Moreno Ocampo, el día del alegato final.

Como sucede en la película, dan ganas de abrazar al desconocido que está al lado. Se llama Julián, tiene 22 años, estudia ingeniería y dice que no conocía esta historia, solo generalidades sobre una dictadura que no vivió. Es un joven de este tiempo, de este lugar: Rosario, Argentina, 2022. Sabe que el presente es difícil, que el mañana es incierto. Vive en un país que tiene a la mitad de sus chicos sumergidos en la pobreza y donde la convivencia democrática vuelve a verse amenazada, en un marco de frustración, radicalización, odios y resurgimiento de la ideología del fascismo que es un fenómeno mundial. Acaso piense, como tantos otros y como en otros tiempos históricos, que la única salida es Ezeiza.

Para torcer eso la Argentina necesita volver a construir consensos y establecer rumbos. Una dirigencia que pueda acordar políticas para otra vez despejar los nubarrones y apostar a otra refundación, algo que puede sonar a imposible cuando ni siquiera se consigue sacar algo que debería ser simple, como una ley de humedales. Para gobernar la crisis hay que tener la voluntad de hacerlo.

En 1985, lo cuenta la película, también parecía imposible juzgar a los comandantes de las Fuerzas Armadas: el primero que lo transmite es el propio Darín/Strassera. Apostar a la memoria, en este marco, también construye futuro.