Un camión carga maíz recién cosechado en un campo de Cruz Alta, Córdoba. Viaja hasta Rosario y descarga en un galpón. Ahí clasifican el grano (una máquina lo tamiza y limpia). Después, lo procesan y lo muelen. El polvo, una polenta integral con todos los nutrientes, se envasa. Junto a otros 14 productos (por ejemplo yerba, arroz o porotos), integra una caja de alimentos que ofrecen a 17 mil pesos, 40 por ciento más barato que en los supermercados. Lo compran consumidores locales a través de sindicatos y organizaciones. Esa secuencia de acciones se resume con un título que se proclama pero que rara vez se hace: saltear a los intermediarios y conectar a productores rurales con los compradores en la ciudad.

Todo eso facilita la planta de fraccionamiento de la Empresa Pública de Alimentos (EPA), que funciona en la zona sudoeste de Rosario. La idea nació en la pandemia como un proyecto federal que iban a impulsar los tres Estados: nacional, provincial y municipal. Aunque los tiempos políticos cambiaron, la iniciativa siguió adelante en la ciudad con la forma de una cooperativa que alquila el predio de mil metros cuadrados a un privado. 

La EPA debutó el mes pasado con mil cajas que contienen 15 alimentos de calidad. Vendieron el 70 por ciento a través de tres sindicatos y un centro de jubilados, y el resto por pedido directo (desde el sitio web). En agosto, el segundo ciclo sumó más organizaciones y ubicaron 1.500 canastas. Con ese ingreso, les alcanza para cubrir los costos operativos (alquiler, salarios de los socios de la cooperativa y recursos para nuevos insumos).

Alan Monzón/Rosario3

 

Pero el potencial de la planta ubicada sobre calle 2109 (Ovidio Lagos al 7300) es más amplio. “Tenemos mucho para crecer”, afirmó Antonio Salinas, coordinador de los equipos de trabajo de la fábrica y explicó: "La EPA tiene por objetivo contribuir a una política alimentaria nacional que aguas arriba de las plantas de fraccionamiento genere arraigo en el campo argentino y que el alimento que se produce cerquita de las ciudades se procese y se quede acá, con cadenas cortas que disminuyan precios e impactos ambientales".

"Aguas abajo de nuestra planta, es decir a la salida, fomenta grados de organización de consumidores y consumidoras para disminuir costos y el impacto que tiene la Canasta Básica Alimentaria en el ingreso de las familias. En un contexto de 50% de pobreza y de 20% de indigencia en Rosario, esta política alimentaria puede tener impacto social y económico”, agregó el además dirigente de Ciudad Futura, la fuerza que impulsó el proyecto junto a Patria Grande en 2020.

Alimentos sin góndolas

  

El maíz es un caso testigo porque recorre toda la cadena pero la caja de alimentos incluye una variedad que prometen expandir. Además de la polenta (el grano pasa por un molino propio), otros cinco productos se fraccionan y empaquetan con el logo de la EPA. Garbanzos, porotos y arroz vienen de Santa Fe, la lenteja de Córdoba y la yerba desde Misiones.

Fuente: EPA

Los otros artículos llegan a la planta con marcas propias, gracias a un acuerdo con la Federación de Cooperativas Federadas (Fecofe): aceite, harina, azúcar, buñuelos, té, puré de tomate, fideos y talitas. La canasta EPA, que es el “producto estrella” de la cooperativa, se completa con un dulce de leche rosarino (del tambo La Resistencia). 

Para este segundo ciclo de ventas, agregaron una caja chica con siete productos (sale 8.500 pesos) para los consumidores que no quieran repetir el pack completo.

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El grueso del reparto se concreta a principios de mes gracias a los convenios con los sindicatos y agrupaciones que se sumaron a la propuesta. Los afiliados se anotan, los responsables demandan una cantidad a la planta, reparten los productos, cobran y pagan. Esta primera semana de agosto hubo un aumento de un 50 por ciento de consumidores con respecto al inicio en julio.

La cooperativa se prepara para avanzar con una tercera ventanilla de venta mayorista. Comercializar los productos EPA de forma singular en supermercados chicos de capitales locales y almacenes. La pregunta obligada es si, al incluir un intermediario, no se desvirtúa la política inicial de ofrecer una caja con 40% de descuento.

“No, porque ese es un porcentaje promedio. En los productos que fraccionamos y envasamos nosotros en la planta, el margen de ganancia es mayor. Con el paquete de polenta de 400 gramos, a 350 pesos, estamos un 60% por debajo del mercado (segundas marcas) y en el caso de las lentejas o garbanzos, un 80% menos”, respondió Salinas.

“Además –agregó–, es una polenta integral. Acá hacemos la molienda del grano completo y es un alimento que tiene más fibras y proteínas. El otro día una persona que la probó me dijo: «Volví a sentir el sabor de la polenta de antes»”. 

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No sumaron, por ahora, alimentos de origen agroecológico (sin uso de agroquímicos), porque no están certificados para ofrecerlos de esa manera. Sin embargo, la próxima compra de maíz la harán con Paca Casilda, que tiene esas prácticas, como narró este medio semanas atrás. De a poco, esos caminos se juntan.

La cadena de producción

 

El galpón alquilado se divide en dos partes. La delantera recibe las cargas directas de los camiones (abren boquillas) o en unos bolsones de una tonelada que se llaman “big bags”, la unidad de trabajo dentro de la planta, según definió la ingeniera industrial y coordinadora de producción, Julieta Toscano.

Los insumos a granel los mueven con tarimas sobre ruedas o en apiladoras eléctricas. De esa manera, pasan a la parte trasera o “zona limpia”, donde activan las cintas de elevación. Después, dos operarios trabajan en las envasadoras. Una volumétrica, para lentejas y garbanzos, por ejemplo, y otra para polvos como harinas y yerba.

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Juan, de 64 años, y Daniel, de 42, hacen la limpieza de las máquinas, el cambio de las bobinas según el artículo, digitan la impresión de fechas y vencimientos. Cuando empieza el corte mecanizado de los paquetes, ellos organizan el resultado. En una jornada de seis horas pueden sacar tres mil paquetes.

Daniel o Cusi, como le dicen, está desde el principio de la empresa. A fines de 2022, con la planta vacía, hizo el tendido eléctrico, los tableros y los conductos de aire comprimido. En 2023, llegaron las máquinas Key, compradas gracias a fondos nacionales y créditos.

La producción empezó a mitad de este año. Los primeros ensayos fueron positivos. Sin contar la inversión en las maquinarias, la cooperativa ya es autosuficiente. Son en total ocho integrantes y los costos cierran. La última compra de maíz fue de 700 kilos por 160 mil pesos. De ahí sacan 1.400 paquetes de polenta de 400 gramos (hay mermas en el proceso) que venden a 353 pesos (casi medio millón de ingresos), siempre según los datos compartidos por la firma. 

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Como la empresa no tiene fines de lucro (es más bien una herramienta contra la inflación y por la soberanía alimentaria), el objetivo se cumple cuando llega a destino con un costo menor para el consumidor en la ciudad y, al mismo tiempo, garantiza un precio justo al productor. En algunos casos, también es abrirles un mercado que antes no existía en la tercera ciudad del país. Por eso, desde Fecofe celebraron y se sumaron al proyecto.

El resumen parece sencillo y beneficioso para todos. Pero no es tan fácil de escalar. La inversión más gruesa de maquinarias se produjo antes del cambio de gobierno, aclaró Salinas. Esta administración libertaria está lejos de apoyar proyectos como este. Tampoco existen compras para abastecer comedores por parte de la provincia, lo que generaría un volumen estable de compras. Y, pese a los anuncios en 2020, la Municipalidad finalmente no dispuso un predio para el funcionamiento.

Las barritas, próxima apuesta

 

Cuatro máquinas sin uso esperan su momento en un sector de la planta. Son la base para activar una línea de producción de barritas de cereal. La paila es para mezclar harinas y semillas, la laminadora recibe la pasta y saca el preparado con su forma rectangular, el horno termina el alimento y la envasadora lo deja listo para comercializar.

La infraestructura permite fabricar 10 mil barritas por día con un precio de venta al consumidor cercano a la mitad del mercado (alternativas similares cuestan en promedio 1.200 o 1.300 pesos). 

Otros complementos en carpeta son sumar lácteos y carnes a la oferta pero resta resolver la logística y la cadena de frío. “En esta etapa, la EPA es una respuesta al trabajador formal, que tiene un empleo pero no llega a cubrir la canasta básica total. La caja tracciona hacia abajo el costo de los alimentos y llega, a través de los sindicatos, a los asalariados empobrecidos”, aseguró Salinas. 

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Con una mayor escala y volumen de producción, una segunda apuesta sería activar políticas de asistencia alimentaria o abastecer comedores barriales. En todo caso, afianzar una propuesta novedosa que favorece a los extremos de la cadena alimentaria y esquiva a los intermediarios concentrados ya parece suficiente desafío. ¿Pero alcanza con una sola empresa, es replicable la idea?

“Sí es replicable –respondió Salinas– porque las plantas de fraccionamientos locales agregan valor en origen en cada una de las economías regionales. Después, se pueden sumar intercambios de distribución para que todos los argentinos accedan a precios razonables y pagados de forma justa al productor”.

No solo es posible, aclaró, sino que ya existen procesos similares en marcha en las provincias de Buenos Aires y de Córdoba, además de experiencias en municipios y comunas de Santa Fe. El plan es desplegar una red federal para potenciar la logística y la eficiencia.

“Lo más difícil de eliminar intermediarios, que por otra parte aparecen en toda la cadena de la producción de alimentos, es generar mayores grados de organización en los extremos, entre productores y consumidores. Mientras más se pueda avanzar en ese sentido, mayor impacto tendrá en la disminución de los costos y por ende de los precios”, agregó.