¿Quién tiene derecho a indicarles a las víctimas de abuso cuándo, cómo y dónde contar lo que sufrieron? Tomar distancia, dimensionar lo vivido, fortalecerse y salir del laberinto no es una tarea sencilla; mucho menos para una adolescente que creció en una fundación con características de secta, a la que además, concurría su familia, tan cooptada como ella, por parte del abusador. Sol Fantin, maestra de primaria, profesora de Literatura y escritora, es la protagonista de esta historia. Ella logró desenterrar sus memorias y hacer público el trauma vivido, veinte años después. El título de su libro, “Si no fueras tan niña”, retoma un poema de su abusador.

Sol con sus alumnas y alumnos de primaria.

La niñez y la adolescencia –etapas de formación de la persona– son períodos de mucha vulnerabilidad en los cuales es esencial el cuidado y la protección de parte de los adultos. Por distintas razones, esto no siempre está garantizado y los abusadores aprovechan esos resquicios para acechar a sus potenciales víctimas, ganar su confianza y, paulatinamente, cometer el abuso. Algo similar vivió Sol en una organización religiosa, donde su maestro espiritual se acercó a ella, la puso en el lugar de la elegida y consumó, según su denuncia, múltiples abusos sexuales.

Sol durante su adolescencia.

Contribuir a que el abuso sea un delito un poco menos impune de lo que viene siendo.

“El libro consuma dos recorridos: el que hice como sobreviviente y el que hice como escritora”, contó Fantin en diálogo con el programa “A la Vuelta” (Radio 2). Como sobreviviente –tengo 39 años– los hechos que relato son de mi adolescencia; empezaron poco antes de cumplir mis 14 años. En ese sentido, el libro viene a responder la pregunta de por qué tardé veinte años en poder nombrar por su nombre los delitos que se cometieron conmigo. Y es la escritura la que me ayuda a desenterrar y a nombrar por su nombre lo que tiene que ser nombrado por su nombre, por mí y por todas las personas que pasaron por situaciones parecidas a las que pasé yo”.

“El libro tiene esa función de resiliencia, de comprensión y está compuesto de una parte testimonial, en la que relato los hechos que yo viví y sufrí, y también incluye un trabajo que intenta tratar de comprender qué le pasa a una adolescente que está en esa situación y de qué manera las instituciones educativas y los adultos –que rodean a las infancias y las adolescencias y están para cuidarnos– muchas veces no pueden detectar ese tipo de violencias”.

Según la autora, el objetivo del libro es hacer algo con la situación que le tocó vivir, para que sirva a educadores, a responsables de crianza, al aparato judicial (al que muchas veces le falta información sobre este tipo de fenómenos) para poder contribuir a que el abuso “sea un delito un poco menos impune de lo que viene siendo”.

“Como escritora, edité de manera independiente durante todos estos años, y el hecho de que me haya publicado un sello como Paidós, dedicado a ensayos ligados a la psicología, indica que puede ser un aporte para profesionales de salud, del sistema judicial, para que las infancias y las adolescencias no estén tan desprotegidas frente a este tipo de violencias”, explica la autora.

Los abusos fueron cometidos por parte de su director espiritual,
durante su adolescencia.

A partir de ese momento, entré en un estado para nada habitual en mí, de muchísima tristeza, de recogimiento, de no poder hablar, y empecé a conectar con cosas que me habían pasado en la adolescencia.

El deseo de contar públicamente lo vivido

 

“Fue hace dos años, cuando leí en el diario una nota sobre una chica que sufrió abuso sexual por parte de un coordinador de viajes de egresados a Tilcara. Ella era exalumna del mismo colegio que yo: el Nacional de Buenos Aires. Ella solicitaba que si había otras víctimas que pudieran brindar testimonio de lo sucedido, se pusieran en contacto con ella, para abonar a la causa judicial que tenía en curso. Yo también había sufrido un abuso por parte de este coordinador y pensé en solidarizarme con ella”.

“A partir de ese momento, entré en un estado para nada habitual en mí, de muchísima tristeza, de recogimiento, de no poder hablar, y empecé a conectar con cosas que me habían pasado en la adolescencia, de parte de otra persona. Una situación más grave y prolongada en el tiempo, en la que había sido captada por este maestro espiritual, en una institución de la que formaba parte mi familia. Yo no había olvidado los hechos, pero nunca me había dado cuenta de que constituían un delito tan grave, a pesar de haber sufrido las consecuencias: distintos problemas que tuve a lo largo de la vida y que estaban relacionadas con ese trauma”.

Los abusadores necesitan ganarse la confianza de sus víctimas y de sus familias.

El accionar de los abusadores sobre las adolescencias

 

Los abusadores necesitan ganarse la confianza de sus víctimas y de sus familias; en consecuencia, la familia suele ser la que menos posibilidades tiene de detectar este tipo de cosas, porque precisamente, ha depositado confianza en esa figura, al igual que la propia víctima.

Por eso, en el libro, la autora intenta llamar la atención sobre los demás actores sociales que necesitan estar mirando las infancias, colectivamente como sociedad. Busca alertar a los dispositivos de ayuda y acompañamiento, tanto para las infancias y adolescencias, como para las familias.

Como maestra de escuela primaria, Fantin menciona la Ley Nacional 26.150, de Educación Sexual Integral (ESI) que, a más de diez años de su promulgación, ha tenido una implementación muy incompleta. “Ése –sostiene– sería uno de los instrumentos principales de protección que tenemos”.

Sol Fantin con su nuevo libro.

Lo necesario era que no haya impunidad, que exista un fallo, que la sociedad en general se pronuncie en relación con esto.

La denuncia penal

 

Antes de publicar su libro, Sol Fantin realizó la denuncia penal y precisó los motivos que la llevaron a concretar ese trámite: “Pude hacerlo, necesité hacerlo, a pesar de que tuve muchas dudas. Yo estoy a favor de los derechos humanos y la cuestión del punitivismo es siempre una discusión. Resolver esto me generó conflictos; tuve que asesorarme y hablar con amigas abogadas, hasta que me di cuenta de que socialmente, lo necesario era que no haya impunidad, que exista un fallo, que la sociedad en general se pronuncie en relación con esto”.

“Yo no tengo nada personal con esta persona que se aprovechó de mí cuando yo no estaba en condiciones de defenderme, pero el recurso en la Justicia era necesario. Esto que estoy haciendo –remarca– forma parte de una trama, de una red de solidaridad y de conciencia, en relación con la protección de las infancias y las adolescencias”.

Es muy difícil salir de la trama del relato y del mandato de clandestinidad que los abusadores nos han impuesto.

Cómo se sale del laberinto

 

Fantin afirma que volver sobre el pasado y nombrar a las cosas por su nombre es absolutamente sanador. “Tuve apoyo psicológico por parte de especialistas en este tipo de traumas. Eso me ayudó muchísimo porque es muy difícil –subraya– salir de la trama del relato que los abusadores nos han impuesto; de ese mandato de clandestinidad que nos han impuesto”.

“Y no es menor el miedo que tenemos a que se responsabilice a nuestra familia. Para mí fue importante entender que las familias por  la complejidad de la crianza y de la vida, en determinadas circunstancias pueden no estar en condiciones de proteger. Eso no los convierte en delincuentes; el delincuente es el que consuma el delito”.

“En este punto –explica– hay que hacer una diferencia importante, porque algunas veces, cuando una empieza a balbucear lo que padeció, la primera pregunta que aparece es: «¿Y tus padres?», reproduciendo prejuicios patriarcales, como si la sexualidad de niñas, niños y adolescentes siguiera perteneciendo de alguna manera, al padre y a la madre, quienes no siempre están en condiciones de cuidar y proteger. Eso –insiste– no los convierte en delincuentes”.