Erika Bonfanti es de San Vicente, Santa Fe, y lleva 30 años en silla de ruedas luego de un accidente durante una clase de educación física que le provocó una lesión medular. Con mucha actitud superó un montón de dificultades físicas y emocionales. Con el correr de los años aprendió a disfrutar de los desafíos, viaja por el mundo y cuando recibe un "no" como respuesta, insiste. Sigue. Y consigue lo que se propone, como por ejemplo subir al Cristo redentor de Brasil, pasear en globo aerostático o volver a ponerse de pie después de tres décadas.
Fue Carlos, el esposo de Erika, quien le propuso preguntarle al equipo médico si cumplía con las condiciones para pedir un bipedestador, un dispositivo que permite posicionar a una persona hasta la postura vertical. Estirar los músculos y articulaciones. Al principio se negó porque en su cabeza tenía recuerdos pocos placenteros de una experiencia hospitalaria.
“Antes se usaba el plano inclinado, así le llamaban. Era como un tobogán que te iban subiendo de a poco con medidas de seguridad muy rudimentarias y yo tenía pánico, se me bajaba la presión. Lo veía como una máquina torturadora”, contó a Rosario3 Erika.
Esas imágenes quedaron grabadas en la memoria y por mucho tiempo la sanvicentina se negó a buscar o conocer más sobre los avances tecnológicos que la medicina iba adquiriendo. Hasta el año pasado, cuando luego de pensarlo, analizarlo y llevarlo a sus consultas médicas, decidió inciar el pedido a la prepaga.
“Mi médica dijo que sería buenísimo pero me indicó un bipedestador importado, porque los que se producen en Argentina son excelentes pero la mayoría están creados para personas que tienen control de su tronco y otros no cuentan con las medidas de seguridad que yo requería, ya que tengo espasmos que a veces son violentos, movimientos involuntarios de los músculos, entonces necesitaba medidas de seguridad extras”, explicó Erika.
Así fue como comenzó una intensa lucha con su prestadora. Presentó presupuestos de las únicas dos casas ortopédicas que traen al país la marca que cumplía con las indicaciones médicas. Pero del otro lado recibió excusas y errores en los pedidos. Casi un año después, con todos los canales de reclamos agotados, sonó el teléfono y le confirmaron que pronto la visitarían en su domicilio.
Hace unas semanas, un grupo de profesionales de la salud viajó de Buenos Aires a San Vicente, evaluaron a la joven para ver si –tras 30 años sin pararse– estaba apta para comenzar la adaptación y finalmente, llegó el momento: estirar las piernas y estar de pie.
“Tuve miedo porque tenía la sobrecarga de las personas de la prepaga que me estaban evaluando, pero me relaje. Me senté y cuando me empezaron a subir me sentí super bien”, contó Erika que sigue en proceso de adaptación, usando el bipedestador varias veces al día por pocos minutos para que el cuerpo se vaya acostumbrando.
“Nuevo desafío!!!! Bienvenido EVOLV EasyStand a mi vida!!”, escribió en su instagram la mujer que en estos treinta años aprendió a ir más allá de las limitaciones físicas y con sus convicciones obliga a otros a romper con los prejuicios porque apasionada por los viajes, Erika voló en parapentes, subió al Cristo Redentor de Brasil, viajó el globos aerostáticos y la lista sigue.
“Cuando te pasan estas cosas no tenes muchas opciones. Lo mío no se cura, o te pones mal y te deprimís o seguís, y yo hice eso, seguí”, dijo y agregó: “Me cuesta recibir un no como respuesta cuando quiero por ejemplo hacer un tour y me dicen «no porque hay escalones», ahí insisto porque también aprendí que hay mucha gente predispuesta que a pesar de que la infraestructura no sea la correcta, te ayudan a sortear esos obstáculos”, cerró.