En una cena con amigos en Barcelona, el escritor Javier Argüelo relata dos anécdotas protagonizadas por su papá en el marco del golpe de Estado que derrocó al presidente chileno Salvador Allende en septiembre de 1973.

Ambos relatos captaron la atención de los editores de la revista Granta en español: Aurelio Major y Valerie Miles. Para sorpresa del autor nacido en Chile durante el gobierno de la Unidad Popular –y cuyos padres se conocieron en un barco camino a un encuentro de juventudes comunistas en Viena, en 1959–, la respuesta fue una invitación a narrar su propia historia.

La revisión es absolutamente necesaria y no tiene por qué ser flagelándonos"

Esas dos anécdotas de sobremesa abrieron la puerta a otras que, entre el ensayo y el relato biográfico, hilvana Soy rojo, último libro de Javier Argüello; un retrato epocal/familiar que comienza en los 50 y avanza hasta más allá de “la caída del muro”.

«Cada uno de nosotros carga en el morral con los dolores no sanados de sus padres. Y ellos con los de los suyos», se lee en una de las páginas del título que Penguin Radom House editó en Latinoamérica este noviembre.

“Nunca había pensado meterme en temas políticos. No son temas sobre los cuales, en general, me interese escribir, pero sí pensé que era una buena idea entrevistar a mis viejos y tener esa información, la de toda una vida, antes de que se vayan”, señala Javier Argüello a Rosario3.

“Grabadora en mano, nos juntamos a charlar por separado con mi madre y con mi padre unas cinco o seis veces. Les hice todo tipo de preguntas, desde cómo habían empezado en la militancia hasta el día de hoy. Después, estuve como un año sin poder tocar el material hasta que me obligué a poner play y a empezar a escuchar. Me movilizó mucho. Había una mezcla en eso de escucharlos a ellos hablando… era casi como que ya no estuvieran, pero estaban”, detalla el autor sobre la “precuela” de Ser rojo.

Hace 40.000 años que venimos con el mismo dilema de «quién contra quién», «quién es el culpable» y «quién es el enemigo»"

Como en una road movie, el relato comienza con el hallazgo de un libro “en una calle cualquiera”. El hombre que lo encuentra “pasó los últimos tres días llevando gente a las embajadas”.

El interrogante por el dueño o la dueña de ese ejemplar y su destino se conectan con el hijo de ese mismo hombre, ahora en un festival de cine en San Petesburgo a comienzos de los 90. “La emoción que sentí al llegar a Rusia me hizo pensar. Ahí entendí cuánto tenía que ver la historia de mis padres conmigo”, detalla quien también es colaborador habitual del diario español El País.

Más viajes, saltos en el tiempo, historias de propios y ajenos y una primera persona que se desagrega en tres para luego conformar una tejen una estructura narrativa vivencial.

“La dos decisiones tenían cierto riesgo”, indica el estrevistado sobre el “aparato narrativo”. Y abunda: “Por una parte, con los saltos temporales existía la posibilidad de que el lector se perdiera, pero también me parecía que era lindo ir de atrás para adelante y volver; un poco como funciona nuestro cerebro. Es más, recuerdo que le decía a mi terapeuta: «Esta mañana estuve en Santiago de Chile en el año 73». Al otro día le decía: «Esta mañana estuve en Buenos Aires en el año 85». La sensación era que todos los días viajaba en el tiempo. Además, trabajo en las mañanas y es curioso cómo después tenés que salir al mundo, pero para tu cerebro estuviste en otro lugar. Y así pasan dos, tres años. Entonces, decidí que eso iba a ser parte (del libro): que uno va visitando a distintos lugares del tiempo y del mundo así como lo hace la mente al evocarlos”.

“Y sobre la voz, empecé con la mía, pero de a poco les fui dando también las voces a ellos (su padre y su madre) hasta que hay un capítulo en el que empieza hablando uno de los tres sin decir quién”, resume quien escribió el ensayo La música del mundo (Galaxia Gutenberg, 2011), y las novelas El mar de todos los muertos (Lumen, 2008) y A propósito de Majorana (Penguin Random House, 2015)

«Mi padres enfocaron su lucha en la transformación de las estructuras externas, en la redistribución de la riqueza y la propiedad de los medios de producción. Creyeron que si estas se modificaban, la sociedad engendraría los mecanismos que posibilitarían la transformación de sus integrantes». (fragmento de Ser rojo)

—Ese sueño colectivo que impulsaron las izquierdas de liberar al mundo del capitalismo a escala planetaria (estoy siendo muy esquemática) quedó trunco. Tu padre y tu madre revisan esa convicción con autocrítica, sin acusaciones ni laceramientos. De hecho, la primera revisión es que “la estructura estuvo por delante de las personas”.
—Es que no creo que haya por qué ensañarse. Ahora estamos viendo que las formas de producir destruyen el planeta, pero al principio no lo sabíamos. No éramos malintencionados. Si lo seguimos haciendo, somos idiotas. A lo que voy es que al principio lo veíamos como progreso. Me parece que la revisión es absolutamente necesaria y no tiene por qué ser flagelándonos. Se trataba de una cuestión de supervivencia, no solo de ideas. Tristemente, hay muchos que ya no están, pero, afortunadamente, otros sí.

El ser humano todavía no aprendió a privilegiar el bien común por sobre el interés individual y, mientras eso pase, estamos jodidos en el capitalismo y en el socialismo"

—¿Cuál fue la reacción de tus padres y de quienes sobrevivieron tras leer Ser rojo?
—Te cuento una anécdota que me parece que es linda para como para ejemplificar a las demás. Tuve un encuentro con Ricardo Lagos (ex presidente de Chile). Cuando salió el libro (el ejemplar se publicó en 2020 en España y la edición local se pospuso por la pandemia) se lo hice llegar. Con el tiempo, nos encontramos a tomar un café y me dijo que lo había emocionado mucho, además del hecho de conocer a mis padres y de estar hablando con el producto de ellos (risas). Me dijo que había sabido captar muy bien lo que fue ese momento, representar esos días convulsos de no saber muy bien qué hacer y todo lo que fue pasando después. Eso me dio una gran satisfacción.

«¿Por qué no hicieron lo propio mis padres y sus amigos cuando tuvieron lugar los golpes de Estado en Latinoamérica? Por un lado, porque antes de que las cosas ocurran es difícil prever la gravedad que llegarán a tener. Pero por otro lado –y esto resulta más inquietante– porque nuestra mente no es capaz de concebir el hecho de que, de un momento a otro, las variables con las que hasta entonces nos veníamos manejando se ven alteradas de una manera tan drástica que todo lo que hasta hace dos días considerábamos real y seguro desaparezca de pronto (...) Supongo que es por eso que la gente no sale corriendo apenas un dictador asume el control de un país». (fragmento de Ser rojo)

La revolución pasa por mirar y entender que no es el sistema el que va a salvarnos, es lo de adentro (…) Si no lo entendemos, se va al carajo de verdad porque estamos destruyendo el entorno físico que nos contiene”

—¿Qué lectura hacés del presente y del avance de los llamados discursos de odio, incluso frente a esos consensos construidos sobre los que se pensaba como diques?
—Me vino a la cabeza El mundo de ayer, de Stefan Zweig. Él decía: “Llegamos a principios del siglo 20 en Austria convencidos de que ya está, ahora somos civilizados y razonables. Por ahí surge alguna diferencia, pero la vamos a discutir y la vamos a resolver”. ¿Qué sigue? Primera Guerra Mundial, Segunda Guerra Mundial, Holocausto; todo al carajo. Se termina suicidando en Brasil. Nunca podés considerar que superaste algo. Hace 40.000 años que venimos con el mismo dilema de “quién contra quién”, “quién es el culpable” o "quién es el enemigo”. Siempre seguimos en el mismo juego. Me refiero al dilema inicial de los dos bandos: llamalo “cristianos, musulmanes, judíos”, “occidentales y orientales”. Y uno apunta al bando malo mientras solo habla con los del bando de uno, ¿no? No se toma el trabajo de tratar de entender qué le pasa a los otros, simplemente los demoniza y cada vez se refuerza más con los propios hasta que termina explotando todo en cualquier dirección. Si hay algo que me enseñó este recorrido es que ya no me importa mucho si el odio viene de la derecha o de la izquierda porque la fórmula es la misma y es eso lo que tenemos que mirar, no el color de la banderita”.

Me gustaría que este libro pudiera llamar la atención sobre esto, sentarse a reflexionar sobre qué nos pasa a los seres humanos, en general"

Si un libro como este pudiera hacer algo, que ojalá así sea, quisiera que llamara la atención sobre esto, que invite a sentarse a reflexionar sobre qué nos pasa a los seres humanos, en general, que seguimos siempre en el mismo enfrentamiento, siempre en la misma demonización y que cada vez que creemos identificar al “malo” estamos repitiendo el mismo juego. Hay una frase que me gusta mucho y dice que “la única manera de combatir el mal es trabajar por el bien. Cualquier combate contra el mal, lo alimenta”.

«Soy rojo porque creo en la herencia que nos legaron, y que no tiene que  ver con adscribir a consignas revolucionarias ni con votar partidos de izquierda –sea lo que sea que eso signifique hoy en día–. Soy rojo porque creo que la comunión de los hombres sigue siendo el objetivo». (fragmento de Ser rojo)

—Si hubiera una revolución hoy, ¿cuál sería?
Empecé este el viaje con un interrogante para mis viejos que era: "Ustedes tuvieron un sueño que se fue al carajo. Fue muy doloroso verlo caer. En el camino murieron muchos amigos. Fue muy tremendo todo y ustedes no están rencorosos, están tranquilos. ¿Cómo puede ser?". La respuesta fue, a grandes rasgos, que no estamos rencorosos porque no tenemos con quién estarlo, porque no se trata de que los de la derecha eran los malos se trata de que el ser humano todavía no aprendió a privilegiar el bien común por sobre el interés individual y, mientras eso pase, estamos jodidos en el capitalismo y en el socialismo.

"La revolución –añade Argüello– pasa por mirar y entender que no es el sistema el que va a salvarnos, es lo de adentro. Somos nosotros. El tema es que estamos llegando a un punto en la historia de la Humanidad en el que si no lo entendemos, se va al carajo de verdad porque estamos destruyendo el entorno físico que nos contiene. A nuestra generación lo que le tocaría es hacer ese clic, ese "basta de discutir" si este sistema o el otro. Nada nos va a salvar si no nos salvamos nosotros. Y «salvarnos nosotros» significa que cada uno empiece a mirar para adentro para tratar de entender por qué esto sigue siendo una guerra y no una comunión de los hombres".