Como un homenaje a su legado, mientras Emanuel Ginobili pasaba a la inmortalidad de los próceres del básquet con su ingreso al Salón de la Fama, la selección argentina le ganaba a Estados Unidos otra semifinal. Muchos de los que lo celebran en Brasil lo hacen por partida doble: el acceso a la final de la AmeriCup y el hecho insólito de que uno de los suyos se mezcle entre lo más grandes de la historia del deporte.

Claro que quisieran estar en Springfield, allá donde el primer argentino logra sentarse a la mesa en una casa que hasta hace poco resultaba bien ajena: “Es como cuando llegó el hombre a la luna para nosotros”, dijo Carlos Delfino, el santafesino de 40 años que pasó por la NBA, entre otras cosas, gracias a las puertas que abrió Ginóbili.

Allá, en Estados Unidos, alucinados por el lujo y la prepotencia de la mejor organización del mundo, están sus amigos y viejos compañeros de la generación dorada, pero el Lancha sigue activo y su agenda le dice que debe estar por jugar otra final vistiendo los colores albicelestes.

"Este pasito que Manu está dando, es como cuando llegó el hombre a la luna para nosotros. Es un paso enorme, porque es muy difícil llegar al grupo selecto que está llegando él hoy. Así como alguna vez abrió mucho las puertas de Europa para todos los que llegamos después, también llegó a la NBA y empujó mucho para abrir las puertas a quienes veníamos detras. Ahora está logrando algo increíble que creo que es aún mucho más grande y hay que tener un orgullo gigante”, sumó Delfino.

Los que sí pueden acompañarlo son los otros próceres del básquet argentino, ya retirados: Luis Scola, Andrés Nocioni, Fabricio Oberto, Pepe Sánchez. También su familia. Anchos de orgullo, cuentan lo exótico del caso. Ellos hicieron el mismo camino, ellos fueron parte de todo eso, pero jamás imaginaron que alguno de ellos llegaría hasta allí. "Teníamos un marciano al lado y no lo sabíamos", dijo su hermano Leandro.

Sus familiares y amigos, acompañaron a Ginóbili en este reconocimiento.

Lo más extraño de todo es que los más elogiosos no son los nuestros, son ellos, los que lo adoptaron, los que inventaron el juego, los dueños del juego: "A uno de los jugadores más imparables en la historia de la NBA, Manu Ginobili: ¡Felicitaciones por tu ingreso al Hall of Fame", expresó Magic Johnson.

Sería más lógico si hubiera pasado con el fútbol, que aunque tampoco es de invención nacional al menos es un deporte que juegan los 40 millones de argentinos: "Me da mucho orgullo escuchar a un periodista decir que Manu es el Messi del básquet. Deberían decir que yo soy el Manu del fútbol", dijo Lionel Messi.

Cuando un equipo NBA logra un anillo se lo considera el campeón del mundo. En Estados Unidos lo asumen así. Sin más. No hace falta una final intercontinental o un mundial de clubes para resolverlo. Está decretado así. Son los mejores. 

En el fútbol, ese tope de gama lo da el salto a Europa. Pero el básquet ofrece un plus, un lugar por encima de la elite de los mejores, la NBA. El básquet tiene su parnaso particular, Estados Unidos. 

Cómo mensurar este logro del bahiense, que está por encima de sus 4 anillos de la NBA y su oro olímpico. Podría decirse que es comparable con haber ganado un Oscar, pero es más que eso. Hay varias películas argentinas que se quedaron con la estatuilla de la Academia como mejor película extranjera. En este caso, Ginobili es el mejor actor, pero no de una película extranjera sino en una de ellos, de esas en las que se gastan millones y millones de dólares, de las que cuentan con los mejores actores, las que tienen los más asombrosos efectos especiales y los más encumbrados guionistas.

Ese Salón de la Fama fue hecho por y para ellos. Y ahí fue un flaquito nacido en Bahía Blanca, en el fin del mundo, que tenía complejo de inferioridad porque era el menor de 3 hermanos y no crecía lo suficiente, y se les mete por el ojo de la cerradura.